sábado, 8 de marzo de 2014

Sin planes para amar de Maribel Camacho

Sin planes para amar de Maribel Camacho 
Dirección Original: http://sinplanesparaamar.blogspot.com/

Sinopsis


La joven ejecutiva, Victoria Fernández, no sentía la menor simpatía por Marcos Guerrero, su atractivo compañero de trabajo, ya que su actitud condescendiente con ella la exasperaba.  Debido a ello, no supo si explotar o echarse a reír cuando él le pidió consejo para hacer callar al bebé que tenía en brazos.  Victoria sabía menos de bebes que el mismo Marcos, sin embargo, la expresión vulnerable y asustada que vio en sus ojos la impulsó a ofrecerle su ayuda.  Al representar el papel de padre y madre durante todo un fin de semana cada uno vió en el otro varias facetas que nunca habían imaginado: él era un hombre tierno y responsable.  Ella, lo bastante sincera como para admitir su candente deseo por él.




Capítulo 1

Volvió a oírlo; en efecto, era el llanto de un bebé.
Cerrando los ojos, Victoria Fernández se frotó las sienes con los dedos.  El llanto ceso.  Estaba imaginando cosas, se dijo.  ¿Existían las alucinaciones auditivas?  Si no, ¿de qué otra forma podía explicarse el llanto de un bebé dentro de su oficina?  Publicidad Dones era una compañía comercial dedicada al lanzamiento de nuevas campañas publicitarias, no una guardería.  Publicidad Dones era un lugar austero, un recinto de trabajo serio, no un lugar para algo tan frívolo como la presencia de niños.

Y debía realizar una importante tarea, se reprochó mientras bajaba la mirada hacia el escritorio, donde se encontraba el contrato que estaba revisando.  Aquel contrato representaba la culminación de sus esfuerzos por conseguir trabajar con la cuenta de Barrios Software, una importante compañía de computadoras que necesitaba ayuda para organizar su campaña publicitaria para lanzamiento al mercado de sus nuevos productos.  Victoria había tenido comunicación constantemente durante casi un mes con Francisco Barrios para lograr el contrato que recién estaba revisando.  Victoria había preparado todo tipo de folletos informativos para él, aceptando llamadas telefónicas en su casa para contestar sus preguntas, le había acompañado a conocer las instalaciones de Publicidad Dones y había sonreído con los dientes apretados mientras le apartaba la mano furtiva que se deslizaba por una de sus rodillas mientras comían juntos para tratar de negocios. Cuando él la había llamado la mañana anterior para decirle que había decidido firmar el con¬trato con Publicidad Dones, Victoria se había sentido muy orgullosa de sí misma.
Hasta que Francisco había añadido.

F: Oye, Vicky (A Victoria no le gustaba que la llamara por su apodo, porque entendía que la relación laboral y profesional se vería afectada), no sabía que trabajabas para Marcos Guerrero.  Él y yo nos conocemos desde hace... mmm... como unos quince años, fuimos compañeros en la Universidad.  ¡Qué pequeño es el mundo!  ¿Verdad?  Acabo de hablar con él.  Me ha dicho que gracias a las estrategias de Publicidad Dones, mi compañía conseguirá salir en las páginas de la Revista Fortune.  Por tanto, Vicky, estoy dispuesto a firmar ese contrato.  Pero escucha, preciosa, quiero que colabores directamente con Marcos.  Quiero que mi viejo amigo vele por mis intereses.

¡Un mes!  Durante un mes había tratado de convencer a Barrios de que aceptara los servicios de Publicidad Dones, durante todo un mes había estado soportando sus inoportunas llamadas telefónicas, sus manoseos por debajo de la mesa… y todo, ¿para qué? Para que le saliera ahora con que aceptaba el contrato porque un viejo amigote le había llamado por teléfono.  Había conseguido conservar el tono impasible cuando le contestó a Francisco.

V: No trabajo para Marcos Guerrero.  Él lleva más tiempo en esta compañía que yo, pero no es mi jefe.
F: Pero ambos pueden hacer un gran equipo en beneficio de la campaña de mi empresa y por consiguiente a favor de Publicidad Dones ¿verdad?
V: Si eso es lo que quieres, Francisco (había dicho ella con sequedad), no tengo ningún inconveniente. 

Hasta que colgó el teléfono no se permitió lanzar un grito de fastidio.  Claro que tenía inconveniente en trabajar con Marcos Guerrero.  Odiaba a aquel hombre.  Era engreído y arrogante, y tenía una actitud machista que irritaba a la joven.  Incluso sus colegas y compañeros de más edad en la compañía la trataban con un mínimo de respeto, aunque era evidente que no se sentían muy felices de tener una mujer entre sus filas.  A pesar de sus aparentes personalidades liberales, en el fondo ellos conservaban esos ancestrales y antiguos prejuicios respecto a la habilidad de la mujer para determinados trabajos.  Sin embargo, aceptaban a Victoria porque era inteligente y estaba dispuesta a trabajar con más empeño que todos los demás,  el haber conseguido un cliente como la empresa Barrios Software habría sido una prueba más de que, a pesar de ser mujer, constituía una buena oportunidad de crecimiento para Publicidad Dones.

Pero cuando estaba a punto de cantar victoria por aquel nuevo cliente, el idiota de Marcos Guerrero había intervenido y le había robado la gloria.  La tarde anterior había sido él y no Victoria quien había recibido la enhorabuena de todo el mundo por conseguir el contrato de Barrios Software, Victoria volvió a sufrir un ataque de furia al clavar la mirada en el contrato que tenía ante ella.  No soportaba la idea de trabajar con Marcos Guerrero.

Cualquier otra mujer de la compañía habría saltado de gusto ante la posibilidad de trabajar con él, se dijo Victoria mientras repasaba las líneas del contrato, todas las empleadas de Publicidad Dones habrían sucumbido ante el encanto de Marcos Guerrero, ante su sexy y masculino atractivo, su sedoso pelo negro, unos blancos dientes y dos hoyuelos que las enloquecía cuando que aparecían en sus mejillas al sonreír.
A Victoria no le impresionaba mucho.  Marcos Guerrero no era su tipo.  Admitía que era guapo y sexy, pero no le gustaba su engreimiento, ni la forma en que la trataba.  Aunque él ha estado más tiempo en la compañía, sus actividades eran del mismo nivel y en lo único que la aventajaba era en experiencia.

A Victoria no le gustaba la forma en que Marcos le explicaba las cosas, como si ella fuera una ignorante.  A Victoria le incomodaba que Marcos guardara silencio cuando ella se acercaba en el momento en que él estaba tratando algún asunto de negocios con alguien y después de dirigirle su Brunoa sonrisa de conquistador de oficina le dijera:  
M: “Esto no debe ser oído por una dama, Fernández”.  

Y, sobre todo, no le perdonaba que tratara siempre de quitarle los proyectos más ambiciosos y difíciles.  Las pocas ocasiones en que ella se había quejado de aquella costumbre de su compañero de trabajo, Marcos le había dicho:
M: ¿Por qué te pones así, Fernández?  ¿Por qué quieres echarte encima la carga de un proyecto que podría alargarse durante años y años?  Deja que alguien con más energía y aguante lo haga.  Seamos realistas, no permanecerás aquí el tiempo suficiente para ver concluido el proyecto.  Las mujeres nunca duran mucho en estos trabajos.

Otra vez.  Era el llanto de un bebé, sin duda.  Victoria apartó el contrato y concentró su atención en el distante lamento, tratando de localizar su procedencia.  ¿Quizá proviniera de fuera del edificio?
Se puso de pie y fue hacia las ventanas que abarcaban todo un lado de la oficina. No había nadie en los jardines que rodeaban el edificio y le habría sido imposible oír el llanto infantil a través del cristal sellado del ventanal.
Extrañada se pasó los dedos por el pelo. ¿Por qué oía el llanto de un bebé cuando debía concentrarse en el contrato de Barrios?
Pero el sonido era real, tan real como el timbre del teléfono. Cruzó la oficina hasta su escritorio y levantó el auricular.

M: ¿Fernández? (La saludó Marcos Guerrero con su profunda voz de barítono).  Habla Guerrero.  ¿Puedes subir un momento?
Victoria tuvo por un momento la impresión de que el chillido aumentaba en intensidad y luego cesaba por completo.
V: ¿Quieres que revisemos el contrato Barrios? (preguntó Victoria, arremangándose automáticamente la camisa).
M: Sólo quiero que subas para que hablemos (dijo con un tono gruñón).

¡Vaya! se dijo Victoria frunciendo el ceño, después de que Marcos cortara bruscamente la comunicación.  Guerrero nunca había sido grosero con ella.  No era su estilo.  Marcos era siempre amable y encantador, en especial con las mujeres de la oficina.
Cogió el contrato y salió de su despacho.  La oficina de Marcos estaba sólo un piso más arriba y Victoria prefirió subir por las escaleras a esperar el ascensor.  El ejercicio la relajaría y quería estar lo más tranquila posible cuando entrara en la oficina de su compañero.
Al llegar al piso superior del edificio, atravesó el pasillo alfombrado y llegó hasta la puerta del despacho de Marcos.  Llamó con suavidad.  Nadie contestó.  Llamó con un poco más de fuerza y esta vez se abrió la puerta.  La escena que vio Victoria al momento de abrir la puerta de la oficina de Marcos fue tan sorprendente que se quedó en el umbral con la boca abierta y como paralizada.

Capítulo 2

Marcos tenía las mangas de su camisa arremangadas y llevaba a un bebé en sus brazos. El bebé gimoteaba y pataleaba con todas sus fuerzas.
M: Pasa (dijo él y cogió a Victoria del codo para hacerla entrar con rapidez, echó una rápida ojeada al pasillo vacío y luego cerró la puerta).

Victoria contempló con expresión de extrañeza la cara del bebé.  No parecía tener más de dos meses.  Victoria no sabía mucho sobre bebés, pero éste le parecía muy pequeño, sobre todo en comparación con el ancho torso de Marcos.

Desvió la mirada del bebe al hombre y de hombre al bebe.  Luego se centró en observar al hombre y vio la corbata de éste estaba floja, su pelo desordenado y en su expresión había una mezcla de agotamiento y pánico.  Tenía las mangas subidas hasta los codos y su siempre impecable camisa azul tenía una mancha sospechosa encima del bolsillo.
Victoria se volvió para mirar el despacho del asesor financiero que, debido a la posición de éste en la compañía, era más grande y estaba mejor amueblado que el suyo.  El agitado y trémulo sollozo del bebé volvió a atraer la atención de la joven hacia Marcos, que estaba tratando en vano de calmar al pequeño balanceándolo sobre su hombro.  El espectáculo del señor Marcos “Don Juan Casanova” Guerrero, tratando de consolar a un bebé que berreaba hizo que Victoria soltara una sonora carcajada.
M: ¿Qué tiene esto de gracioso? (gruñó Marcos).
V: Creía que... (Victoria tosió y trató de ponerse seria).  He estado oyendo el llanto de un bebé durante toda la tarde y creía que eran imaginaciones mías.  Me alegra darme cuenta de que no estoy loca, después de todo.
Una oleada de risas la sacudió y el ceño de Marcos se frunció más.

M: Cuando puedas controlar tus histéricas carcajadas, hazme el favor de hacérmelo saber.

Victoria aspiró hondo y asintió. Marcos dejó al bebé en el sofá y le metió el chupete en la boca.
V: Hm... Supongo que no querrás hablar del contrato Barrios en este momento, ¿verdad? (dijo ella, con una significativa y amplia sonrisa).
La respuesta de Marcos fue una mirada severa.
V: Entonces, ¿por qué me has pedido que suba?
M: ¡Es obvio! (exclamó él). Necesito tu ayuda aquí.
V: ¿Mi ayuda? (Victoria miró al bebé). ¿Qué clase de ayuda necesitas de mí?
M: Eres mujer, ¿no? Se supone que debes saber cómo tratar a los bebés.

Victoria se tragó el deseo de debatir aquel comentario evidentemente machista.  Si, Marcos parecía desesperado y Victoria sintió una extraña compasión por aquel hombre desesperado.

V: Me temo que no sé absolutamente nada sobre bebés (confesó Victoria).
M: Pues debes saber más sobre bebés que yo (dijo Marcos).

Victoria observó durante un momento al inconsolable bebé.
V: No creo que lo que quiera sea un chupete (dijo dudosa).  Más bien lo que creo que tenga es hambre (dijo a la vez que dejaba el contrato de Barrios sobre la mesa y buscó el biberón y se lo ofreció al bebé).

Inmediatamente el pequeño se apoderó de la mamadera y empezó a chupar con voracidad.
M: ¿Ves? (declaró Marcos, como quien ve demostrado su argumento).  Las mujeres saben más sobre bebés, tienen un sexto sentido.

Victoria cogió al bebé en brazos y le acunó con torpeza.  No había tenido en sus brazos un bebé desde que era una adolescente y cuando cuidaba niños para ganar un poco de dinero.  Era evidente qué Marcos era uno de esos hombres que consideran que el instinto maternal es innato en todas las mujeres y que con sólo coger a un bebé en brazos se despierta en ellas.
Pero Victoria no opinaba lo mismo.

V: En serio, Guerrero, no tengo la menor experiencia en este tipo de cosas (dijo ella).  ¿No podrías buscar a otra persona que te ayude?
M: Las secretarias harían demasiadas preguntas (expresó Marcos, como única explicación).
Victoria sonrió complacida, a pesar de que consideró el comentario de Marcos como un verdadero insulto a las mujeres en general, como si las secretarias fueran más chismosas que los asesores.
V: No tiene que ser una secretaria (señaló Victoria).  Estoy segura de que los empleados que son padres sabrán más que yo acerca de cómo tratar a un bebé.
M: No seas tonta (replicó Marcos).

Victoria no cree en nada de tonto su comentario.  Muchos hombres en la actualidad participan en el cuidado de sus hijos desde su nacimiento.  Publicidad Dones contaba en su nómina con un gran número de hombres de ideas anticuadas, pero sin duda habría uno o dos que alguna vez hubiera tenido un niño pequeño en los brazos.  Sin embargo no quiso discutir con Marcos, sobre si tenía o no la razón.
El bebé estaba inmóvil en sus brazos y pudo observar como sus párpados se cerraban.

V: Creo que se está quedando dormido (susurro suavemente).

Marcos suspiró y dijo.
M: Gracias a Dios.  Me vendrán bien algunos minutos de paz (se puso de pie, se pasó una mano por el pelo y miró con gesto pensativo a la criatura completamente dormida en los brazos de Victoria.
V: ¿Es niña o niño? (preguntó Victoria).
M: Cámbiale el pañal y lo sabrás.
Victoria metió el dedo índice dentro del pañal.  No parecía estar muy mojado.
V: No creo que supiera cambiar uno de esos pañales modernos.
M: Te asombrarías de lo pronto que puedes aprender (comentó Marcos y alzó el zafacón para que la joven pudiera ver su contenido; tres pañales usados).
V: ¿Cómo se llama?
M: Lautaro (Marcos fue hacia la ventana, miró hacia fuera y luego se volvió hacia Victoria).

Victoria estudió detenidamente la cara del bebé.  Le quitó el biberón de la boca y lo dejó en el suelo.  El niño no se movió.

V: Bien (dijo Victoria), Creo que ya no me necesitas.
M: ¿Estás bromeando? (exclamó desesperado Marcos).
V: Me necesitabas para calmarle y ya está tranquilo (objetó Victoria).

Marcos miró a la joven, luego al bebé y otra vez a Victoria.

M: Nunca había necesitado tanta ayuda como ahora (confesó Marcos).

Victoria le miró con asombro.  El hecho de que admitiera ante ella que necesitaba ayuda era imposible de creer.  Victoria fijó su mirada en la cara de su compañero de trabajo.  Nunca había negado el hecho de que era guapo, sexy, pero aquella tarde lo encontraba más atractivo que nunca.  Le gustaba el desorden de su pelo, su expresión vulnerable y esa mirada un poco asustada de sus profundos ojos color negro.  Le gustaba el ángulo desafiante de su mandíbula cuadrada como si estuviera retando al bebé.  La mirada de Victoria se desvió hacia el antebrazo masculino, fuerte, musculoso y bronceado.  Sus manos eran grandes y vigorosas pero poseían una agilidad sorprendente.  Incluso después de cuatro años, ella no había olvidado el contacto de aquellas manos sobre su piel.
No recordaba con frecuencia aquel breve momento de intimidad entre Marcos y ella y el súbito recuerdo encendió sus mejillas, bajó la mirada hacia el bebé y le vio dar una profunda exhalación.  Un instante después empezó a llorar otra vez.

V: Por lo visto no es muy aficionado a las siestas largas (observó y manifestó Victoria, con una voz, de repente, ronca)
M: Quizás no este cómodo (dijo Marcos, estudiando al bebé).
V: ¿Insinúas que no tengo un regazo confortable? (preguntó Victoria con ironía).
M: Me gustaría averiguarlo (dijo él y cuando Victoria le dirigió una minada de reproche, sonrió con su habitual encanto y aclaró).  Tengo entendido que después de comer debe eructar debido a los gases estomacales.
V: Es obvio que sabes más de esto que yo (señaló Victoria y se colocó al bebé sobre el hombro para darle unas palmaditas en la espalda).

El bebé eructó y al hacerlo arrojó un poco de leche cortada sobre la camisa de Victoria. Marcos le quitó al bebé de los brazos.

M: Lo siento (dijo).  Debí advertirte que hace eso.  A mí me ha manchado también.

Victoria vio una mancha en la camisa de su compañero. Frunció el ceño y ahogó una pequeña maldición.  Marcos cogió su pañuelo y trató de limpiar la blusa de Victoria.

M: Pagaré la lavandería (dice apenado).  Lo siento de verdad, Victoria.

El uso de su nombre de pila desconcertó a la joven.  Al igual que el inesperado calor que la recorrió desde el hombro hasta el pecho cuando las manos masculinas se movieron sobre su camisa al frotar firme y a la vez gentilmente su pañuelo contra la superficie manchada de la blusa de ella.  De nuevo se encontró recordando aquella tarde de invierno hacía casi cuatro años, cuando la había tomado por los hombros, la había hecho volverse hacia él y había murmurado:
M: Usa tu imaginación

Turbada por el recuerdo, así como por la nueva oleada de calor que se despertaba por el contacto de su mano, le apartó con suavidad pero también con firmeza.

V: Pagarás la lavandería Guerrero (dijo, usando con deliberación el apellido de su colega para disipar la intimidad que sus acciones habían creado entre ambos por un instante.  Cogió el pañuelo de manos de Marcos y se frotó la mancha).  ¿Me podrías traer un poco de agua?
M: Sí, por supuesto (dijo Marcos y salió del despacho, después de quitar al bebé de brazos de la joven para dejarle sobre una manta limpia en el sofá).

Victoria suspiró aliviada cuando él salió.  ¿Por qué después de tantos años, de repente le llegaban esos recuerdos de aquel absurdo encuentro?  Había sido al poco tiempo de conocerse y ambos habían bebido bastante más de la cuenta.  Lo que había empezado como una comunicación sensual pero básicamente sin importancia había terminado con un beso.  Ella casi lo había olvidado y estaba completamente segura de que Marcos lo habría olvidado por completo.  No había ninguna razón para que el ridículo incidente volviera a revivirse en su mente.
Pero había sucedido, quizás fuera debido a que sentía un poco más de simpatía por Marcos en su situación actual o porque le parecía más atractivo cuando estaba un poco desaliñado.  O quizá se debiera a que, cuando Marcos había dicho su nombre o cuando le había mirado mientras el bebé dormía en el regazo de Victoria, sus ojos se habían impregnado de una ternura que ella no le creía capaz de sentir.

**Inicio del Flashback**
Lo había conocido un viernes frío y ventoso a mediados de diciembre, cuando ella acababa de entrar a trabajar en Publicidad Dones y Rebecca, una de las secretarias que trabajaban en el mismo piso que Victoria, había ido a buscarla para acompañarla al comedor de empleados de la compañía donde iba a tener lugar una pequeña fiesta para celebrar las navidades.  Habían adornado el lugar con globos, serpentinas y un árbol de navidad y en medio de la estancia había una mesa larga llena de un gran surtido de entremeses, canapés y bebidas.  Victoria se sirvió un vaso de ponche.  Donde el sabor de las frutas se mezclaban deliciosamente con ron y quién sabe qué otro licor.  Victoria no había tomado ponche desde hacía mucho tiempo y después de beber con entusiasmo un vaso, se sirvió otro y otro.
Rebecca le presentó algunos de los compañeros de trabajo y señaló a otros, haciendo algún comentario pertinente al respecto.
V: ¿Quién es ese? (preguntó Victoria, al ver al moreno alto de ojos color castaño, guapo y elegante, que charlaba animadamente con otros hombres junto al árbol de navidad.  Rebecca suspiró con nostalgia).
R: Es Marcos Guerrero.  ¿No es un sueño?  Todas las empleadas de Publicidad Dones estamos locas por él.  
Victoria le observó mientras se dirigía con increíble gracia felina hacia la mesa para llenarse un vaso de ponche.  Al acercarse, capto la mirada de Victoria, vaciló un momento y luego le dedicó una amplia sonrisa.  Rebecca sacudió el brazo de su amiga.
R: ¿Quieres que te lo presente? (susurro).
V: Si tú no lo haces, yo misma me presentaré (declaró Victoria con una pícara sonrisa y sorprendiéndose de sí misma, ya el ponche estaba haciendo su efecto).

Por lo visto a él le interesaba tanto conocer a la recién llegada muchacha de sedosa cabellera rubia y ojos soñadores, como a ella conocerle a él.  Se deslizó con su gracia de tigre hacia las dos empleadas, saludó a Rebecca con una inclinación de cabeza y luego se volvió hacia Victoria, con una radiante sonrisa.
M: Eres nueva por aquí, ¿verdad? (murmuró con voz profunda y resonante).
R: Marcos (intervino Rebecca en su papel de relaciones públicas).  Te presento a Victoria Fernández.  Victoria, él es Marcos Guerrero.
M: Gracias, Rebecca (dijo él, sin despegar los ojos de Victoria).  Desde ahora en adelante yo me encargare del resto  (Rebecca emitió una risita y se escapó, para ir a reunirse con otro grupo de secretarias).

Victoria consiguió conservar el aplomo mientras intercambiaba con Marcos una conversación genérica sin un tema principal.  En general los hombres no la intimidaban, pero había algo en Marcos Guerrero que le impedía hablar con naturalidad.  O quizá se debiera a la cantidad de ponche que había ingerido.

En todo caso, cuando Marcos le preguntó si quería dar un paseo con él, Victoria aceptó. Después de dejar encima de la mesa su vaso y el de ella, Marcos la agarró del brazo y la condujo fuera del comedor, charlando sobre trivialidades, subieron en el ascensor todavía hasta el piso superior y luego avanzaron por un pasillo hasta llegar a un despacho. Marcos abrió la puerta y empujo dentro a la joven.

M: Por fin, el muérdago (anunció él).  
Victoria miró a su alrededor y comento:
V: No veo ningún muérdago por aquí.

Marcos la cogió por los hombros y la hizo volverse hacia él.
M: Usa tu imaginación (había dicho antes de atrapar su boca con los labios).
**Final del Flashback**

M: Aquí está el agua.
La voz de Marcos la hizo volver al presente.  Victoria movió la cabeza para desechar aquel recuerdo y aceptó el vaso que Marcos le estaba ofreciendo.  Ni siquiera le había oído entrar y cerrar la puerta.  Demasiado turbada para hablar, Victoria mojó una punta del trapo con el agua y se limpió la camisa.
M: Tengo entendido que se debe usar un babero para protegerse la ropa (dijo Marcos).
V: ¿Un babero?
Marcos se sentó en el suelo a un lado de Victoria y le enseñó el babero que había cogido del sillón.
M: Si, esto se llama así.
V: Vaya (dijo Victoria con indiferencia).
M: Realmente siento lo de tu camisa, Victoria.
Victoria asintió y, quizá a causa del turbador recuerdo de su primer encuentro, sintió el impulso de enfrascarse en una discusión con él.
V: Es curioso que me hayas pedido que te ayude a cuidar del bebé, cuando sabes más de ese asunto que yo. ¿Es que saber cuidar a un niño resulta una amenaza para tu masculinidad?
Marcos la miró con fijeza y llego soltó una risotada, como si esperara un comentario semejante de Victoria.
M: Tú sabes cuándo es hambre lo que tiene el bebé.  Yo sé que este trapo se llama babero, creo que mi masculinidad puede sobrevivir a este conocimiento.
V: ¿Y cómo te has enterado de que existen los baberos?
M: Me lo ha dicho Carol.
V: ¿Carol?
Marcos miró al niño dormido.
M: La madre de Lautaro (respondió por fin).

Era evidente que no quería que Victoria supiera que tipo de relación existía entre la madre de Lautaro y él.  Victoria miro a la criatura y luego a Marcos y volvió a pensar en la posibilidad de que el pequeño fuera hijo suyo.  Pero aunque debería condenarle por su irresponsabilidad, se descubrió sintiendo por él una extraña sensación.  Cada vez que miraba a Lautaro, la actitud de Marcos parecía cambiar.  Ver sus ojos brillar con esa mezcla de pesar, temor y ternura hacía que algo se fundiera y derritiera dentro de Victoria.  No podía enfadarse con él, hubiera hecho lo que fuese, sin importar cuál fuera su relación con el pequeño que dormía plácidamente.
M: ¿Me ayudarás a llevarle a casa? (preguntó Marcos).
V: ¿Qué quieres decir?
M: Tengo que llevarle a casa.  Además tengo que pasar por una tienda de bebes para comprar algunas cosas para Lautaro; por ejemplo, una cuna.  Podrías ayudarme a elegir una.
V: ¿Yo? (expresó Victoria, perpleja).  ¿Por qué yo?
M: En cuanto que lo dejemos bien dormido podremos revisar el contrato Barrios (explicó Marcos).
V: Podríamos hablar del documento por teléfono (protestó Victoria).  ¿Qué diantre tiene que ver el contrato con mi ayuda para comprar la cuna?
M: Porque las mujeres... (Comenzó a decir Marcos cuando Victoria lo interrumpe)
V: Yo no sé nada sobre cunas (le interrumpió ella).  Cualquier otra mujer en esta compañía estaría más que dispuesta a acompañarte a comprar la cuna.  ¿Por qué no se lo pides a una de ellas?
Marcos la miró a los ojos sin parpadear.  El tierno amor que Victoria había visto en aquellos ojos cuando se posaban en el bebé no estaba allí, pero había otras emociones igualmente interesantes: confianza, necesidad y firmeza.
M: Cualquiera de las mujeres que trabajan en esta compañía me pediría algo a cambio de su ayuda (declaró sin rodeos).  Lo cual no estoy dispuesto a ofrecerles.
Victoria asintió en tácito y completo entendimiento.
M: ¿Me ayudarás? (insistió Marcos).
Ella suspiró.
V: Esta bien (aceptó sin saber porque y empezó a ponerse de pie).
Marcos le extendió una mano y ella aceptó con naturalidad aquella muestra de caballerosidad.  Antes de salir del despacho de su compañero de trabajo, preguntó:
V: Sólo quiero saben una cosa, Guerrero.  ¿Debo guardar el secreto?
M: No, por supuesto que no.  Me vieron entrar con el bebé en el despacho y me verán salir con él (arropó al niño dormido con una manta y se incorporó).  Pero me gustaría que nuestra salida juntos fuera lo más discreta posible.  No quiero contestar ahora un montón de preguntas indiscretas.  ¿De acuerdo?
V: De acuerdo.
Victoria siguió mirándole mientras él recogía el resto de las cosas del bebé y las metía en una bolsa.  Se puso la chaqueta y entregó la bolsa a la joven, mientras él empujaba el carrito.  Una vez fuera del despacho, Marcos cerró la puerta con llave.
De repente, Victoria se preguntó por qué había aceptado ayudarle.  Quizá se hubiera vuelto un poco loca, después de todo.

Continuará…

Capítulo 3

Antes de ir al apartamento de Marcos, habían pasado por la casa de Victoria, donde ella se había cambiado de ropa y dejado su vehículo para ir ambos en el auto con Lautaro a la tienda especializada en artículos para bebes.  Marcos solo la esperó en su vehículo.

Ya en la tienda…
Ambos habían elegido, al cabo de un breve debate sobre sus pros y sus contras, una cuna de madera.  Además de algunas bolsas de pañales desechables, algunos biberones, cremas protectoras y un oso de peluche que debía ser el doble del tamaño de Lautaro, que Marcos insistió en comprar.  
Una vez terminaron las compras se dirigieron hacia el apartamento de Marcos.  El apartamento era como Victoria había supuesto: grande, con moderno mobiliario, luces indirectas y un complejo equipo de música.  Justamente el tipo de decoración impersonal y elegante que un joven y exitoso ejecutivo como Marcos elegiría, pensó Victoria con cierto sarcasmo.
Marcos llevó los artículos comprados al piso superior y armó la cuna mientras Victoria daba a Lautaro un biberón.  Ella hubiera preferido pasar el tiempo curioseando en la sala, leyendo los títulos de los libros acomodados con cuidado en los estantes que abarcaban una de las paredes o buscando entre los sillones de cuero algún pendiente olvidado.  Quería saciar su curiosidad sobre Marcos.  Hasta ese momento no se había ocupado de preguntarse dónde o cómo viviría.  Pero eso se debía, sin duda, a que no habían tenido un contacto personal desde aquella tarde hacia va cuatro años.
Entonces recordó que la única razón por la que Marcos le había pedido ayuda era que confiaba en su discreción.  Sentada a la mesa en la confortable y bien equipada cocina, Victoria acomodó la cabeza del bebé sobre su regazo y el cuerpo sobre sus rodillas y mientras él se tomaba el biberón, meditó sobre la situación.
No podía haber otra razón oculta en la solicitud de ayuda de Marcos aparte la confianza en su discreción.  No podía haberle pedido su ayuda por amistad, ya que la relación que habían mantenido desde aquella celebración navideña había sido de todo menos amistosa.  Sin embargo, ahora se sentía más unida que nunca a él.  Quizá más que amistad o simpatía, lo que sentía ahora por él era una especie de solidaridad.  Marcos no era precisamente el tipo de hombre que podía causar compasión, en especial en una mujer como Victoria.  Sin embargo, verle tan inseguro y vulnerable no dejaba de ser conmovedor.  Y su insistencia en comprar ese absurdo oso de peluche monumental…, nunca habría imaginado Victoria que Marcos pudiera ser tan poco práctico.  Pero más que poco práctico, el hecho de comprar el oso había sido enternecedor.  Algo en Lautaro hacía brotar la ternura escondida en Marcos.  Esa dulzura desconocida, inusitada, más que otra cosa, era la que despertaba la curiosidad de Victoria.

Cuando el bebé dejó de comer, ella siguió jugando con él, mientras Marcos ojeaba el contrato de Barrios Software.

V: Se parece a ti (observó Victoria).

Marcos solo alzó su mirada del documento que estaba leyendo y la dirigió hacia Victoria.  Victoria estaba sentada en el otro extremo con el bebé sobre el regazo.  Victoria había supuesto que la argolla de plástico con gel color amarilla que había visto en el suelo del despacho de Marcos era uno de esos juguetes que se da a los bebés para morder y a la vez desarrollen la fuerza de sus maxilares.  Cada vez que lo metía entre los labios del pequeño, él lo apretaba con las encías, sonreía y movía las manitas con entusiasmo.
Y cuando sonreía y sus ojos color castaño se posaban en ella, Lautaro adquiría un enorme parecido con Marcos.  Quizá no debiera haber mencionado el parecido; quizá Marcos pensara que era una forma indirecta de interrogarle respecto al bebé.  Pero la observación se le había escapado y ya no podía retractarse.
De hecho, Marcos pareció más extrañado que molesto y dijo.
M: ¿Tú crees?
V: Un poco (repitió Victoria y especificó).  Cuando sonríe.
Marcos observó un momento al bebé y luego se encogió de hombros.
M: Más Victoriae que se me parezca cuando sonríe y no cuando se enfada (echó una ojeada a la carpeta que estaba sobre la mesa).  Has hecho un gran trabajo para el contrato con Barrios, ¿eh? (observó con una mezcla de asombro y a la vez de admiración hacia el trabajo realizado por Victoria).
La atención de Victoria se desvió del bebé hacia Marcos.  Antes de salir de las oficinas de P&D aquella tarde, había sacado del archivo todos los documentos relacionados con el contrato Barrios para trabajar en su casa.  
Quizás Marcos pensara hacer de papá soltero el resto del día, pero ella tenía las esperanzas de trabajar sobre en el contrato de Barrios cuando el pequeño se calmara un poco.  

Marcos se había puesto unos pantalones jeans y una camisa deportiva a juego luego de armar la cuna de Lautaro.  El atuendo informal le sentaba muy bien, pensó Victoria, con la mitad de su atención concentrada en el bebé que tenía en el regazo y la otra mitad en el apuesto y sexy hombre que se encontraba enfrente de ella.

M: Me sorprende que hayas realizado tanto trabajo preliminar sobre la cuenta incluso antes de que Barrios aceptara nuestros servicios (observó Marcos, colocando los papeles ordenados antes de volver a meterlos en la carpeta).  ¿Y si hubiera decidido contratar los servicios de otra asesora?
V: Pues habría perdido mucho tiempo y esfuerzo (respondió Victoria encogiéndose de hombros).  Siempre hago mucho trabajo preliminar cuando estoy cortejando a un nuevo cliente.  Después de todo, no quiero que piensen que sólo por ser mujer no sé nada sobre sus negocios.
Marcos no podía haber dejado de notar su tono irónico, pero respondió con seriedad:
M: Debe ser muy molesto para ti encontrarte con clientes que no te tomen en serlo, ¿verdad?
V: Clientes y colegas.
Marcos esbozó una sonrisa enigmática.
M: ¿Te refieres a mí?
V: A quién se dé por aludido, Guerrero… (Victoria bajó la mirada y procuró no alterarse.  Aquel era un tema que solía irritarla con facilidad).
La sonrisa de Marcos se suavizo.
M: Siempre te he tomado en serio, Fernández.
V: Ja, ja (se burló ella).  Sin duda es por eso, que hiciste todo lo posible para que no me incluyeran en el contrato Álvarez y por lo que pasaste a Bruno González en el asunto de Díaz y Compañía en lugar de a mí y por lo que ni siquiera cuentas ningún chiste picante en mi presencia, ¿verdad?
M: ¿Te gustan los chistes picantes? (preguntó Marcos, arqueando las cejas).
Ella le miró fijamente.
V: Sí, si son graciosos y no denigran a las mujeres (declaró). Pero no si son machistas y vulgares.
Marcos sonrió y dijo:
M: Me extraña que manifiestes tus opiniones feministas cuando en este momento pareces una abnegada madre.
V: ¿Madre abnegada? (explotó Victoria).  ¡Este bebé es problema tuyo, Guerrero, no mío!
M: En ningún momento he dicho que sea tuyo (replicó Marcos con calma).  De hecho, no he dicho que sea un problema (sonrió).  Lo que he querido decir es que cuando le coges así y juegas con él, pareces muy... muy femenina.
¡Como si una mujer sólo estuviera femenina cuando cuidaba un bebé y no cuando se ocupaba de negocios y analizaba datos financieros!, pensó ella con irritación.
V: Si tu intención ha sido halagarme.  Guerrero, has fracasado entre dientes.  Mientras volvía a colocar la anilla de plástico en la boca de Lautaro.
Marcos parecía a punto de replicar algo, pero sus palabras fueron interrumpidas por el timbre del teléfono.  Se echó un poco hacia atrás y atendió su teléfono celular.

*** Conversación Telefónica***
¿?:  Hola (Marcos permaneció en silencio un momento y, su cara adquirió una repentina expresión de seriedad.  Apretó su celular).  
M: ¿Carol? ¿Carol, dónde estás? 
El primer impulso de Victoria fue salir de la cocina para que Marcos pudiera hablar con confianza, pero una curiosidad inhabitual en ella la hizo permanecer en su asiento.  No es que fuese curiosa, pero después de lo que había compartido con Marcos, no le parecía irrazonable saber un poco más acerca del bebé que tenía en el regazo.  Si Marcos le pedía que saliera, por supuesto lo haría.  Pero si no se lo pedía, se quedaría allí.  No se lo pidió.

M: No, no se lo he dicho a nadie (estaba diciendo Marcos).  No, está bien.  Ha llorado un poco pero va se ha calmado.  
C: Ah, sí. Pues me alegro de saberlo.  
M: Le he comprado una cuna y... Oh, por amor de Dios, no iba a acostarle conmigo en la cama.
Claro que no, pensó Victoria con ironía, ese sitio estaba reservado únicamente para mujeres.

M: Hasta el momento no ha sido demasiado pesado (estaba diciendo él al teléfono).  
Aprendo sobre la marcha.  Pero me está ayudando alguien (desvió la mirada en dirección a Victoria y añadió).  Es una amiga.  He supuesto que ella sabe más sobre estas cosas de bebés que yo.  Pero escucha, Carol, no convirtamos esto en algo permanente, ¿quieres? Tengo que vivir mi propia vida y... Está bien, si... estaremos en contacto (se puso de pie terminando la llamada).
*** Fin de la llamada telefónica***

A Victoria le costó un poco de trabajo asimilar lo último que había oído.  Eso de que tenía que vivir su vida le pareció sumamente egoísta... en caso de que él fuera el padre de la criatura.  Pero, si no lo era, ¿por qué le estaba cuidando?, esa era una interrogante que aún no tenía la respuesta.

Como no podía contestar esa pregunta, la olvidó y se concentró en lo demás que había oído.  Una amiga.  Se había referido a ella como una amiga.  ¿Así era en realidad como la consideraba?  ¿O simplemente sentía un poco de simpatía hacia ella ahora que le estaba ayudando en aquel momento de desesperación?

M: ¿Por qué no agarro un momento al bebé mientras nos preparas algo de comer?  Yo no sé tú, pero yo me estoy muriendo de hambre (dijo Marcos sacando a Victoria de sus pensamientos). 
V: Yooo!, Yo no voy a preparar nada (contestó Victoria algo molesta).  Por si no te has dado cuenta, esta es tu casa, tú eres el anfitrión.  Esta es tu cocina y yo sólo he venido a ayudarte porque me lo has suplicado y porque tenemos que trabajar en el contrato Barrios.  Te he hecho un enorme favor al venir aquí, Guerrero. ¿Crees de verdad que además voy a cocinar para ti?
La negativa de la joven sorprendió a Marcos,
M: Yo sólo quería salvarte de mis espantosos guisos (declaró a modo de defensa).  Todos los que se exponen a mis platos se ofrecen después como voluntarios para preparar la comida.
V: Un buen truco (dijo Victoria con tono seco).  Si haces algo lo suficientemente mal, nadie te pedirá que lo vuelvas a hacer, buena estrategia.  Pues olvídalo, colega.  Yo también soy una pésima cocinera.
Marcos la observo un minuto, luego sus labios se curvaron en una amplia sonrisa.
M: Con razón conoces el truco.  Sin duda lo has usado también.
V: Te estoy diciendo la verdad, cocino mal, muy mal (aseguró Victoria).
M: ¿Es que no te enseño tu madre? (preguntó Marcos ladeando su cabeza).  ¿Nunca jugaste con muñecas o a las comiditas o cosas por el estilo cuando eras niña?  Primero me dices que no sabes nada sobre bebés, luego que no sabes cocinar...
V: Es cierto (corroboró Victoria).  Mi madre me enseñó muchas cosas, pero no a cambiar pañales ni a cocinar.

La sonrisa de Marcos se hizo más amplia.  Apoyándose contra un mueble se cruzó de brazos y la examinó con atención, con un brillo divertido en los ojos.

M: Entonces, ¿Qué te enseñó? (preguntó por fin).

Victoria no estaba segura, pero tenía la impresión de que Marcos estaba flirteando con ella.  En sus mejillas habían aparecido esos hoyuelos y una sonrisa que hacían derretir a todas sus compañeras de trabajo.  Y su postura, a pesar de su aparente desgano, le parecía provocativa.
Victoria se concentró en el bebé por un momento, negándose a contemplar aquel esbelto y vigoroso cuerpo masculino.

V: Mi madre me enseñó a lograr todo lo que me propongo (dijo en voz baja, pero segura).  A trabajar para conseguir lo que me propusiera y a planear mi futuro.  Me enseñó a tener disciplina y sentido práctico (hizo una pausa y luego añadió, con toda intención).  Como también me enseñó a esquivar a los hombres que piensan que para lo único que sirve una mujer es para cambiar pañales y hacer la comida.

Marcos soltó una carcajada.

M: Vamos, Victoria, incluso yo pienso que las mujeres sirven para otras cosas además de cambiar pañales y cocinar.

Victoria le dirigió una mirada demoledora.

V: Pues sí, mi madre también me enseñó que además de como cocineras y niñeras, algunos hombres pensaban que las mujeres eran también objetos sexuales.

Marcos volvió a reír, pero había seriedad en sus ojos cuando dijo:

M: Entonces, siendo así, te sugiero una cosa.  Yo preparó la comida mientras tú me dices por qué me odias.
V: ¿Odiarte? (preguntó ella, entornando los ojos).  ¿Qué te hace pensar que te odio?
M: ¿Esa palabra es demasiado fuerte para tu delicada sensibilidad?  Bien, busquemos otra mejor.  ¿Por qué te soy antipático?  ¿Por qué me aborreces?  ¿Por qué me desprecias?

Victoria supuso que lo más adecuado sería decir que le era antipático.

V: ¿Cuánto tiempo tengo para decirte por qué me eres antipático? (preguntó, con tono sarcástico).  Si piensas preparar una comida formal, quizá tenga tiempo de enumerarte todas las razones.

Continuará….

Capítulo 4

M: He pensado sacar esta pizza congelada... (Marcos sacó del refrigerador la pizza congelada y así seguir las instrucciones del dorso del paquete), así que tendrás diez minutos más o menos para enumerarme todos mis defectos.  ¿Crees que podrás hablar tan deprisa?

Marcos rio sarcásticamente y Victoria solo lo imitó, incluso el bebé lanzó una risita alborozada.  Victoria lo alzó un poco sobre su regazo para que pudiera ver a Marcos y le dijo a Lautaro.
V: Ver a un hombre preparar la comida te vendría muy bien.  (y a Marcos le dijo).  Quizás así olvide esa absurda creencia de que la cocina es terreno exclusivo de las mujeres.

Marcos sacó la pizza del paquete.  La puso en un molde de pizza y la metió en el horno,

M: ¿Bien? (instó a Victoria).  La comida ya está en marcha.
V: Para empezar, eres muy dado a los flirteos.
M: ¿Los flirteos? (Marcos sopesó con cautela la acusación de Victoria).  Flirtear implica frivolidad.  ¿Qué te hace pensar que soy frívolo?
V: La forma en que abordas todas las mujeres que conoces, inmediatamente adoptas un aire de Don Juan Tenorio (observó Victoria).
M: Eso no es cierto (protestó Marcos con firmeza).  No adopto ningún aire de conquistador, simplemente soy... un hombre amable.
V: ¿De verdad quieres que continuemos con esto, Marcos? (preguntó Victoria, irritada de repente con él).

Todavía no estaba segura de por qué había accedido a ayudarle con Lautaro, por qué había aceptado salir antes del trabajo para acompañarlo a comprar cosas para el bebé y luego ir con él a su apartamento.  Su desesperada súplica de ayuda había tenido algo que ver con su aceptación, pero sin duda no era la única razón.

Victoria no quería pensar en que sentía alguna debilidad sentimental por Marcos.  Sin embargo, sabía que no podría irse de su casa en aquel momento.  O quizá si pudiera, pero no lo deseaba.

V: No tengo ganas de analizarte (añadió con voz tranquila).  Podrás ser tu tema favorito de conversación, Marcos, pero no el mío.

Toda huella o mueca de humor había desaparecido de la cara de Marcos cuando dijo:

M: No me estoy portando como un seductor contigo, Victoria.  Es obvio que te molestaría y no lo hago.  La forma como me comporto con las otras mujeres no debería importarte lo más mínimo.  Presumo de llevarme bien con la gente, pero contigo... ¿Por qué eres tan hostil conmigo, Fernández?

Victoria estaba demasiado absorta en reflexionar sobre lo que él le había dicho respecto a su comportamiento con otras mujeres para contestar en el acto.  Era cierto, ¿qué le importaba a ella que Marcos flirteara o no con las demás empleadas de la compañía?  El hecho de que la respetara lo suficiente para no galantear con ella debía complacerla, no molestarla.

Turbada por la exasperante posibilidad de que en el fondo quizá lo que deseaba era que Marcos flirteara también con ella, apartó de su mente aquel pensamiento.

V: ¿No han terminado los diez minutos? (preguntó mirando hacia el horno).

Marcos sonrió.
M: Creí que tenías una larga lista de reproches que hacerme.

Victoria se negó a caer en la trampa.
V: Si sientes alguna hostilidad en mí, quizás se deba a que no me gusta ser tratada como un ser inferior.
M: No te trato como a un ser inferior (le replicó Marcos).
V: Entonces, ¿por qué me excluiste de los proyectos Álvarez y Díaz?  ¿Por qué aprovechaste a mis espaldas tu amistad con Barrios para firmar el contrato cuando yo le tenía casi convencido?  ¿Por qué?
M: No he hecho nada a tus espaldas (se defendió Marcos ante el ataque verbal de Victoria).  Simplemente me pareció un buen cliente para la compañía y he querido asegurarle.  Yo sólo estaba pensando en el bien de la compañía, no en mí propio prestigio.
V: Yo podía haber finalizado el contrato con ese cliente.  Pero no tenías confianza en mí y por eso le llamaste por teléfono (dijo agregando en su defensa). 

Marcos reflexionó un momento, luego apagó el horno y se volvió hacia Victoria.

M: Está bien.  Hace tiempo que conozco a Barrios y se cómo trabaja su mente.  Es el tipo de hombre que desconfía de las mujeres de negocios.

Victoria lanzó un bufido de indignación.

V: Barrios desconfía de las mujeres de negocios pero no le molesta aprovechar las comidas de negocios para tratar de agarrarles las rodillas por debajo de la mesa.
M: ¿Hace eso?  ¿Te agarró las rodillas? (Marcos giró los ojos y sacudió la cabeza).  ¿Lo ves, Victoria?  Estás en desventaja cuando se trata de esas cuestiones.  Francisco Barrios no le habría agarrado las rodillas a un hombre por debajo del mantel.

Marcos tenía un punto a su favor, pero un punto muy débil.  EL hecho de que Francisco Barrios fuera un zorro mañoso no ponía a Victoria en desventaja, ella le había manejado con discreción y habilidad, sin herir su ego.

V: No veo por qué el hecho de tener que lidiar a veces con imbéciles como Francisco Barrios me puede convertir en un asesor de inferior calidad (dijo con lentitud).
M: No te hace de inferior calidad (aclaró Marcos).  Pero debes admitir que los clientes se comportan contigo de un modo diferente a como lo hacen con los asesores masculinos de la compañía.  He conocido algunos clientes que no quieren aceptar recomendaciones de una mujer.  No les gusta que una mujer los asesore.  Fue eso lo le sucedió a Rhonda Culpeper, y estoy seguro de que te ha sucedido a ti también o te sucederá (sacó del molde de metal con la pizza del horno y lo dejo en la mesa).  Las mujeres se toman las cosas muy a pecho.  Nunca se te ocurrió que mi llamada a Barrios fuera una cuestión de simple sentido común.  Lo has interpretado como si yo estuviera tratando de perjudicar tu trabajo, como si estuviera dando un mensaje indirecto sobre tu capacidad.  Estás muy equivocada.  Sólo estaba tratando de asegurarme de que Barrios contratara nuestros servicios.  Las mujeres siempre se toman todo de un modo personal (concluyó).
V: No es cierto (replicó Victoria con calma).  Te aseguro que Francisco Barrios no posó su mano sobre mi rodilla de manera personal te lo aseguro.

Marcos rio divertido.

M: Victoria, te puedo asegurar que eso tenía una doble intención, más bien personal, muy personal 
Marcos salió de la cocina sin dejar de reír para volver poco después empujando el cochecito del bebé.  Cogió a Lautaro del regazo de Victoria y lo colocó dentro del cochecito, luego lo llevó al lado de la mesa.  Lo dejó allí y fue a sacar una botella de vino del porta vino.  El bebé empezó a llorar.
M: Oye, oye nada de llantos, muchachito (le reprendió Marcos).  Tu madre dice que sólo das la lata de las tres y media a las cuatro y media de la tarde y se supone que debes ser un ángel el resto de la tarde y noche.  Ya son más de las cinco, así que a sonreír.
Lautaro miro a Marcos con sus ojos suspicaces y luego continuó gimoteando.  Victoria le entregó su anilla de plástico y el bebé dejó de llorar.

M: ¿Lo ves? (dijo Marcos).  No importa lo que tu madre no te haya enseñado, tienes intuición maternal.  Siempre consigues tranquilizarlo.
V: Le tranquiliza su juguete.

Marcos rio entre dientes y descorcho la botella.  Llenó dos copas largas y las llevó a la mesa, luego sacó dos platos y se sentó enfrente de Victoria.

M: Tú dirás lo que quieras, Fernández, pero es un hecho irrefutable que las mujeres son mejores madres que los hombres.
V: Esa no es la cuestión (replicó Victoria, incapaz de reprimir una sonrisa).
M: ¿Cuál es entonces?  Las mujeres se convierten en madres.  Ese es otro hecho que deben aceptar.  No estoy diciendo que eso las vuelva inferiores, pero debes aceptar los hechos.  La mayoría de las mujeres se quedan embarazadas a la larga y abandonan el trabajo, como lo hizo Rhonda Culpeper.
V: Yo no soy Rhonda Culpeper (aclaró Victoria, sin preocuparse en añadir que dentro de algunos años quizá se encontrara en la misma situación que Rhonda, es decir, tratando de compaginar la maternidad con su carrera profesional).

La madre de Victoria había decidido continuar trabajando después de que naciera ella y aunque ésta podía entender la decisión de su madre, esta decisión había dejado su marca en su niñez.  Las cosas eran diferentes ahora, no obstante.  Era más aceptable Victoriaerse del servicio de guarderías y niñeras disponibles.  Aunque tenía la convicción que los padres deben participar más activamente en el cuidado de sus hijos.
¿Por qué su mente no dejaba de desviarse en esa dirección?, se preguntó Victoria.  Desde que había oído los lamentos de un bebé en su despacho, no había dejado de pensar en la maternidad.  Todavía no quería ser madre, ni siquiera quería pensar en la posibilidad de ser madre.

Pero parecía que el niño que estaba sentado en su cochecito apretando con una mano la anilla mientras intentaba al mismo tiempo meterse los cinco dedos de la otra manita a la boca, estaba ejerciendo un hechizo mágico en ella.  El tenerle en su regazo no la había llenado de sabiduría maternal, pero sí de ternura.

M: ¿Tú que vas a hacer cuando te quedes embarazada?  Es muy posible que también dejes el trabajo.
V: ¿Quién dice que voy a quedarme embarazada? (replicó Victoria, después de dar un sorbo a su vino).  En realidad, eres tú quien debiera estar haciendo esa pregunta.  ¿Qué vas a hacer con tu trabajo mientras tengas aquí a Lautaro?

Marcos contempló al aludido y reflexionó un momento.

M: Hoy es jueves.  Supongo que me tomare el día libre mañana y luego viene el fin de semana...
V: Y luego vendrá el lunes y, ¿qué vas a hacer?  Más Victoriae que empieces a buscar información sobre guarderías o niñeras.  No querrás que todo mundo en P&D piense que eres inferior porque tienes que quedarte en casa con un bebé en lugar de ser un emprendedor y activo asesor financiero.

Los ojos de Marcos lanzaron chispas al mirar a Victoria con una mezcla de indignación e inquietud.

M: Ya pensaré en algo (murmuró).  Espero que para el lunes ya haya regresado Carol.

La tentación de preguntarle algo acerca de la madre del pequeño era muy grande, pero Victoria la reprimió dando un mordisco a su pizza.  Masticó, tragó y torció el gesto.

V: La pizza helada está horrible (dijo al fin).
M: La pizza helada es mi máximo logro culinario (contestó Marcos).  La próxima vez preparas tú la cena.
V: ¿Quién ha dicho que va a haber una próxima vez? (Victoria dio un largo sorbo a su vino y sonrió).  Al menos el vino no está malo (dio otro sorbo y miró a Marcos por encima del borde de su vaso).  Entonces, mientras estés con Lautaro en casa, yo tendré que hacer todo el trabajo del asunto Barrios, ¿no es así?
M: Podremos trabajar juntos (mantuvo Marcos).  Podrías tenerme informado por teléfono y…
V: ¿Tenerte informado sobre qué?  ¿Sobre cuánto he hecho mientras tú estás aquí haciendo de niñera?

Marcos se metió en la boca un trozo de pizza y reflexiono mientras masticaba.

M: Los dos podríamos trabajar aquí, si estás dispuesta (sugirió).  Tengo teléfono y ordenador.  Podríamos diseñar un plan de trabajo para llevarlo al Departamento de Investigación de Mercado el lunes.

Victoria le miró con expresión de burla.

V: Si te quedas encerrado aquí con conmigo y Lautaro los próximos días, ¿a quién le contarás tus chistes verdes?

Marcos cogió su vaso y lo alzó, pero sus ojos se quedaron fijos en Victoria.  Victoria se dio cuenta de que Marcos lo estaba desafiando y sus hoyuelos de su sonrisa eran la señal de que le gustaba el reto.  Marcos un trago a su vino, dejó el vaso y preguntó:
M: ¿Has oído ya el chiste de la vendedora ambulante y el hijo del granjero?

Victoria le miró con los ojos muy abiertos.

V: ¿Realmente hay un chiste sobre una vendedora y un hijo de granjero?

Marcos asintió y su sonrisa se hizo más amplia.

V: Vaya, parece que hemos progresado mucho (dijo Victoria evidentemente divertida).  Una vendedora y el hijo del granjero… uf…
M: Si friegas los platos te lo contaré (prometió Marcos).
V: Vaya con el progreso (masculló Victoria).  ¿Por qué debo ser yo quien los friegue?
M: No tienes que fregarlos, solo enjuagarlos y meterlos en agua con jabón (ante la mirada de la joven, añadió).  Después de todo, yo he preparado la cena.
V: ¿Le llamas preparar la cena a calentar una pizza?

Marcos rio de buena gana.


M: Toma otro trozo, Victoria (ofreció).  Y bebe más vino.  Me temo que la mayoría de mis chistes no son muy graciosos, pero si bebes un poco más, podría hasta hacerte sonreír (volvió a llenar las copas de ambos).  Espero que no me juzgues frívolo si te digo que deberías sonreír más a menudo.

Victoria adoptó una actitud defensiva.

V: Sonrío con la frecuencia suficiente.
M: No es cierto (debatió Marcos con expresión seria).  Y si tengo que atiborrarte de vino y contarte todos los chistes verdes de mi repertorio para conseguir que sonrías un poco más, lo haré.
V: Creí que no ibas a flirtear conmigo (dijo Victoria con expresión recelosa y los labios apretados).
M: No estoy flirteando contigo (le aseguró Marcos).  Sólo estaba diciendo la verdad.  Ya me odias, así que no tengo mucho que perder siendo sincero contigo.
V: No te odio (añadió Victoria con creciente nerviosismo).
M: ¿Me aborreces?  ¿Me detestas?  ¿Te soy antipático?  ¿Qué término prefieres o haz elegido?

Victoria apretó los labios.  Apartó su silla y se puso de pie.

V: Me voy (anuncio).
Marcos también se levantó y le puso una mano en el hombro para retenerla en su sitio.

M: ¿Tienes miedo?
V: Claro que no.
M: Entonces quédate.  Friega los platos mientras yo cambio el pañal a Lautaro, luego trataremos de dormirle para poder planear la estrategia de Barrios Software.  Prometo que no trataré más de hacerte sonreír.

Victoria le miró por un momento, y, sin saber por qué, quiso sonreír para él.

V: Fregaré los platos (accedió, con voz apenas audible pero más firme de lo que deseaba).  Y terminare mi vino y luego me podrás contar tu estúpido chiste, y ya te haré saber si Victoriae una sonrisa.  No te tengo miedo. Guerrero, pero no suelo sonreír a menos que sienta deseos de hacerlo.
M: Dios me libre de una mujer empecinada (gruñó Marcos sonriendo).  

No era su habitual sonrisa seductora, sino más bien era una sonrisa amistosa, franca.  Los labios de Victoria se curvaron en las comisuras y no hizo ningún esfuerzo por resistir el reflejo.  No, no era un reflejo.  Su sonrisa era real, tan sincera como la de Marcos.  No tenía miedo de él, ni siquiera cuando la tocaba o cuando sus ojos se clavaban en los de ella, de manera profunda e intensa.  Simplemente deseaba compartir con él una sonrisa.  Una sonrisa sincera, casi amistosa.
Victoria accedió a quedarse para trabajar en el contrato de Francisco Barrios….

Continuará….


Capítulo 5

V: Hay otros, por supuesto, pero estos son los más importantes (decía Victoria).  Entre los dos cerca del cincuenta por ciento del mercado, creo que Barrios debería concentrar toda su atención en él.
Marcos revisó las cifras dadas por Victoria acerca de las dos principales compañías competidoras de Barrios Software
M: ¿Crees que sería más seguro tratar de enfrentar a los competidores menores? (sugirió Marcos).
V: ¿Para qué perder tiempo? (replicó su colega).  Barrios Software tiene un producto tan bueno como el de las dos compañías más fuertes.  Creo que podríamos irrumpir fácilmente en su mercado.
Marcos metió en su carpeta la hoja de estadísticas, y se volvió hacia Victoria.

M: Te gusta pensar en grande.
V: Si el cliente puede trabajar en grande, si, así es como yo pienso.

Marcos la miró durante largo rato, con los ojos iluminados por un extraño resplandor.

M: No sabía que eras una jugadora tan arriesgada (comentó con cierto aire de admiración).
V: Hay muchas cosas que no sabes sobre mí, Guerrero

Ambos estaban sentados uno al lado del otro en el sofá de cuero de la sala, saboreando el resto del vino y revisando la información que Victoria había reunido sobre Barrios Software y sus competidores.  Media hora antes, Marcos había dormido al niño mientras Victoria fregaba los platos.  Después de echar el resto del vino en sus copas, se habían retirado a trabajar en la sala.

A pesar del vino, de la tenue iluminación de la sala y la cercanía de Marcos, Victoria no percibía ninguna intención seductora en él.  Sus anteriores comentarios sobre su escasa inclinación a sonreír habían sido menos románticos que críticos, decidió ella.  Según el punto de vista de Marcos, las mujeres debían sonreír automáticamente en su presencia.  

Y en cuanto a la leve carga erótica que había sentido cuando él la había tocado en el hombro y la había mirado a los ojos, al parecer no había sido compartida por Marcos.  Sin duda el sistema nervioso de Victoria estaba un poco alterado.  Marcos era un hombre muy atractivo y ningún hombre, aparte del lujurioso Francisco Barrios, la había tocado o mirado con tanta intensidad desde que ella y Tomás habían dado por terminada su relación hace varios años.  Y desde entonces Victoria se había enfocado solo en su carrera profesional por lo que cualquier relación amorosa había pasado a un segundo plano.  Sin embargo, Marcos era uno de esos hombres que disfrutan de dar demostraciones físicas constantemente a las mujeres.  El que la hubiera tocado a ella no tenía nada de particular.
Aunque no hubiera hecho ningún nuevo intento por tocarla, ella le seguía encontrando turbadoramente atractivo.  Marcos tenía el pelo un poco en desorden y olía a colonia y talco para bebé, una combinación embriagadora que hechizaría a cualquier mujer.
Victoria pensaba que la razón por la cual estaba tan perceptiva a la atractiva presencia de Marcos era su actual situación de soledad por el que estaba atravesando y al mero deseo de una mujer normal por reanudar una vida social.  

Victoria se había recuperado de su ruptura con Tomás y era el momento de empezar a salir otra vez con hombres.  Sin duda, esa era la única razón por la que encontraba excitante la inocente fragancia del talco infantil.

Extendió la mano para coger su vaso de vino y se percató que Marcos la estaba observando
M: Dime algo, entonces… 
V: ¿Qué?
M: Háblame de ti.  Acabas de decir que hay mucho que desconozco sobre ti.
V: ¿Por qué quieres que hable de mí?  (Preguntó ella, sonriendo).

Marcos apoyó un brazo en el respaldo del sofá y la observó detenidamente.
M: Quizás porque esta es la primera vez que hemos conseguido ser amables el uno con el otro durante más de dos minutos seguidos (le respondió).  Es mi gran oportunidad.  Si no averiguo algo sobre ti ahora, creo que no lo haré nunca.
V: No sé por qué dices eso, Marcos (aseguró Victoria).  En general esquivo tu presencia y cuando tratas de atacarme es por lo regular a mis espaldas, como por ejemplo excluyéndome de un proyecto interesante o llamando por teléfono a algún compañero del colegio.
M: Ya te he dicho que mi llamada a Barrios no tuvo que ver nada contigo a nivel personal.  No fue un ataque contra ti.
V: ¡Ya! (Victoria se llevó una mano a la garganta y fingió asustarse).  ¿Vas a lanzarte ahora sobre mi cuello?  Si alguien ha sido demasiado exagerado respecto a este asunto, has sido tú.
Su comentario hizo que Marcos hiciera una pausa.  Se recostó contra el respaldo del sofá y la observó con atención.
M: Tienes razón (admitió).  He tenido un día muy duro y creo que estoy cansado (se pasó una mano por el pelo y suspiró).  Has sido sumamente amable conmigo, Victoria, y te lo agradezco de verdad.

Victoria se sintió un poco incómoda por aquella muestra de gratitud.  Sabía que había sido muy amable con Marcos y no entendía la razón.  Un llanto procedente del cuarto de arriba le ahorró cualquier otro comentario.  Marcos soltó una leve protesta y se puso de pie.

M: El deber me llama (gruñó, mientras se dirigía al cuarto).

Victoria también se puso de pie para seguirle.  Quería ver qué clase de guardería había improvisado Marcos y observar en acción su técnica para calmar a un bebé.  Las estanterías llenas de libros de consulta, los archivadores y el escritorio con un ordenador personal denotaban que en circunstancias normales él usaba aquella habitación como oficina.  La mayor parte del escritorio estaba llena de objetos para bebé, pañales desechables, frascos de talco y biberones.  Marcos había colocado la cuna en un rincón de la oficina.  El oso estaba a un lado de la cuna.  Una maleta grande estaba abierta sobre el suelo, revelando su contenido: ropa para bebé, baberos y juguetes.

Marcos se agachó y sacó al bebé de la cuna.  No era la primera vez en ese día que a Victoria le había asombrado la suavidad y el cuidado con el que un hombre tan grande como Marcos sostenía a Lautaro.
M: Bien, jovencito (le dice Marcos al pequeño), ¿Qué te pasa ahora?
La respuesta de Lautaro fue un llanto entrecortado.
M: ¿Tan grave es el problema? (le preguntó Marcos).  

Llevó al bebé hasta el escritorio y le acostó sobre una manta limpia.

M: ¿Tienes hambre?  ¿Sed?  ¿Estás mojado?  ¿Todo junto? (ante el persistente llanto de Lautaro).  Bien.  Dame un indicio. ¿De cuántas sílabas?
V: Revisa su pañal (sugirió Victoria).

Marcos la miró.

M: ¿Por qué no se lo revisas tú?
V: Yo he fregado los platos.

Marcos abrió la toca para replicar algo, pero lo pensó mejor.  Desnudó al bebé y le quitó el pañal, evidentemente mojado.  Victoria observó fascinada como Marcos deslizaba con eficiencia el pañal limpio debajo del bebé, le pasaba una toallita para limpiarlo y luego le sacudía un poco de talco entre las piernas oscilantes del pequeño, lo distribuía con los dedos y luego abrochaba el pañal.

M: ¿Ves? Es muy sencillo (alardeó, dirigiéndose a Victoria).
V: Para alguien con instintos maternales (se burló ella).

Marcos le dirigió otra mirada rápida y sonrió también.

M: Si el mundo se entera de esto, mi reputación quedará completamente destrozada.
V: Yo por el contrario creo que tu reputación mejoraría (apuntó Victoria seriamente).

Marcos se incorporó y se limpió la mano en el muslo, dejando una mancha blanca sobre el jean.  Estaba a punto de preguntar a Victoria qué había querido decir, pero los lamentos de Lautaro se lo impidieron.  Se colocó un pañito sobre el hombro y cogió al bebé.

M: Victoria, ¿Conoces alguna canción de cuna, por casualidad? (le preguntó).  ¿O eso es algo que tampoco te enseñó tu madre?
V: Conozco algunas canciones de taberna —ofreció Victoria.
M: ¿Tu madre te enseñó canciones de taberna?
Victoria soltó una carcajada.
V: La verdad es que mi madre no es la única persona que me ha enseñado cosas, Marcos.  Quizás Lautaro se calla si dejas una pequeña luz encendida (sugirió).  Tal vez tenga miedo a la oscuridad.  ¿Tienes alguna lámpara de baja intensidad o algo parecido?

Marcos movió la cabeza.
Victoria recorrió la habitación con la mirada.

V: ¿Y si dejamos encendida la luz del pasillo? (sugirió).  Puedes dejar la puerta entreabierta  y así entrara algo de luz en la habitación.  Quizás sea eso es lo que quiere y deje de llorar.

M: Bien, podemos intentarlo (asintió Marcos).  

El llanto de Lautaro aumentó cuando Marcos lo dejó con cuidado en la cuna, pero al salir del cuarto, dejaron la puerta entreabierta para que entrara un poco de luz, el bebé se calmó.  Marcos y Victoria permanecieron en el pasillo un momento, para asegurarse de que Lautaro se había quedado dormido.

M: Has tenido una buena idea (murmuró Marcos, dirigiéndose hacia las escaleras).  ¿Cómo se te ocurrió?
V: Yo también tenía miedo a la oscuridad cuando era niña.  Dormía con una luz tenue hasta los diez años de edad.
M: ¿De verdad? (Marcos pareció sorprendido y conmovido por la revelación.  No había la menor burla en su voz cuando pregunto).  ¿Por qué?  ¿A qué le tenías miedo?
V: No estoy segura (contestó ella con voz suave—).  De lo que tienen miedo los niños por lo regular, supongo.  De la soledad, de lo desconocido… no sé.
M: ¿Todavía le tienes miedo a la oscuridad? (preguntó Marcos con tono suave).  ¿A la soledad?
Victoria sonrió.
V: Por supuesto que no.  Estar solo cuando eres adulto es a veces algo deseable.  ¿No crees?
M: Por el momento no me molestada estar solo (dijo Marcos, dirigiendo una significativa mirada a la guardería improvisada). 

Victoria decidió utilizar su comentario como excusa para decir:

V: Bien, Guerrero, entonces te haré un favor dejándote solo.  No creo que quieras organizar toda la estrategia para Barrios Software esta noche, ¿verdad?.

Marcos meditó un momento y luego se dirigió hacia el sofá.  Observó los dos vasos de vino vacíos y frunció un poco el ceño.  Marcos la miró durante un momento, luego volvió a mirar los vasos.

M: Creo que será mejor que prepare un poco de café (dijo al fin).

Su voz tenía un tono definitivo y Victoria no quiso molestarse en rechazar su ofrecimiento.  Después de todo, no le vendría mal una taza de café caliente antes de salir.

V: Espero que sepas hacer café (comentó, mientras le seguía a la cocina).
M: Sí, instantáneo (dijo Marcos, llenando de agua un recipiente).
V: ¿instantáneo?  ¡Vamos!  Ni siquiera yo soy tan inepta.
M: Entonces prepáralo tú (decidió Marcos en el acto).  Allí está la cafetera y tengo por aquí unos filtros (localizó los filtros en el fondo de un cajón y se los entregó.  Al notar el ceño reprobador de la joven, soltó una risita divertida).  Este no es un truco, Victoria.  Es verdad que preparo el café más espantoso que te puedas imaginar.
V: ¿Qué tomas cuando no hay ninguna tonta que te prepare el café? (preguntó ella con tono gruñón mientras aceptaba la lata de café que él le ofrecía).
M: Café instantáneo.
La observó con atención mientras ella colocaba el filtro en la cafetera y luego sacaba el café de a lata.
V: Es muy sencillo hacer café en una de estas cafeteras eléctricas.  Es tan simple como., como...
M: ¿Cómo cambiar el pañal a un bebé? (continuó Marcos con una sonrisa juguetona).
V: Más fácil (Victoria colocó el filtro en su sitio y comenzó a medir el agua).  En la oficina tenemos una de estas cafeteras.  ¿Nunca preparas café cuando encuentras vacía la cafetera?
M: Por supuesto que no (respondió Marcos).  Eso es asunto de las secretarias.
V: Debía haber supuesto que ibas a decir eso (masculló Victoria).

La abierta risa de Marcos la hizo esbozar una sonrisa.

M: Me gusta que sonrías, Victoria (murmuró).

Definitivamente debía haber rechazado el café, pensó ella, presa de una súbita oleada de pánico.  Aunque no podía asegurar que hubiera nada especialmente seductor en la conducta de Marcos, le resultaba imposible dejar de sentir cierta inquietud por el tono acariciador de su voz y la intensidad de su mirada.  Desde que él había tratado de limpiarle la camisa en la oficina, había reaccionado de forma extraña ante él, y esto no le gustaba en lo más mínimo.  Se sentía más tranquila odiándole, o si no odiándole, aborreciéndole... o sintiendo antipatía por él.

M: Y otra cosa, ya que hablamos del tema (continúo él, avanzando un paso hacia Victoria).  Deberías dejarte crecer el pelo.  Estabas preciosa cuando lo tenías largo.
V: Por eso es por lo que me lo cortó (dijo ella con una risa nerviosa).  Quería estar menos bonita.
M: ¿Por qué?
V: Por razones puramente profesionales, es decir, para que la gente me tome más en serio como asesora financiera.  Es obvio que esa táctica no siempre funciona (añadió con Ironía, encontrándose con la mirada de Marcos).
M: Dios no permita que alguien te tome en serio como mujer, ¿verdad? (dijo él, acercándose más a ella).
Victoria buscó apoyó en la mesa, sintiéndose inexplicablemente acorralada.  Victoria deseaba no percibir el seductor olor del talco infantil en él; deseaba que él retrocediera y le dejara un poco de espacio.
V: No creo que mi género tenga nada que ver con el asunto, murmuro.
M: No (declaró él, con voz sedosa).  Incluso con el pelo corto eres una mujer, y muy hermosa, además.  Sí me permites decirlo, el hecho de cortarte el pelo no te ha quitado la belleza.  

Como en un trance, Victoria le vio alzar la mano hacia su cabeza, le apartó con suavidad un mechón de la frente y luego trazó la delicada curva del lóbulo de su oreja.  Un estremecimiento recorrió su espina dorsal.  Cerró los ojos, incapaz ya de mirarle a la cara.

V: No me hagas esto, Marcos (susurro).

La mano de Marcos se posó en su garganta.

M: Tienes miedo de mí, ¿verdad, Victoria?
V: No tiene nada que ver con el miedo (protestó ella, abriendo otra vez los ojos para posarlos en el cuello desabrochado de la camisa masculina).  Pareces olvidar que no me caes muy bien.

Marcos ignoró sus palabras.

M: No soy la oscuridad, Victoria (murmuró).  No estás sola (deslizó los brazos por su cintura y la apartó de la mesa para atraerla hacia él.  Le rozó la frente con los labios).  No temas.

Victoria supo que su boca iba a encontrarse con la suya un segundo antes de que sucediera.  Lo supo porque ella esperaba anhelante aquel beso.  Victoria echó atrás la cabeza y sus bocas se fundieron en un beso lleno de sensualidad.

Victoria ya había sido besada por Marcos y, a pesar de que ya habían pasado cuatro años nunca había olvidado el poder avasallador que había ejercido sobre ella.  Igual que en aquella lejana ocasión, todo su cuerpo respondió al beso, los músculos de sus muslos y su vientre se pusieron tensos, su pulso se aceleró y su garganta se contrajo en un gemido ahogado.  Deslizó las manos entre sus cuerpos y las presionó contra el torso masculino con la vaga idea de apartarle de ella.  Su palma de inmediato detectó el agitado palpitar del corazón de Marcos bajo la tela de la camisa y la joven descartó la posibilidad de zafarse del abrazo.  La idea de que él pudiera estar tan excitado como ella por el beso, la incitó aún más y terminó por ceñirse con más fuerza contra él.

Continuará…

Capítulo 6

M: ¿Es así como besas a los hombres que no te caen bien? (preguntó Marcos cuando sus bocas se apartaron).

Su brusco comentario bastó para romper el hechizo.

V: Suéltame (gruñó ella, controlando con dificultad el deseo de abofetearle).

Marcos mantuvo firmemente sus brazos alrededor de la joven y cuando se apoyó contra el borde de la mesa, sus largas piernas atenazaron las de ella.  No podía escapar.  Esta vez no era el deseo lo que se lo impedía sino la fuerza de los brazos masculinos y la presión de sus piernas.  Estaba furiosa con él por ser tan fuerte.

M: Lo que he querido decir, Victoria, es que no te disgusto tanto como tratas de aparentar (murmuró él, colocando un dedo bajo la barbilla de la joven para hacerla levantar la cara hacia él).  Quizás incluso te guste un poco (añadió con su sexy sonrisa).
V: No estés tan seguro.
M: Puedes decir lo que quieras, Fernández, pero la reacción de tus labios no ha podido ser más significativa.

Inclinó la cabeza para besarla otra vez y ella se opuso con todas sus fuerzas, sorprendido por su brusco movimiento, Marcos la soltó.  Victoria fue hasta la puerta y allí se aferró al quicio para controlar el impulso de salir intempestivamente del apartamento.  Hacerlo sería como admitir que le tenía miedo, y no se lo tenía, y aunque así fuera, nunca permitiría que él lo descubriera.  Pero no le temía, se juró a sí misma.  No le temía en lo más mínimo.
La respiración de Marcos era todavía más agitada de lo normal mientras la miraba.

M: ¿Qué te pasa?  ¿Por qué huyes de esa manera? (preguntó con tono frustrado).  ¿Te dolería mucho admitir que te ha gustado mi beso?
V: No tengo la menor intención de convertirme en otra más de tu lista, Guerrero.

Marcos alzó los ojos al cielo.

M: ¿Por amor de Dios, Victoria!  ¿Eso es lo que crees que está sucediendo aquí?
V: No sé, ni me importa lo que está sucediendo aquí (dijo ella con voz trémula, pero apacible).  Te he visto flirtear con todas las mujeres de la compañía y no voy a darte el gusto de completar tu colección de conquistas.

Marcos optó por emitir un suspiro y sonreír.

M: Al menos eres constante (comentó por fin).  La primera vez que te besé, inventaste toda clase de excusas ridículas para huir de mí.  Y ahora estás haciendo lo mismo.

Victoria tardó un minuto en recobrarse del asombro que le causó saber que Marcos no había olvidado aquel beso furtivo de hacía cuatro años.  Sintió la tentación de interpretar sus palabras como un elogio velado, pero no lo hizo.

V: Aquella vez ambos estábamos borrachos (observó ella con tono seco).
M: No es cierto, es una excusa más (rebatió él).  Yo estaba perfectamente sobrio (aventuró un paso hacia ella).  Tú también lo estabas.  
V: Yo había tomado demasiado ponche y...
M: Y esta noche has tomado demasiado vino (observó Marcos).  Y sigues totalmente sobria.  Tienes aguante para la bebida, Fernández.  Las mujeres borrachas no me gustan, tú me gustas.  Me gustaste entonces y me gustas ahora mucho más.

Victoria no estaba segura de cómo debía reaccionar ante tan franca declaración.  Aunque por lo regular apreciaba la franqueza en los demás, no sabía cómo hacer frente al evidente reto que Marcos le estaba lanzando.  El hecho era que él también le gustaba, y mucho.

Pero en aquella ocasión también había conseguido disgustarla.  Rápidamente, revivió aquel momento en su memoria, 

*** Inicio del Flashback***
Después de que él la besara y murmurara contra su pelo algo así como que se alegraba de que la joven se uniera al cuerpo de secretarias.  Ella le dijo que no era secretaria.  Él trató de adivinar lo que era: procesadora de datos, supervisora de códigos, perforadora, cocinera de la cafetería, miembro del personal de consejería.  Cualquier cosa, excepto lo único que debiera haber supuesto si considerara a las mujeres como sus iguales: una asesora financiera, especializada en asuntos de mercado.

Y luego, cuando ella le había dicho cuál puesto ocupaba en la empresa, él había mostrado incredulidad.  ¡Era imposible!  ¿Una dama tan atractiva como ella?  ¿Asesora de finanzas? ¿Con quién se había acostado para obtener el puesto?

La furia había comenzado a bullir en su interior y casi explotó cuando él comentó:

M: Vaya, lo que necesitábamos ¡Otra frágil y sensible mujer en nuestro departamento!

Ella le había pedido que la llevara de nuevo a la fiesta.  O mejor, que la acompañara a su propia oficina para coger su abrigo y luego le señalara el camino al estacionamiento subterráneo, donde se encontraba su coche.  No llevaba tiempo suficiente en la compañía como para conocer el camino.

Marcos había aceptado su petición de ayuda como prueba de que era una pobre mujer inútil.  Había aceptado su ira como prueba de que era sensible.  Y luego había tenido el descaro de abrazarla y decir:

M: Pero, qué diantres... es navidad y este cuarto está lleno de muérdago imaginario.  Así que no perdamos la oportunidad…

Casi le había abofeteado, pero, en lugar de ello, había salido de su despacho y, después de algunos intentos fallidos, había encontrado el suyo.
*** Fin del Flashback***

V: Me insultaste (dijo ahora, su voz tan distante como el momento que había revivido en su memoria).

Marcos pareció desconcertado.

M: Decirte que me gustas no es un insulto.
V: Quiero decir en aquella ocasión.  Yo tenía una buena razón para huir, como tú dices.  No había nada de ridículo en mi conducta.
M: Al diablo con aquella ocasión.
V: Ahora también tengo buenas razones para irme (declaró ella con firmeza).

Marcos avanzó otro paso hacia ella y la agarró del brazo.

M: Veamos, quiero saber cuáles son esas razones.

De repente, Victoria no supo cuáles podían ser las razones que la impulsaban a dejar a Marcos.  No podía aducir las que la habían impulsado a escapar hacia cuatro años.  Y ahora... al mirarle, sólo veía su adorable maraña de pelo ensortijado y el irresistible brillo de sus ojos.  Olió la mezcla de colonia y talco infantil.  Pensó en el enorme oso de peluche que había comprado y su habilidad para cambiar pañales y su franca admiración por el trabajo que ella había realizado para el asunto Barrios.  No obstante, debía haber alguna buena razón para alejarse de él.

V: Tenemos que trabajar juntos.
M: ¿Y eso qué?

Marcos le acarició con el pulgar el pliegue interno del codo.  Victoria nunca había imaginado que aquella pudiera ser una zona erógena.  Sintió que su cuerpo se ponía tenso cuando una cálida oleada de deseo la invadió.

V: No crees que los hombres y las mujeres sean iguales.
M: No lo son.  Somos muy diferentes, gracias a Dios.

Su declaración reafirmó la resolución de la joven.

V: Pues bien, no permitiré que un palurdo con mentalidad paleolítica como tú, trate de seducirme, Guerrero.  He ahí una buena razón.  No me gusta la opinión que tienes sobre las mujeres.  No me gusta tu actitud.
M: Pero te gusta besarme.

Victoria consiguió esbozar una sonrisa.

V: No quieres que te tome como objeto sexual, supongo.  Creo que te gustaría que te apreciara tanto por tu mente como por tu cuerpo.  Y si no respeto tu mente, Marcos, no sacaré provecho de tu cuerpo.

Marcos la miró con una sonrisa traviesa y divertida en los labios.

M: En este momento, Fernández, creo que no me importa mucho que respetes o no mi mente (confesó).  Si alguna vez deseas tomarme como objeto sexual, estoy más que dispuesto a darte gusto.  ¿Quieres café?
V: No, gracias (rechazó Victoria, decidiendo que lo más sensato sería irse en el acto).
M: Es tu café (le recordó Marcos).  Tú lo has hecho.
V: Tómalo tú.  Debe ser agradable tomar café de verdad en lugar del instantáneo.

Marcos la miró durante largo rato en silencio y luego la acompañó fuera de la cocina.  Hizo una pausa en la sala para reunir todos los papeles relacionados con el asunto de Barrios Software, los metió en su carpeta y luego la condujo hasta la puerta, la abrió y preguntó:
M: ¿Estás segura de llegar sin problema hasta tu casa?
V: Estoy sobria.  Tú mismo te has dado cuenta de que el alcohol tarda mucho en afectarme.
M: ¿Podrás encontrar el camino a tu casa desde aquí?
V: Creo que puedo darle mi dirección al Remisero.

Su interés, en lugar de ser ofensivo, resultaba conmovedor.

V: Llegaré bien a casa, Marcos, gracias (dijo ella).  No te preocupes por mí (descendió un escalón y se volvió para preguntar).  ¿Tú estarás bien? Con el bebé, quiero decir.
M: Creo que sobreviviré.
V: Bien (ansiosa unos minutos antes por dejar la casa de Marcos, ahora permanecía allí en el frío aire de la noche de octubre, sin decidirse a marcharse).  Me ocuparé de poner en marcha el contrato para Barrios Software mañana por la mañana y luego empezaré con los preliminares del plan.
M: Yo trataré de trabajar un poco aquí (prometió Marcos).
V: Bien... (Victoria dio un paso por el sendero empedrado hacia la verja del edificio y luego otro).  Buenas noches.
M: Gracias, Victoria.
V: ¿Por qué?
M: Por todo (Y desde el marco de la puerta la vio caminar por el sendero).  En especial por no preguntar (murmuró antes de que ella desapareciera en la oscuridad).
Continuará…

Capítulo 7

El pálido resplandor plateado de la luz del pasillo inundó la habitación de Victoria a través de la puerta abierta.  Aunque siempre dejaba la tenue luz del pasillo encendida toda la noche, rara vez se le olvidaba cerrar la puerta cuando se acostaba.  Hacía tiempo que trataba de convencerse de que si dejaba encendida la luz del pasillo era para no tropezar si tenía que ir al cuarto de baño durante la noche.

Pero aquella noche quería que la luz iluminara su habitación, que definiera las sombras de los muebles.  Aquella noche necesitaba la luz para tranquilizarse, para convencerse de que no estaba desligada del mundo, de que no estaba sola, desamparada.

En su infancia nunca le había obsesionado la soledad, aunque con frecuencia había deseado tener un hermano o una hermana.  Había crecido en una hermosa casa en las afueras de Buenos Aires, rodeada de juguetes y una serie de amas de llaves.  Su padre, ejecutivo de una importante compañía de inversiones, era un hombre reservado y austero.  Victoria tenía la impresión de que nunca le había conocido, pero sospechaba que había heredado de él su propia reticencia y reserva.
Su madre había ejercido una influencia más poderosa en su vida.  Abogada de éxito, Georgina Fernández era el tipo de mujer que todo el mundo admiraba, especialmente en aquellos días, cuando pocas mujeres lograban realizar con éxito una carrera profesional y al mismo tiempo cumplir el rol de madres.  No había sido una madre muy apegada a Victoria, pero ésta no podía por menos que venerar a aquella guapa mujer cuya disciplina y dedicación le habían hecho ganarse una envidiable posición en un medio hasta entonces casi exclusivo de los hombres.

“Podrás lograr cualquier cosa si te lo propones y luchas por alcanzarlo”, solía decirle su madre.  “Fija tu meta, persevera, y el mundo será tuyo”.

Hubo ocasiones en las que Victoria se permitió preguntarse si seguir el ejemplo de su madre era lo que en realidad quería hacer.  Una vez pidió a una de las amas de llaves que la enseñara a cocinar y la mujer de servicio la había echado de la cocina, diciéndole con impaciencia:
“A tu madre no le gusta que te metas en la cocina, Victoria.  Vete y déjame hacer mi trabajo en paz”.

En otra ocasión, cuando el ama de llaves favorita de Victoria le había enseñado los rudimentos del arte de tejer, la madre de la niña había intervenido y le había quitado de las manos las agujas.
“No pierdas el tiempo aprendiendo esas tonterías”, le había dicho.  “Las mujeres que se pasan la vida tejiendo jamás llegan a ser dueñas de su propio destino.  Los hombres no las tratan como a sus iguales”.

De manera que Victoria nunca había aprendido a cocinar ni a tejer.  Tampoco había aprendido a cuidar a niños, en parte porque a su madre no le gustaba que jugara con muñecas y en parte porque la niña no tenía ningún ejemplo en ese sentido que imitar.  Las pocas veces que trabajó como niñera cuando era adolescente le enseñaron poco, ya que los bebés estaban por lo regular profundamente dormidos cuando ella llegaba a cuidarlos.  El trabajo se reducía a ver la televisión, comer patatas fritas y asomarse de vez en cuando al cuarto del bebé para cerciorarse de que seguía durmiendo sin contratiempos.

No obstante, la infancia de Victoria no había sido mala.  Había sido razonablemente feliz.  Sabía que muchos niños no tenían tantas ventajas como ella y le agradaba la posibilidad de tener una vida tan emocionante y llena de desafíos como la de su madre.  Se aplicó en sus estudios, fijó sus metas y diseñó un plan de acción que la llevaría al mismo tipo de éxito profesional y respeto de que disfrutaba su madre.

Era sólo por la noche cuando sucumbía a la soledad.  Era cuando el mundo se oscurecía y el sendero tan bien trazado de la muchacha desaparecía de su vista, cuando ella anhelaba algo más, algo diferente, algo cálido y consolador.  No sabía con precisión qué quería.  De niña, pensaba que quería un hermanito o una hermanita, o una mascota, o simplemente alguien que se sentara a su lado en la cama, la cogiera de la mano y le contara con voz suave cuentos de princesas y magos y castillos maravillosos entre las nubes.  

Cuando creció, pensó que quizá lo que deseaba era un novio, un amante.  Pero ninguno de los muchachos, y más tarde los hombres, con quienes mantuvo relaciones fueron capaces de hacer desaparecer del todo aquella sensación.  Ni siquiera en los años en que había estado con Tomás se había sentido completamente segura, satisfecha con su vida.

Había aprendido a dormir casi siempre con la luz apagada.  Pero esta noche se sentía dolorosamente sola.  Esta noche necesitaba la luz que venia del pasillo.

Hundiendo a cabeza en la almohada, fijó la mirada en el techo y trató de entender por qué se sentía tan sola.  La respuesta que se estaba formando en su mente era que había disfrutado demasiado de la compañía de Marcos; su compañía y su beso, sus brazos ro-deándola y el excitante calor de su cuerpo contra el de ella.  Dejar su casa le había resultado muy difícil.  Pero habría sido peor quedarse.

«Ni siquiera me cae bien», se recordó con impaciencia.  Marcos tenía un criterio muy estrecho respecto a las mujeres.

Quizás ella no fuera menos susceptible al encanto de Marcos Guerrero que el resto de las empleadas de la compañía.  Quizás también estuviera fascinada por los hoyuelos de sus mejillas, sus profundos ojos color castaño y su cuerpo atlético.

Pero el hecho era que durante los últimos cuatro años, sólo había sentido irritación en presencia de Marcos.  Durante casi cuatro años, sus hoyuelos y sus ojos y su cuerpo no habían ejercido en ella el menor efecto.  De cualquier manera, ella no había sido nunca el tipo de mujer que presta demasiada atención al aspecto físico de un hombre.

No había sido a su aspecto físico lo que había respondido esa noche, reconoció.  En realidad, le había visto menos impecable y elegante que de costumbre.  Su pelo estaba revuelto, su ropa desaliñada, su sonrisa era rápida y titubeante.  Y sin embargo, le había encontrado irresistible.

¿Qué sentido tenía pensar en eso?  Durante cuatro años ella se había resistido al encanto del casanova de la oficina y después de un día con él, oliendo a bebé y discutiendo sobre la forma de preparar el café, todas sus barreras habían caído y ahora suspiraba por él, sin poder conciliar el sueño.  Él estaba durmiendo en compañía de un bebé inquieto, y ella se sentía sola y muy desolada.

A la mañana siguiente…
Victoria había encontrado más fácil rechazar a Marcos en su mente aquella mañana que la noche anterior.  Había dormido mal y se había despertado con un leve dolor de cabeza.  El día amenazaba con ser agitado; tenía que realizar bastantes investigaciones sobre el asunto Barrios y para colmo Marcos no pensaba ir a la oficina para hacer su parte del trabajo.  Así que ella lo haría casi todo y Marcos se llevaría todos los honores.  Esta idea y su dolor de cabeza la ayudaron a borrar todo rastro de los sentimientos que la noche anterior habían despertado en ella el recuerdo de su compañero de trabajo.

Tan pronto como Victoria entró al baño de damas para llenar de agua la jarra de café, Rebecca, la secretaria de su división, la siguió para inundarla de preguntas.

R: Oye ¿Qué hay entre Marcos, tú y ese bebé?

Victoria sintió una oleada de lealtad protectora hacia Marcos.  No deseaba chismorrear con nadie respecto a él.

La verdad era que ella misma no sabía qué había entre Marcos, ella y el bebé.  No había averiguado gran cosa respecto a Lautaro, aparte de que el nombre de su madre era Carol, que ésta se hallaba lo suficientemente lejos de la ciudad como para haber puesto a Marcos una conferencia y que la peor hora de Lautaro era de tres y media a cuatro y media por lo regular, no sabía más nada.

Ante la mirada inexpresiva de Victoria, Rebecca la insto:

R: Saliste con él de la oficina ayer por la tarde con un bebé.  ¿Qué está sucediendo?  ¿De quién es el bebé?
V: La verdad es que no lo sé (respondió Victoria, fingiendo estar absorta en la acción de llenar la jarra).

Rebecca esperó con impaciencia a que su compañera terminara de medir el agua.  En cuanto Victoria cerró la llave, la curiosa secretaria dijo:

R: Vamos, Vicky… todo el mundo se hace preguntas sobre eso.  Thelma, la del piso de arriba, ha dicho que Marcos recibió una llamada ayer por la mañana, canceló sus citas de la tarde y salió del edificio.  Cuando volvió, empujaba un coche de capota.  Todas nos morimos de curiosidad por saber si es hijo suyo.
V: Te juro que no sé nada al respecto (repitió e insistió Victoria).

Se alegraba de no haber presionado a Marcos para que le hablara más sobre el bebé.  De haberlo hecho, sin duda se habría visto forzada ahora a mentir a Rebecca y a ella no le gustaba mentir.

Pero Rebecca no estaba convencida de la ignorancia de Victoria.

R: Entonces… ¿por qué saliste con él de la oficina?
V: Los dos estamos trabajando en el mismo contrato (explicó Victoria).  Guerrero no podía quedarse en la oficina, así que fuimos a su casa a trabajar.
R: ¿Fuiste a su casa? (Rebecca la miró con los ojos muy abiertos).  Creía que no podías soportar a Marcos Guerrero.
V: No somos grandes amigos, somos solo compañeros de trabajo (dijo Victoria).  Además estamos trabajando juntos en un proyecto, de modo que tenemos que pasar cierto tiempo juntos.  No hay manera de evitarlo.

Antes de que Rebecca pudiera continuar con su interrogatorio, la puerta del tocador de damas se abrió y apareció Ellen, una linda secretaria rubia.  Ellen había salido con Marcos más de una vez.  Victoria no había prestado especial atención a la vida amorosa o social de Marcos, pero Ellen trabajaba en el mismo piso que ella y aquel hecho había sido muy comentado.  El anillo que Ellen lucía en la mano anunciaba que había atraído el interés de otro hombre, pero Marcos y ella seguían llevándose bien a pesar de su frustrado romance.  Ellen apenas advirtió la presencia de Rebecca antes de enfilar sus cañones sobre Victoria.
E: ¡Oye, Vicky!  ¿Qué hay entre Marcos y tú?  ¿Qué hace él con un bebé?

Victoria tuvo que echarse a reír.

V: No tengo la menor idea, respondió.  
Ellen la miró con suspicacia.
R: Lo mismo me acaba de decir a mí (informó Rebecca, haciendo notar su presencia).
E: Pero tú saliste con él del edificio ayer por la tarde (insistió Ellen).

Victoria se encogió de hombros.

R: Están trabajando en el mismo asunto (Rebecca se encargó de informar).  Vicky es muy discreta.

Victoria sonrió.

V: Marcos me dijo que no pensaba contestar preguntas de nadie respecto al bebé (dijo al fin).  De manera que no le hice ninguna.
R: Estoy segura de que el bebé es suyo (dijo Rebecca).  Apuesto que es el resultado de algún descuido.

Ellen sacudió la cabeza, se miró al espejo y se acomodó algunos rizos rebeldes.

E: Conozco muy bien a Marcos (dijo)  Y si de algo estoy segura es de que no es descuidado.  Quiero decir, finge ser un pícaro pero en realidad es un tipo muy decente.  No creo que sea capaz de engendrar un hijo accidentalmente.  Es demasiado precavido para cometer un error semejante.
R: La experiencia ha hablado (dijo Rebecca indirectamente).  ¿Verdad?

Victoria no quiso esperar a oír la réplica de Ellen.  No quería saber nada respecto a los pasados amoríos de Marcos, aun cuando lo que oyera mejorara su reputación.  ¿Qué diantre le importaba si era decente y cuidadoso?  No le interesaba saber cómo había descubierto tan nobles atributos la rubia que se arreglaba el pelo ante el espejo.   Aunque eso perteneciera al pasado había cosas que quería Victoria simplemente no quería saber.

V: Voy a preparar el café (dijo bruscamente, dirigiéndose hacia la puerta).  Siento no poder informarlas de todo tipo de sórdidos detalles sobre Marcos.

Una vez en su despacho trató de apartar de su mente de la conversación que había mantenido con las dos secretarias en el tocador.  Si todas las empleadas de P&D eran igual de curiosas, no le extrañaba que Marcos hubiera acudido a ella en busca de ayuda.  Y que le estuviera tan agradecido por no haber preguntado nada.

Continuará….

Capítulo 8

En la tarde, Victoria recibe una llamada de Marcos, que había marcado directamente su extensión en lugar de pedir a la telefonista que le comunicara con ella.

M: ¿Victoria? (preguntó con voz gruñona).  Soy yo, Marcos. 
V: Hola, Marcos, (contestó ella).  Pareces cansado.
M: Lautaro me ha dado una noche espantosa, me despertó tres veces (le relató Marcos).  Lo peor no era que quisiera comer a las tres de la madrugada, sino que sólo aceptaba el biberón si se lo calentaba previamente.  Así que tuve que calentar agua y medir los biberones de leche varias veces durante la noche, eso sin contar las manchas de leche cortada que han quedado en mi pijama.

Los labios de Victoria se curvaron en una sonrisa compasiva.  Su compasión por Marcos se aminoró al reconocer que el hecho de realizar labores tradicionalmente reservadas a la mujer le iría muy bien a su ego masculino.

V: Marcos, siento que hayas pasado tan mala noche (solo se limitó a decir).
M: Dado mi lastimoso estado, es asombroso que todavía pueda pensar en el trabajo (declaró Marcos).  Pero he prometido ocuparme a fondo del asunto de Barrios, así que más vale que me digas si hemos avanzado algo o no.
V: El contrato está en el Departamento de Contabilidad.  Ya he hablado por teléfono con las dos compañías importantes de las que hablamos anoche y les he pedido que me manden folletos de su gama de productos.  Creo que necesitare tu ayuda para formular un cuestionario sobre requisitos para clientes potenciales.
M: Yo lo redactaré (ofreció Marcos).  Si Lautaro se calla durante diez minutos, lo haré. ¿Por qué no vienes esta tarde después del trabajo?  Después de cenar me enseñarás lo que tienes y yo te enseñare lo mío.
V: ¿Me estás diciendo obscenidades? (preguntó Victoria, riendo).
M: ¿A qué te refieres? (contestó Marcos).  ¿A lo de la cena o a lo de enseñarnos nuestras cosas?
V: Ahora que lo mencionas, lo de la cena también (dijo Victoria y rió con más ganas).
M: Y tú te quejabas de que no te contaba chistes picantes (dijo Marcos con voz sonriente).  Algún día, cuando estemos de humor, te contaré un chiste genial sobre una pizza congelada (luego añadió más serio).  No cocinaré esta noche.  Compraré algo preparado y después de cenar estudiaremos lo que hemos hecho, ¿de acuerdo?

Victoria sospechó que la invitación de Marcos tenía otra finalidad que intercambiar información de negocios.  No estaba segura de si la verdadera razón era para tratar de seducirla otra vez o para que le cuide a Lautaro mientras él se reponía un poco de su ajetreada noche.  Sin duda, era aquello último.  Ningún hombre que hubiera dormido tan poco como Marcos estaría en condiciones de seducir a nadie.

V: Está bien (accedió finalmente Victoria).  Pero antes me iré antes a cambiar de ropa a mi apartamento.  No confío en ningún bebé cerca de mi ropa de trabajo.
M: No te culpo (dijo Marcos).  Si cuando llegues no contesto el timbre, mira por la urbanización.  Podría haber llevado a Lautaro a dar un paseo.  Le gustan los paseos.
V: Bien (dijo Victoria antes de despedirse de Marcos y colgar el aparato).

A Victoria le gustaba la idea de que Marcos diera paseos al bebé.  Era otra actividad maternal y no podía dejar de considerar que a Marcos le vendría muy bien realizar tareas maternales.  Estaba convencida de que tales faenas le enriquecerían mucho.

Animada por la idea de que él adoptaría una actitud crítica ante el trabajo que ella había realizado aquella tarde, se aplicó con en especial con la tarea de acumular y seleccionar información sobre los competidores de Barrios y sobre las condiciones del mercado general.  Hacia las cinco de la tarde estaba agotada, en parte por lo arduo de su trabajo y en parte a causa de que apenas había dormido la noche anterior, pero estaba orgullosa de lo que había logrado.  Sabía que Marcos también quedaría impresionado, y esto la complacía aún más.  Apenas hacía unos días le habría importado un rábano lo que Marcos pensara de su trabajo, pero ahora le importaba.  Si él la impresionaba con su pericia para cambiar pañales, ella le impresionarla con su talento financiero.

Salió de la oficina a las cinco, fue a su apartamento y se puso unos pantalones negros, un jersey de algodón y una remera para protegerse del frío aire otoñal.  Luego, con el portafolio con toda la información referente a la cuenta Barrios, salió del apartamento y se dirigió a la urbanización de su colega.
Cuando Victoria llegó, Marcos estaba en la puerta con el cochecito del bebé.  Al verla bajarse de su coche, la saludo con un movimiento de la mano.  Llevaba puestos unos jeans muy gastados y una sudadera.  El aspecto de su mandíbula indicaba que no se había preocupado de afeitarse y las ojeras que enmarcaban sus ojos que delataban la noche de insomnio que había pasado.  Pero la sonrisa que iluminó su cara al verla era sincera.  Una vez más Victoria decidió que le prefería desarreglado.

Victoria desvió su mirada hacia el bebé.  Le pareció que iba demasiado abrigado.  Un gorro cubría su cabeza y varias mantas protegían su cuerpecito.

V: Estamos en octubre Marcos (le señaló Victoria, doblando las mantas para que el bebé pudiera mover las manitas).  Lo has abrigado como si fuera a realizar un viaje al Polo Norte.  

Marcos le dirigió una mirada desdeñosa.

M: Se supone que se debe vestir a los bebés con un poco más de ropa de la que se pone uno mismo (le informó).

Ella le miró con curiosidad, preguntándose dónde habría adquirido aquella información.  Luego le quitó el gorro a Lautaro.

V: Sí, pero me parece que en este caso has exagerado.
M: ¿Desde cuándo eres experta en estas cuestiones? (pregunto Marcos con todo desdeñoso, dando la vuelta para entrar en la casa).
V: No hace falta ser un experto para ver que tiene la cara roja y está sudando a mares (señaló Victoria).
M: No está sudando (regañó Marcos, mientras metía la llave en la cerradura y abría la puerta).

Dejó que Victoria entrara primero en la casa, luego empujó el cochecito y permaneció en el umbral.
M: Iré por la cena.  Cuida de Lautaro durante unos minutos (y antes de que ella pudiera objetar algo, se fue).

Victoria se quitó la chaqueta, se echó el pelo detrás de las orejas, liberó a Lautaro del agobio de mantas y suéteres.  EI pequeño lanzó un gritito jubiloso y agarró la nariz de la joven, como para manifestar su agradecimiento.

V: Ay (se quejó Victoria).  ¡Basta, jovencito! (Lautaro lanzó otro gritito).

Victoria supuso que debía revisar su pañal.  No porque lo creyera una obligación, sino porque suponía que sí ella fuera un bebé como Lautaro, agradecería a cualquier adulto que se dignara a cambiarle el pañal si lo tuviera mojado.

Llevó al pequeño hacia la guardería que Marcos habla improvisado en el piso de arriba.  Al entrar, notó que el oso de peluche estaba sentado ahora, muy serio, en la silla del escritorio y que una gran bolsa de papel marrón estaba en el suelo a un lado del mueble, a medio llenar con pañales usados.  Victoria depositó a Lautaro sobre a toalla extendida sobre la cubierta del escritorio y buscó un pañal limpio.  Cuando encontró una pila y extendió una mano hacia ella para coger uno, el bebé lanzó otro grito agudo y casi se cayó del escritorio al moverse con inquietud.  Victoria le sujetó con el antebrazo y emitió un suspiro de alivio.  Cambiarle el pañal fue más complicado de lo que había imaginado.  Por alguna razón, el pequeño no quería estarse quieto.  Victoria emitió algunas maldiciones y le acusó de tener tendencias suicidas, pero Lautaro no le hizo caso y siguió pataleando, removiéndose y tratando de agarrarle la nariz.

Otro problema fue el trajecito que llevaba puesto el bebé.  Era de una sola pieza con una docena de botones.  Para dejarle poder cambiarle el pañal, tuvo que desnudarlo del todo, inmediatamente, el inquieto bebé dio una patada a la prenda y la tiró al suelo.  Cuando Victoria se inclinó para recogerla, Lautaro estuvo a punto de caerse otra vez del escritorio.  Victoria lanzó una exclamación de alarma, le sujetó y respiró profundamente para tranquilizarse.

Si Marcos podía cambiar un pañal, ella también lo haría, decidió.  Estaba perdida si no podía igualar a su colega en el terreno de los pañales.

Consiguió hacerlo, quien sabe cómo.  Después de diez minutos de intentos y fracasos, el bebé quedó seco y vestido.  Victoria estaba casi sin aliento, tenía la frente sudorosa y la barbilla llena de talco para bebé.  Pero había logrado la faena y sintió un profundo regocijo no muy diferente al que había experimentado cuando recibió, llena de orgullo, su título profesional.  A su manera, cambiar el pañal de Lautaro era un logro igualmente válido.  No tuvo mucho tiempo para recrearse con su triunfo, porque en el momento en que estaba metiendo el pañal usado en la bolsa de papel, sonó el teléfono.  Vaciló antes de contestarlo, luego se encogió de hombros y descolgó el auricular.
***Llamada Telefónica***
V: ¿Dígame?
XXX—¿Está Marcos? (preguntó una voz femenina).
V: No (informó Victoria).  Pero volverá dentro de unos minutos, por si quiere volver a llamar.
XXX: No (la mujer hizo una pausa y luego preguntó), ¿Quién es usted?

Victoria reprimió el impulso de contestar que ese no era asunto de su incumbencia.  Si haber cogido el teléfono iba a causarle a Marcos problema con una amiguita, bien merecido se lo tenía por dejarla sola en la casa con Lautaro.

V: Soy una amiga (.respondió).  ¿Quiere que le de algún recado?

La mujer vaciló un momento.

C: Está bien.  Dígale por favor que Carol ha llamado.  Carol, la madre de Lautaro.  

Victoria se enderezó instintivamente

V: Se lo diré —dijo.
C: Dígale que las cosas están mejorando (añadió Carol).  Ya hemos empezado a hablar y a aclarar las cosas.  Tengo esperanzas.  ¿Quiere decírselo a Marcos?
V: Por supuesto (le aseguró Victoria, aunque no tenía la menor idea de qué estaba hablando Carol).
C: Por Favor, dígale que le llamaré cuando pueda.  ¿Cómo está Lautaro?
V: Bien (dijo Victoria).
C: ¿Le ha dado muy mala noche?

Victoria tardó un momento en comprender las implicaciones de la pregunta de la mujer.

V: No... no he pasado aquí la noche (mencionó).

“¿Quién es Caro!?”, (Victoria se preguntó furiosa).  “¿Qué era de Marcos?  ¿Cómo podía suponer tan tranquila que Victoria había pasado la noche en su casa?”

C: Ha sido muy sensato de su parte (comentó Carol).  Lautaro puede ser insoportable de madrugada.  Bien, dele un abrazo ni de mi parte a Marcos y dígale que le llamaré mañana.
V: Bien (Victoria oyó el ruido del teléfono al ser colgado en el otro lado de línea y luego dejó el auricular en su sitio).
*** Fin de la llamada telefónica***

Distraída por los interrogantes que había suscitado en ella Carol, apenas había advertido que las manitas del niño cogían un mechón de su pelo para tirar con fuerza.  Bajó las escaleras con él en brazos y entró a la cocina en busca de un biberón.  No sabía cuándo le había dado de comer Marcos por última vez, pero supuso que no sería mala idea tener un biberón preparado y caliente.

De hecho, el apetito de Lautaro era voraz.  Cuando Marcos entró en la casa con varios recipientes con comida china en una bolsa, Lautaro ya se había tomado la mitad del contenido del biberón.  La escena de placidez hogareña en su casa hizo asomar a los labios de Marcos una amplia sonrisa.

Continuará….

Capítulo 9

Victoria ve a Marcos sonreír y le responde con otra sonrisa.
M: ¿Te gusta la comida china? (preguntó mientras dejaba la bolsa encima de la mesa de la cocina).  

Victoria se encogió de hombros.  Observó en silencio a Marcos llevar los platos y vasos a la mesa y sacar el contenido de la bolsa de compras.  Silbaba suavemente; era evidente que su salida sin compañía le había rejuvenecido.

M: ¿Qué te gustaría beber? (preguntó).
V: Agua, está bien (dijo Victoria).

Marcos llenó dos vasos de agua con hielo, luego fue por el cochecito de Lautaro mientras Victoria dejaba el biberón sobre la mesa de la cocina para luego colocar a Lautaro dentro de su coche.  

Marcos sirvió la comida en ambos los platos.
M: ¡Caramba!, qué deliciosa se ve, lo cierto que tengo hambre (expresó Marcos para luego preguntar).  ¿Y qué han hecho ustedes dos mientras estaba fuera?

Victoria probó el arroz.  Estaba sabroso, pero no tenía mucho apetito.  Había conseguido no hacer ninguna pregunta a Marcos la tarde anterior, pero su conversación telefónica con Carol había despertado su curiosidad.

V: Ha llamado Carol (dijo con el tono más inexpresivo que le fue posible).

Marcos alzó la cabeza.

M: ¿Cuándo?
V: Cuando estabas fuera (respondió Victoria un poco irritada por su tonta pregunta).  
M: ¿Volverá a llamar?
V: Esta noche no.  Ha dicho que quizá mañana.

Marcos dejó su tenedor en el plato y reflexionó un momento.  Miró a Lautaro, luego a Victoria.  Se puso de pie y se dirigió hacia un armario.

M: ¿Quieres algo de beber?  
V: Tengo agua aquí.
M: Quiero decir algo de verdad, algo más fuerte (abrió el gabinete y sacó una botella).  ¿Whisky? ¿Vodka? ¿Vino?

Victoria movió la cabeza.
V: No, gracias.

Marcos observó el contenido del armario, lo cerró otra vez y volvió a la mesa.  Dio un trago a su vaso de agua y miró a Victoria con atención.

M: ¿Te ha dicho quién es ella?  ¿Cuál es su parentesco conmigo?  Victoria volvió a mover la cabeza.
V: Me ha dicho que está aclarando las cosas con… con alguien.
Victoria hundió nuevamente su tenedor en el arroz.  
V: Me ha preguntado cómo está Lautaro y... (consideró un segundo si debía mencionar su insinuación de que podía haber pasado la noche en casa de Marcos, pero decidió no hacerlo).  Me ha pedido que te de un abrazo de su parte.  

Marcos siguió estudiando con atención a Victoria, mientras parecía procesar lo que acababa de oír, como si tratara de descifrar al mismo tiempo la enigmática expresión de Victoria.  Al ver que ella permanecía en silencio, una sonrisa iluminó su cara.

M: Eres increíble, Victoria (dijo con admiración).
V: ¿Por qué?
M: No piensas hacen ninguna pregunta, ¿verdad?
V: ¿Sobre qué? (preguntó ella, con su expresión más ingenua).

La sonrisa de Marcos se convirtió en una carcajada.  Extendió una mano sobre la mesa y estrecho la de Victoria.

M: Cualquiera ya me habría agobiado con preguntas de todo tipo (dijo).  Sin duda ya habría creído tener derecho de averiguar algo.  Pero tú... no preguntas nada (su sonrisa se apagó un poco).  ¿Es obstinación o simple desinterés?
V: Ni una cosa ni otra (declaró Victoria).  Dijiste que no querías que te hicieran ninguna pregunta, y lo comprendo (se obligó a comer un poco más de arroz).  Dos de las secretarias me han arrinconado en el tocador y me han preguntado si el bebé es tuyo.  Marcos, la gente es demasiado curiosa, me he alegrado de no saber nada; así no he tenido que mentir.
M: Son terribles ¿verdad? (comentó él).  Qué montón de chismosas. 
V: No, son sólo las mujeres (protestó Victoria con lealtad feminista).  Estoy segura de que muchos de tus colegas son igual de entrometidos.

Marcos movió la cabeza.

M: A los compañeros les ha importado un bledo lo del bebé.  Todos los chismes que he oído han provenido de las mujeres.  Por ejemplo, nunca he oído a ninguno de los compañeros hablar de Tomás, pero todas las secretarias han hablado de él.
V: ¿De Tomás? (Victoria atragantándose el bocado que ese momento tenía en su boca).

Victoria no sabía que su vida sentimental fuera una cuestión de público conocimiento en la oficina.  Ella nunca había hablado con nadie de Tomás, ni siquiera con los compañeros o compañeras con quienes mantenía una amistad más estrecha.  A Victoria no le gustaba hablar con nadie de sus asuntos personales.  Se desconcertó al oír que Marcos mencionaba a Tomás y tardó casi un minuto en recobrar el aplomo.  

V: ¿Qué sabes sobre Tomás?
M: Sé que te mandaba rosas rojas el día de San Valentín y rosas blancas el día de tu cumpleaños (dijo Marcos con voz apacible).  Que te llamaba a través de la computadora o mensajes de texto en vez de hacerlo por teléfono.  Parece que su relación terminó hacia el final de la primavera, pues dejó de enviar flores y llamar por esas fechas.
V: ¿Dónde has oído todo eso? (preguntó Victoria en un murmullo).
M: Chismes.

Ella le dirigió una mirada cautelosa.

V: Si no te gustan los chismes, ¿por qué los oyes?  Marcos jugó con su tenedor un momento.
M: Por curiosidad (admitió).
V: ¿Sentías curiosidad respecto a mí?
M: ¿Por qué no? (preguntó Marcos, guiñándole un ojo con expresión astuta).  Hay que conocer al enemigo, como suele decirse.
V: ¡Vaya! (masculló Victoria fastidiada por haber sido objeto de las murmuraciones oficinescas).  Bien merecido tienes por ser ahora la víctima de las habladurías.  Las grandes inquisidoras en el tocador para damas parecían dispuestas a aplicarme tormento para que les revelara lo que supiera sobre ti.

Marcos arqueó ligeramente las cejas.

M: ¿Qué te han preguntado?
V: Que si el bebé es tuyo.

Al parecer, Marcos esperaba tal suposición.  Su actitud juguetona desapareció mientras estudiaba a Victoria, con los ojos entornados.

M: ¿Tú qué crees?

Victoria recordó lo que Ellen había dicho respecto a la decencia y la precaución de Marcos.  Pero también recordó su reputación como casanova.  Se encogió de hombros.

V: No sé qué pensar.  

Marcos aspiró hondo y luego se volvió a mirar al bebé.  Lautaro se había quedado dormido en su cochecito.  Victoria no pudo dejar de advertir una profunda ternura en sus ojos mientras miraba al pequeño.  «Quizá», pensó, «quizá en una ocasión no haya sido cuidadoso ni decente.  Pero pensándolo mejor, para todo hay una primera vez».

M: Carol es mi hermana (dijo y a la misma vez alzó la cara hacia Victoria).  Por lo tanto, Lautaro es mi sobrino.  Tienes razón, se parece a mí.

V: No me debes ninguna explicación, Guerrero (dijo Victoria, extrañamente aliviada por sus palabras).
M: Te debo todas las explicaciones que pueda haber (declaró él).
V: Pero es obvio que tienes tus razones para no querer hablar del asunto.
M: Quiero hablar tanto que me duele (confesó Marcos, apartando su plato y posando los codos sobre la mesa).  

Apoyó la cabeza sobre las palmas de las manos y suspiró.

M: Carol me hizo jurarle que guardaría el secreto, pero... creo que merezco hablar con al-guien del asunto, compartir el peso.  ¿No crees?

Victoria no entendía qué peso era el que quería compartir él.  Pero si quería compartirlo con ella, estaba dispuesta a escucharle.

V: Te escucho.
M: Carol es... increíblemente atolondrada; a veces me exaspera.
V: ¿Por qué te ha pedido discreción?
M: Es madre soltera (explicó Marcos).  Mis padres todavía no lo saben.  Viven en el sur y no han mantenido nexos muy estrechos con Carol.  Siempre ha sido muy conflictiva y les ha dado muchos dolores de cabeza.  Pero… pero esto va más allá de su habitual estupidez.  Temo que sufran demasiado si se enteran.
V: ¿Tú crees? Lautaro es su nieto; quizá se sintieran encantados.
M: No sé.  Son un poco… bastante tradicionales (murmuró Marcos).  Lo único que sé es que me he pasado la vida ayudando a Carol, resolviendo sus problemas.  Le he dado dinero cuando ha estado en la quiebra y le he aconsejado sobre un montón de negocios absurdos.  Ella llama a eso estar liberada; intentarlo todo, vivir con libertad, ¡blah, blah!  Yo lo llamo vivir estúpidamente (dio un trago a su vaso de agua y suspiró).  El padre de Lautaro es un tipo bastante decente.  Cuando supo que Carol estaba embarazada se ofreció a casarse con ella, pero ella dijo que no quería atarse a nadie.  De manera que armó sus maletas y se fue.  Ahora tiene a Lautaro y se ha dado cuenta de que necesita recuperar a su antiguo novio.  Ahora si quiere casarse con él, después de todo.  Aduce que es normal en una mujer el cambiar de opinión (Victoria hizo un gesto y Marcos sonrió con ironía).  No sé gran cosa sobre las mujeres y lo que es normal en ellas, lo único que sé es que Carol no puede criar sola a Lautaro.  De modo que ha ido en busca de su amante a Florida y ahora está tratando de reconquistarle.

Victoria escuchaba, absorta, la historia que Marcos le relataba.  Sin duda no podría suponer que todas las mujeres fuesen tan inconstantes y atolondradas como su hermana.  Pero si había crecido a su lado y había tenido que auxiliarla en varios de sus descalabros, quizá eso pudiera explicar por qué pensaba que las mujeres eran menos competentes y más emocionales que los hombres.  Victoria no aceptaba esa idea pero podía entender de dónde había surgido.

Bajó la mirada hacia la mano de Marcos, que seguía posada sobre la de ella en el centro de la mesa.  No había nada de romántico en el apretón; más bien, él parecía buscar consuelo, apoyo y amistad.  Victoria movió la mano y entrelazó los dedos con los de él.

V: Entiendo por qué no quieres que tus padres se enteren (comentó).  ¿Pero por qué quieres ocultárselo a los compañeros de trabajo?

Marcos suspiró.

M: No me gusta que nadie hable de mi hermana (explicó).  Me cansa, me molesta, me fastidia, pero es mi hermana y la quiero.  No me gustaría estar dando explicaciones a todo el mundo sobre su conducta, ni que la gente se riera de mi o se compadeciera de mí por tener que soportarla.
V: ¿Te has puesto a pensar que tu misteriosa actitud está invitando a los comentarios y chismes de pasillo de los empleados de la compañía?
M: No me importa (dijo Marcos, sonriendo con malicia).  De cualquier manera, sé que casi todo el mundo se hace conjeturas sobre mí en la compañía.  La mitad de lo que se dice de mí es mentira, pero no deja de divertirme.

Los ojos de Victoria se abrieron desmesuradamente.

V: ¿Qué mitad es falsa?
Continuará….

Capítulo 10

Marcos echó la cabeza atrás y soltó una carcajada.

M: ¿Tú también? (preguntó entre risas).  ¡Y yo que estaba tan admirado de ti porque no me habías preguntado nada sobre Lautaro!

Victoria sonrió.

V: Entonces retiro la pregunta (dijo, su sonrisa desapareció y su expresión se volvió seria al añadir).  ¿Sólo porque me consideras discreta me has pedido ayuda con Lautaro?
M: No (dijo él, le soltó la mano y se puso de pie).  Es quizá la razón principal, pero no la única.

Antes de que Victoria pudiera indagar algo sobre las otras razones, él empezó a recoger los platos para llevarlos al fregadero.

V: ¿Vas a fregar tú los platos esta noche? (preguntó Victoria).
M: Supongo que tendré que hacerlo.  No he cocinado, de modo que no puedo utilizar otra vez esa excusa.

Lautaro se removió y comenzó a gemir.  Victoria vio un babero y se lo extendió en el hombro.  Luego levantó al bebé y lo acunó contra su pecho.  Sentía lástima de él, por tener una madre tan inestable.  Pero quizá Lautaro no mereciera su compasión.  Había sido bendecido con un tío dispuesto sin duda a cuidar de él, sin importarle las conjeturas que pudiera propiciar en el trabajo.
Comenzó a mecer al bebé en sus brazos y él dejó de gimotear.  Marcos cerró el grifo y se secó las manos.

V: Marcos (aventuró Victoria).  ¿Por qué has dicho que me merezco cualquier explicación que pueda haber?

Marcos se acercó a ella y la cogió de los brazos.

M: Creo que sabes la razón (dijo con expresión enigmática y le dio un beso en la frente, luego la soltó y se dirigió a la puerta).  Ahora que Lautaro está tranquilo, quizá podamos trabajar un poco (sugirió con voz suave mientras salía de la cocina, cambiando el tema).

Ambos evitaron hablar de temas más personales y se dedicaron a trabajar sobre el contrato de Barrios. 

V: Ya no me puedo concentrar (anunció Victoria, dejando a un lado la libreta en la que estaba tomando notas), no doy más.

Miró a Marcos.

Eran casi las diez de la noche; habían trabajado sin parar durante más de tres horas.

M: ¿Cansada? (preguntó él, alzando la mirada de los papeles que estaba leyendo).
V: Exhausta (Victoria se desperezó lánguidamente, luego mo¬vió la cabeza de un lado a otro para aflojar los músculos del cuello).

Marcos la observó con atención, como tratando de adivinar la causa de su fatiga.  Ella no había pasado una mala noche cuidando a un bebé llorón, después de todo.  Pero reprimió el impulso de preguntar.

M: ¿Qué tal te sentaría una taza de café? (sugirió).

Ella sonrió con ironía.

V: Viniendo de ti, no es una invitación muy tentadora.  
M: Nadie se ha muerto por tomar café instantáneo.
V: Nadie se ha muerto por aprender a preparar verdadero café (replicó Victoria).  ¿Para qué compraste una cafetera si no querías aprender a usarla?
M: No la compré (respondió él).  Alguien me la regaló.

Se movió al decir esto, bajó la mirada y la fijó en la chimenea, que se encontraba al otro lado de la habitación.  La actitud de Marcos le pareció evasiva a Victoria, incluso un poco avergonzada.

V: Sin duda te la regaló una amiga, ¿verdad?

Marcos se volvió a mirarla, con una enigmática sonrisa.

M: ¿Qué te hace pensar eso?
V: Oh, no sé (dijo Victoria con un exagerado encogimiento de hombros).  ¿Quién si no podría regalar una cafetera?  Debió ser alguien que pensaba pasar aquí algunas noches pero no soportaba la idea de tomar café instantáneo al levantarse por la mañana.
M: Apuesto que eres una de esas personas quisquillosas que no se pueden pasar sin tomar una taza de café auténtico por la mañana (comentó Marcos).  ¿Me equivoco?

Victoria rio de buena gana, pero no contestó nada.  Marcos se incorporó y la miró de frente.

M: ¿Qué tiene de particular que yo tenga una vida social activa? (preguntó con tono acusador).  ¿Es un crimen que un soltero de treinta y cuatro años reciba en su casa alguna amiga para pasar la noche de vez en cuando?
V: ¿De vez en cuando? (preguntó Victoria con escepticismo, sin dejar de reír).  Sin duda el Juan Tenorio de la compañía está siendo demasiado modesto.

Marcos la miró con ojos entornados.  Parecía estar controlando la ira.  Después de respirar hondo, dijo:

M: No sé cuál es tu fuente de información, Victoria.  Pero puedo asegurarte que mi reputación es mucho más excitante que mi vida real.  Como te he dicho antes, la mitad de las cosas que se dicen sobre mí son falsas.

Victoria se asombró por el interés que parecía tener en conven¬cerla de su decencia; estaba asombrada y conmovida.  Le sorprendía aún más que los ojos de Marcos brillaran con tal intensidad a pesar de su evidente fatiga y que la opinión que ella pudiera haberse formado de él le importara tanto.

V: En realidad, no he oído hablar tanto de ti (dijo).  Pero te he visto en acción.

Marcos abrió la boca, pero inmediatamente la cerró, como si hubiera decidido pensar mejor lo que quería decir.

M: ¿Te refieres al hecho de que te besara ayer? (preguntó con voz apacible).

No era a eso a lo que se refería Victoria.  Se refería a las veces que le había visto sonreír a las secretarias con intención seductora.
Continuará….

Capítulo 11

Por alguna razón Victoria había supuesto que lo sucedido entre Marcos y ella la noche anterior era de una naturaleza completamente diferente.  No había estado flirteando con ella entonces; no había percibido nada frívolo ni superficial en su acercamiento.  Su beso había sido algo muy serio, casi solemne.

Pero no estaba dispuesta a hablar de ello esa noche… ni nunca.  Tenía la esperanza de que si apartaba el incidente de su cabeza, conseguiría olvidarse de ello a la larga.  Sin embargo, era una suposición ridícula, decidió.  Si después de cuatro años aún no había olvidado aquel beso.  ¿Cómo podía esperar olvidar un beso de hacía solo veinticuatro horas?
Ahora que Marcos había sacado a la luz el asunto, estaba presente entre ellos como una entidad tangible.

V: ¿Por qué no fingimos simplemente que ese beso nunca existió? (sugirió ella, irritada por el leve temblor de su voz).
M: Porque no quiero olvidarlo (declaró Marcos.  Se acercó a ella en el sofá y le cogió una mano.  Observó los largos dedos de la mano de Victoria).  Te confieso que me gustaría besarte otra vez.  Me gustaría besarte de tal manera que nunca trataras de huir de mí.  Dime cómo debo hacerlo, Victoria.  Dime qué debo hacer para no asustarte.

Ella se rio nerviosamente.

V: Podrías dejar de hablar de ese modo (sugirió Victoria, tratando de ignorar la corriente de sensualidad que corría por su mano y se filtraba por todo su cuerpo).
M: ¿Es porque trabajamos juntos? (preguntó él, sin dejar de acariciarle la mano).  ¿Es porque he salido con algunas de las chicas de la compañía?  ¿Es eso lo que te molesta?
V: Ya sabes lo que me molesta (mantuvo Victoria, tratando infructuosamente de apartar la mano.  La hipnótica caricia le gus¬taba demasiado y la mantenía hechizada).  No me gusta tu opinión sobre las mujeres.  Más bien, no me gusta tu actitud hacía las mujeres.
M: Amo a las mujeres (aseguró él).  Las respeto.  Tienen sus debilidades y sus aciertos, como los hombres, pero no las considero inferiores.
V: No las tratas como iguales (dijo Victoria con un leve temblor en la voz cuando el pulgar de su interlocutor le acaricio con suavi¬dad la sensible piel de la muñeca).
M: No, no las trato como iguales (aceptó él).  Trató a los hombres como hombres y a las mujeres como mujeres (alzó la mano de la joven hasta su boca y le besó la palma.  Ella suspiro involuntariamente, para luego lograr poner distancia entre ellos.
V: Por favor, basta, Marcos (murmuró).
M: ¿Por qué? (pregunto él, aunque no intentó volver a atrapar la mano de la joven).  Tú también me deseas, Victoria, puedo sentirlo.  No me odias.  En realidad, te gusto.  De modo que dime qué es lo que se interpone en mi camino.
V: Quizá tu ego machista (sugirió Victoria).

Marcos ignoró el ataque.

M: ¿Es que tienes una mala opinión de los hombres en general? (preguntó).  ¿Acaso te ha roto Tomás el corazón?
V: No (respondió Victoria con sinceridad, todavía asombrada de que Marcos hubiera hecho tanto caso a los chismes de la oficina sobre su vida sentimental).

La realidad era que Tomás no le había causado la menor desazón.  Lo único que había sucedido era que su relación había llegado a un punto muerto y había empezado a estancarse.  Las flores que él le enviaba empezaban a tener más vida que los sentimientos que debían expresar. Su relación se había ido marchitando, simplemen¬te, sin dramatismos ni dolor.

Cuando Tomás y ella decidieron separarse, Victoria llegó a sos¬pechar que ella era más culpable que él del fracaso de su romance.  Habían estado juntos mucho tiempo, pero ella no había permitido que su relación avanzara hacia el siguiente paso natural: el matri¬monio.   Estaba siguiendo con diligencia el plan que se había trazado y de acuerdo con ese programa no había todavía lugar para el matrimonio, ni para la maternidad.  Ya habría tiempo para eso más tarde.  No estaba preparada para una relación permanente, de ma-nera que Tomás y ella se habían separado sin asperezas.

Pero ninguna de las razones anteriores explicaba su resistencia a Marcos.  No creía que él buscara algo permanente con ella.  Estaba segura de que lo que le motivaba era el afán de reanudar una aventura iniciada cuatro años antes y que se había deformado en una leve hostilidad.

V: Has tratado de sabotear mi trabajo (se defendió ella, más bien para convencerse asi misma que al propio Marcos).

Marcos hizo un gesto de impaciencia.

M: No he hecho nada semejante (protestó).  He hecho reco¬mendaciones.  Sugerí que te quitaran de un proyecto para que pudieras trabajar en otro.  Además, mi palabra no es ley en la compañía, no tomo decisiones unilaterales.
V: Me consideras demasiado emocional (señaló Victoria).  Piensas que me tomo las cosas demasiado personalmente...
M: Es verdad (dijo sin rodeos).  

Marcos deslizó el brazo por el res¬paldo del sofá y su mano se apoyó sobre el hombro de Victoria. 

M: De modo que, te suplico que seas demasiado emocional conmigo, Victoria (su voz se hizo seductoramente sedosa).  Tómame personalmente.  Canaliza toda esa feminidad contenida en algo que valga la pena.

Entonces Marcos la estrechó en sus brazos, con lentitud y delicadeza, dándole oportunidad de resistirse.  Ella no se resistió, pero tampoco se rindió del todo.  Se acurrucó en su pecho y posó la mejilla en su hombro.  Marcos la rodeó con los brazos y la abrazó estrechamente
Lo sintió tan fuerte, tan firme y protector...   Esa noche no olía a talco infantil sino a jabón.  Ella prefería aquel olor a limpio que el aroma a colonia o loción, cerrando los ojos, aspiró profundamen¬te.

No le tenía miedo, tampoco pensaría en él como el Juan Tenorio de la empresa.  No con su actual aspecto, con sus pantalones gastados y su sudadera.  Los dos días anteriores le había visto bajo una luz diferente.  Ya no era el arrogante y poderoso asesor de los hoyuelos seductores.  Más bien, era alguien que se preocupaba por un bebé y por su hermana atolondrada, alguien que luchaba por satisfacer las necesidades de sus seres queridos.  Era un hombre que podía mostrarse vulnerable ante Victoria, que podía compartir con ella su carga.

Y era alguien lo bastante interesado por ella como para averiguar todo lo posible sobre su ex-novio.  A pesar de su indiferencia hacia ella en la oficina, a pesar de su arrogancia, se interesaba por ella.

Victoria abrigó una fugaz esperanza de que su interés proviniera de algo más que la resistencia que le había puesto.  La noche anterior le había acusado de haberla tratado de seducir con el único propósito de poder completar su lista de mujeres conquistadas en la compañía.  Pero no lo creía realmente.  Ahora se sentía más inclinada a creer que su reputación era un poco exagerada, como él había dado a entender.  Era compren¬sible que se construyeran mitos sobre un hombre tan atractivo como Marcos.

En este momento no parecía mítico.  Parecía muy humano en todos los sentidos.   Acurrucada contra él, Victoria sintió una extraña sensación de paz.  No quería ser besada, pero tampoco quería que la dejara de abrazar.  En ese momento, protegida por el dulce asilo de sus brazos, casi creía que nunca volvería a dejar encendida la luz del pasillo.
Sintió los labios de Marcos le rozaban su frente.

M: Te he deseado desde aquel primer día, Victoria (confesó él en un susurro).  Desde que te conocí (le acarició el brazo del codo hasta el hombro).
V: Pues tienes una forma muy curiosa de demostrarlo (mur¬muró ella).
M: Si hubiera conocido tus gustos, te habría encerrado conmigo en la bodega para contarte mi repertorio completo de chistes (bromeó Marcos).  Te habría atiborrado de café auténtico hasta que te arrancaras las ropas, suplicándome que te hiciera mía.
V: ¡Ni en sueños! (dijo Victoria, entre risas).

Marcos calló por un momento.

M: ¿Podrías al menos admitir que no me odias? (preguntó por fin).
V: Lo admití ayer.
M: Avanza un poco más (suplicó él).  Dime que te gusto.  Victoria suspiró y cerró los ojos otra vez.  La rítmica caricia en su brazo estaba ejerciendo un efecto hipnótico en ella; sintió el deseo de ronronear, dormirse en sus brazos.
V: Me gustas, Marcos (confesó en un susurro).
M: Dime que me deseas (murmuró Marcos, rozándole la frente en los labios y posando una mano en su barbilla para alzarle la cara hacia él).
V: Esta noche no (dijo ella, tratando de sujetarle la mano).

Él la miró.

M: ¿No me lo quieres decir esta noche, o no me deseas esta noche?

Otra vez vio un brillante anhelo en sus ojos.  Tímidamente alzó la mano y pasó los dedos por su áspera mejilla debido a la barba a medio crecer.

V: Me gustas, Marcos (repitió la joven en voz baja).  Y... te deseo (bajó la mirada y sintió que el rubor encendía sus mejillas).  

Continuará….

Capítulo 12

V: Pero no esta noche.
M: ¿Por qué no?
V: Porque... porque no estoy segura de que seas tú precisamente quien me gusta (explicó ella con voz insegura).  Quiero decir, me has gustado... estos dos días anteriores… me has gustado mucho.  Pero no has sido tú mismo en realidad.
M: ¿Ah, no?  ¿Quién he sido, entonces?
V: Has sido el tío de Lautaro.  Has sido un hombre lleno de ternura y lo bastante asustado como para pedir mi ayuda.

Los labios de Marcos se curvaron en una sonrisa juguetona.

M: ¿Qué tal si te pidiera ayuda para no pasar la noche a solas?  ¿Funcionaría eso?

Victoria rió.

V: Me gustas cuando eres dulce, Marcos.  No cuando tratas de seducirme.

El Marcos dulce asintió con una inclinación de cabeza.

M: Si esta noche no quieres, de acuerdo (Marcos volvió a apoyar la cabeza de Victoria en su hombro y le acarició el pelo con suavidad).  Pero lo que te acabo de decir sobre el deseo que despiertas en mí, Victoria no es un truco para seducirte.
V: Lo creo (admitió ella dejándose acunar en los brazos mas¬culinos y luego se apartó con renuencia).  Dame tiempo para pensar las cosas.  Todavía no estoy segura de quién eres.
M: Sabes quién soy (afirmó él, con una leve sonrisa).  Es de ti misma de quien no estás segura (se puso de pie y luego le ofreció la mano para ayudarla a levantarse).  

Marcos revisó los papeles dispersos sobre la mesita del café y frunció el ceño. 

M: Todavía tenemos mucho trabajo que hacer (observó).  ¿Estarás libre mañana?

Victoria tardó un momento en decidir si quería pasar el día siguiente con Marcos, que terminaría, sin duda, con otra deliberación sobre sus deseos mutuos.  Pero estaba el hecho de que tenían mucho que hacer sobre el contrato con Barrios Software.  Quizás se forjara una idea más clara de quién era Marcos en realidad y qué era lo que ella misma quería, si se enfrascaban durante algunas horas en los negocios.

V: Por la mañana tengo que hacer algunas cosas (dijo Victoria).  Pero podría venir por la tarde.
M: Magnifico. ¿Qué te parece a la una de la tarde?
V: De acuerdo.

La acompañó a la puerta, le entregó su chamarra que estaba colgada en la percha del vestíbulo y la besó en los labios ligeramen¬te.

V: Nos veremos mañana, entonces.

Sin mirar atrás, sin permitirse saborear el leve beso de despe¬dida, ella se dirigió al estacionamiento.

El sábado por la tarde llegó a la casa de Marcos a la una y media.  Puntual como siempre, había procurado terminar todas sus faenas domésticas lo antes posible.  A las doce y media ya tenía la casa recogida, se había duchado, lavado y cepillado el pelo, se había puesto unos ajustados pantalones de pana y una camisa blanca de algodón.  Podría haber llegado a casa de Marcos con varios minutos de adelanto, pero eligió el camino más largo para ir.  El cielo estaba completamente despejado y el fresco aire de octubre resultaba muy agradable.  Trató de convencerse de que se estaba entreteniendo porque no quería encerrarse con Marcos, Lautaro y los papeles del asunto Barrios en una tarde tan maravillosa, lo intentó, pero sin éxito.  Sabía cuál era la verdadera razón por la que había elegido el camino más largo: necesitaba pensar y asimilar la última conversación que había sostenido con Marcos.  Había dejado que sus sentimientos se afloraran.

Victoria tampoco había dormido bien la noche anterior, a pesar de que había dejado encendida la luz del pasillo, ¿cómo podía sentirse tan segura en los brazos de Marcos y tan desolada sin él?

La cuestión no era que él la deseara.  Sin duda, Marcos Guerrero deseaba al ochenta por ciento de la población femenina con un coeficiente de inteligencia superior a cincuenta.  La cuestión era que ella también lo deseaba... y no sabía qué hacer al respecto.
Quizás cuando Lautaro se fuera con su madre, pudiera saber si esa gentileza que ella encontraba tan atractiva en Marcos formaba parte integral de su modo de ser.  O por el otro lado Marcos volviera a flirtear con todas las chicas de la oficina y a expresar opiniones muy poco favorables sobre las mujeres de negocios.

Por otra parte, era posible que Marcos fuese de verdad el hombre generoso y sincero con el que estaba trabajando en esos momentos.  Quizás le hubiera juzgado injustamente durante los pasados cuatro años.  Quizás hubiera malinterpretado sus acciones en la oficina porque en el fondo estaba buscando alguna excusa para sentir antipatía por él y no terminar enamorada como todas las empleadas de la empresa.

Sus palabras de la noche anterior acudían una y otra vez a su mente:
“Sabes quién soy yo.  Es de ti de quién no estás segura.”

Victoria siempre había creído conocerse a sí misma.  Se consi¬deraba una mujer inteligente, ambiciosa, sincera y bien preparada, dispuesta en todo momento a demostrar que era tan eficiente como cualquier hombre.  ¿Podría estar ocultando otra faceta de su perso¬nalidad?  ¿Podría ser también esa mujer que se había sentido muy regia de haber conseguido cambiar el pañal de un bebé y a la que humedecían los ojos cuando veía a esa misma criatura acunada en los brazos de un hombre?  ¿Podría ser una mujer que comprendía que el hecho de desear a Marcos no la hacía inferior a él?  

Victoria ya había pasado la calle donde debía virar para llegar a la urbanización de Marcos, de modo que dio la vuelta.  Bien, pensó, ya había admitido que deseaba a Marcos.  La verdadera cuestión era si actuaría de acuerdo con tal deseo.  Por el momento, estarían los dos demasiado ocupados, sin duda, para hacer otra cosa que sentarse en el sofá y besarse.

V: Siento haber llegado tarde (fueron las primeras palabras de Victoria cuando Marcos le abrió la puerta).

Él parecía aún más cansado que el día anterior.  Se había afeitado, no obstante, y llevaba unos pantalones claros y un jersey de cuello alto, pero sus ojos delataban la fatiga.  Carecían de su brillo habitual y estaban circundados por oscuras ojeras.  

Saludó a Victoria con una leve inclinación de cabeza.  La mirada de ella se clavó en el cochecito que estaba en el vestíbulo.  Lautaro estaba enfundado en una montaña de suéteres, mantas y la ridícula gorra que cubría casi toda su cabeza y parte de la cara.

M: Vamos a salir los tres (gruñó Marcos, empujando el coche¬cito).  Si tengo que permanecer un segundo más con este individuo dentro... (Miró a Lautaro) terminaré por dar rienda suelta a mis impulsos homicidas.

Victoria miró al pequeño. Parecía sereno.

V: ¿Cómo podrías matar a una criatura tan encantadora?

Marcos le ofreció el cochecito.  Victoria aceptó e hizo todo lo que pudo por seguir el paso de Marcos.

M: Hubo ocasiones anoche en las que me desesperó y la paciencia estaba llegando a su nivel más bajo (confesó él, suavizando su tono al inhalar el fresco aire otoñal).  Por ejemplo, la tercera vez que me despertó a eso de las cuatro y media...  Me orinó, me llenó de baba y luego orinó en la alfombra y vomitó en la manta de la cuna.  ¿Has tratado alguna vez de limpiar una alfombra a las cuatro y media de la madrugada?

Victoria no pudo reprimir la risa.

V: No, nunca he tenido ese placer.
M: Esta mañana ha empapado cinco pañales en una hora.  Se ha pasado cuarenta y cinco minutos llorando sin parar.  A la hora del desayuno no sé cómo ha conseguido tirar de una patada mi taza de café.
V: Si era café instantáneo, yo también habría sentido la tenta¬ción de tirarlo (bromeó Victoria).
M: Y yo de darte a ti un puntapié (gruñó Marcos).  

Pero el magnífico clima parecía estar surtiendo efecto en él, porque Victoria vislumbró un asomo de sonrisa en sus labios.  Pasearon por un sendero bordeado de árboles y cubierto con hojas doradas y pardas.  El camino terminaba en un centro recrea¬tivo que contenía un club, una piscina y una pequeña zona de juegos infantiles.
Continuará….

Capítulo 13

V: Llevemos a Lautaro a los columpios (sugirió Victoria luchando por empujar el carrito sobre la hierba).

Marcos frunció el ceño, luego la siguió.

M: Es muy pequeño todavía.
V: Puedo cogerlo en mi regazo.

Victoria se detuvo junto a un columpio, apartó la montaña de mantas que le cubría y le cogió.  Sus bellos ojos color castaño brillaron con fascinación mientras le llevaba al columpio.
M: Es una idea absurda (objetó Marcos).  ¿Qué pasará si le sueltas?
V: No lo voy a soltar (prometió Victoria, sentándose en el columpio con el bebé en las piernas).

Después de estrechar a Lautaro contra ella, empezó a moverse para darse impulso.
Marcos la observó por un momento, sacudiendo la cabeza.

M: No merece divertirse después de los tormentos a que me ha sometido (se quejó con una pequeña sonrisa que hizo notar sus sexys hoyuelos de sus mejillas).

Marcos, a regañadientes, se colocó detrás del columpio y empezó a empujarlo.  Lautaro emitió un gritito de alborozo y Victoria oyó la risa casi involuntaria de Marcos a su espalda.

V: Bien, ¿por qué no hablamos de la encuesta? (sugirió Victoria).
M: ¿Qué?
V: Tenemos mucho trabajo que hacer, Guerrero.  Por eso es por lo que estoy aquí, ¿recuerdas?  Una de las cosas que debemos hacer es una encuesta a los propietarios de ordenadores para conocer su opinión.  ¿Has pensado algo al respecto?

Marcos no contestó inmediatamente.  Victoria miró hacia atrás y notó que trataba de reprimir una sonrisa.

M: ¿De verdad quieres hablar de negocios ahora?
V: Claro que sí.

Marcos rió abiertamente.

M: Está bien, Fernández.  De hecho, he pensado un poco en ello.  Lo que ofrece Barrios es flexibilidad y adaptabilidad.  Lo que debe¬mos averiguar es si los clientes potenciales están dispuestos a probar un nuevo producto basado en esas características.

Durante la siguiente hora discutieron qué tipo de encuesta debían planear y a cuáles compañías entrevistar.  Marcos se sentó junto a Victoria en el columpio.  Cuando Lautaro comenzó a cule¬brear peligrosamente en el regazo de Victoria, Marcos se ofreció a llevarle al tobogán.  Cada vez que Marcos aterrizaba al pie del tobogán con el bebé en su regazo, Victoria le explicaba a gritos algunas ideas sobre su plan para la encuesta, luego Marcos iba hacia la escalera del tobogán y una vez arriba le decía sus propias ideas al respecto.  Después de su décimo descenso por el tobogán, Lautaro co¬menzó a gemir, interrumpiendo lo que podía haber sido un diálogo muy productivo.

V: ¿Tiene hambre? (preguntó Victoria).
M: Estará hambriento, mojado o cansado.  Los tres grandes di¬lemas que rigen su vida (bromeó Marcos).  Creo que debemos regresar a casa.
V: Podríamos también escribir algunas de nuestras ideas (su¬girió Victoria).

Victoria se sentía satisfecha por la facilidad con la que habían inter¬cambiado opiniones respecto a la forma mejor de realizar el plan de trabajo.  Recordó lo pesimista que se había sentido respecto a colaborar con Marcos.  Sin embargo, sus conceptos eran claros y precisos y era evidente que consideraba válidos los de ella.  Había rechazado algunos, pero sin arrogancia.  Y también había aceptado las críticas de ella con ecuanimidad respecto a sus propias ideas.

Victoria volvió a preguntarse si sería la presencia de Lautaro lo que había influido en la actitud de Marcos, relajándole y aceptándola como colega.

Cuando llegaron a la casa, Victoria cambió el pañal a Lautaro, mientras Marcos le preparaba el biberón.  Luego se acomodaron en el sofá de la sala.  Marcos daba el biberón al pequeño mientras Victoria anotaba en su libreta algunas de las ideas que se les habían ocurrido en el parque.  Satisfecho su apetito, Lautaro se durmió en el regazo de Marcos, permitiendo a éste y Victoria concentrarse en su tarea.

Hacia las seis de la tarde habían concluido un borrador viable sobre el plan para la encuesta.
V: Creo que deberíamos poner fin a nuestro trabajo por ahora (sugirió Victoria y su petición fue secundada por Lautaro, quien se removió en el regazo de Marcos y lanzó un agudo gemido).

Marcos revisó las notas que Victoria había tomado y asintió.  Las dejó encima de una mesa lateral.
M: ¿Qué te parece si cenamos?

Victoria sintió una leve punzada de aprensión ante la posibilidad de que ahora la charla se deslizara hacia el peligroso terreno de su relación personal.

V: No sé (contestó con cautela).  ¿Vas a cocinar tú?

Marcos rió de buena gana.

Si quieres podemos cenar fuera.  Victoria le miró incrédula.

V: ¿Has contratado alguna niñera?

Marcos la miró sin pestañear.  

M: Estaba pensando que podríamos cenar en uno de esos lugares que sirven en el coche (cuando Victoria arrugó la nariz ante la sugerencia, él se defendió).  Al menos sería algo caliente y ninguno de los dos tendríamos que entrar en la cocina.  Mi coche es muy cómodo.  Vamos (la instó).

Victoria aceptó resignada.  Calentaron un biberón para Lautaro y se dirigieron hacia el coche de Marcos.  Éste metió el cochecito del niño en el maletero y Victoria se sentó en el asiento de atrás con el niño.  

Durante el trayecto se dedicó a meditar sobre su relación con Marcos.  Victoria se sentía muy bien al lado de Marcos; no podía ocurrírsele nada más apetecible que tomar una cerveza y una hamburguesa en su com¬pañía y luego volver a la casa para ver la televisión o escuchar música.  Quería estar con él.  No quería perder su compañía ni la inusitada camaradería que había surgido entre ellos.

Pero si la volvía a tomar en sus brazos, si la besaba y susurraba palabras de deseo… ¿qué haría entonces?  Su cuerpo responderla sin duda, pero... ¿sería eso sensato?  ¿Estaba realmente dispuesta a confiar en él, a olvidar la antipatía que había existido entre ellos durante cuatro años y a creer que él era en realidad diferente a como le había imaginado?
Más tiempo, pensó.  Necesitaba más tiempo para estar segura.  Pero si Marcos la tocaba, si la besaba en la palma de la mano como la noche anterior, no sabia qué haría.  Su acción más sensata seria irse a casa en cuanto terminaran de cenar.

No tardaron en llegar a su destino.  Después de ordenar, Marcos se sentó con Victoria y Lautaro en el asiento trasero.  Después de devorar todas sus patatas fritas, el hombre cogió unas cuantas del paquete de Victoria, lo cual le hizo ganarse una palmada en la mano.  Su retribución fue un irónico sermón sobre los hábitos alimenticios de las mujeres.  Todas las mujeres, y su poca disposición a compartir esas calorías excedentes que se regalaban a sí mismas.
M: Si esta fuera una ensalada de espinacas (afirmó, cogiendo otra patata antes de que Victoria pudiera impedírselo), ya me habrías ofrecido la mitad, pero de todos los millones, qué digo millones, trillones, de mujeres que he conocido en mi vida, ni una sola me ha ofrecido una de sus patatas fritas.
V: Sabes agasajar muy bien a tus trillones de mujeres, ¿verdad? (replicó ella con una sonrisa irónica).  Las papitas fritas de McDonalds son las más deliciosas, ummm, no hay nada mejor que eso (dijo a la vez que las saboreaba).

Marcos sonrió y aceptó el comentario con una inclinación de cabeza.

Durante el camino de vuelta a casa, Victoria hizo todo lo posible por olvidar lo mucho que deseaba quedarse con él más tiempo.  Si la invitaba a quedarse, no aceptaría.  Si se mostraba seductor, seria franca y le pedirla que se tomara las cosas con calma.  Si habían de convertirse en amantes, no había ninguna prisa.  Quizás Marcos estu¬viera acostumbrado a que las mujeres se derritieran bajo el influjo y hechizo de su sonrisa, pero Victoria prefería ir despacio.  Sí la deseaba de verdad, Marcos tendría que hacer las cosas a su manera.
Sin embargo, Victoria no había contado con la intervención de Lautaro para frustrar su estrategia marcharse de la casa de Marcos.
En cuanto salieron del coche al frío aire de la noche, el bebé empezó a llorar desconsoladamente, haciendo caso omiso de la voz arrulladora de Marcos de sus mimos y cosquillas, de sus gruñidos amenazantes.  Cuando parecía a punto de explotar, Victoria se lo arrebató de los brazos y lo acunó en su pecho.  Milagrosamente, Lautaro se calló.
Victoria le arrulló un poco para calmar sus últimos sollozos.  Era un misterio para ella por qué su pecho podría consolar al pequeño mientras que el de Marcos no.  Por lo que llegó a la conclusión que no podía dejar al hombre solo en esa situación cuando éste se lo pidió.

M: Por favor (suplicó él, mirando al bebé con una mezcla de ira y temor), quédate. 

Obviamente éste es uno de esos momentos en los que necesita el consuelo femenino.

V: No puedo quedarme (expresó Victoria, ante el comentario de Marcos.

Dios guardara el hombre de insinuar que él también necesitaba consuelo femenino.
Marcos la miró durante un rato.

M: Victoria, ¿Quieres huir por mi causa?
V: No quiero huir (aseguró).
M: Soy un ser humano, no una piraña (dijo él con voz fatigada).  No voy a morderte.
V: Lo sé.  Pero... (Marcos la interrumpió)
M: ¿Quieres saber la verdad?  Esta noche no tendría fuer¬zas para morderte aunque quisiera hacerlo.  Si te llevara a la cama esta noche, la única experiencia que tendrías conmigo seria oírme roncar.

Sin saber cómo contestar a tan abrupto comentario, Victoria pregunto

V: ¿Roncas?

Detectó un brillo de travesura en los ojos de Marcos.

M: ¿Por qué no te quedas y lo averiguas?
V: Marcos, hablo en serio (afirmó ella, volviendo a su anterior actitud).  No me puedo quedar esta noche contigo.  He venido aquí a trabajar y hemos trabajado.  De modo que ahora lo único que puedo hacer es marcharme (dio a Lautaro un beso de despedida, pero cuando fue a entregárselo a su tío, empezó a chillar).
M: ¿Conveniente para quién?  No para Lautaro, sin duda.  Y menos para mí.  Se pasará la noche atormentándome con sus llantos.
V: Es tu sobrino, no mío (señaló Victoria, aunque siguió aca¬riciando al bebé para tranquilizarlo).
M: A riesgo de parecer una abominable sexista (aventuró Marcos mientras colgaba su abrigo en el armario del vestíbulo) creo que hay ocasiones en las que los bebés necesitan a sus mamis.  No a sus papis, sino a sus mamis.  Y en este momento tú eres su mami prestada.

Victoria suspiró y se dirigió a la sala.  Se sentó en el sofá con Lautaro.

V: ¿Se te ha ocurrido pensar que eres demasiado exigente?  ¿No se te ha ocurrido pensar que pedirme que haga las veces de madre de tu sobrino va más allá de los límites razona¬bles de mis responsabilidades como compañera de trabajo?

Marcos intentó apaciguarla.

M: Victoria, por favor, sabes que yo...
V: ¿No se te ha ocurrido que he hecho demasiado por ti y el bebé? (le interrumpió ella).  He cambiado pañales sucios, he arruinado mi traje favorito, he comido porquerías y, para colmo, he tenido que soportar tus lascivos avances.  ¿No se te ha ocurrido pensar que puedes ser un soberano fastidio, Guerrero?

Marcos clavó su mirada en la de ella.  Su cuerpo comenzó a estremecerse por la risa, luego estalló en una franca carcajada.  Victoria empezó a reír también.  Un momento después los dos reían sonoramente y sin control.  Lautaro no sabía si unirse al repentino regocijo o ponerse a llorar asustado.

Parte de al histórico regocijo de ambos adultos se debía al puro agotamiento y parte de lo absurdo de la situación que Victoria había descrito con tanta vehemencia como con exactitud.  Pero sobre todo, ambos reían como dos buenos amigos que compartían un momento de espe¬cial de entendimiento y comunicación.

M: ¿Lascivos? (preguntó Marcos después de que ambos calmaran las risas).  ¿Has dicho que mis avances son lascivos?  Me han acusado de muchas cosas en la vida, Victoria, pero nunca de ser lascivo en mis intentos de seducción.
V: Está bien (concedió Victoria, limpiándose las lágrimas de risa y procurando recobrar la seriedad).  Me retracto de lo de los avances lascivos, pero el resto sigue en pie.

Marcos asintió con una sonrisa.

M: Está bien, soy un soberano fastidio.  Al menos no soy un fastidio común y corriente (se apoyó en el respaldo del sofá y observó a su acompañante).  ¿Qué te parece quedarte sólo hasta que Lautaro se quede dormido? (antes de que ella pudiera objetar algo, continuó). Sinceramente, Victoria, no me siento capaz de pasar otra noche como la de ayer.  Lautaro se ha portado como un perfecto caballero contigo y cuando te vayas se portará como un monstruo conmigo.

Se mostraba tan patético y suplicante que el corazón de Victoria se ablandó.

V: Me quedaré un rato (accedió, pero luego creyó conveniente añadir una severa advertencia).  Me quedaré, pero no quiero que me hagas ninguna insinuación amorosa.  Ya planteaste tu caso ano¬che y el jurado sigue deliberando.  No intentes nada esta noche.
Continuará….

Capítulo 14

Marcos alzó la mano con solemnidad en un juramento a la manera de los boy scouts.

M: Lo juro (dijo).
V: Hablo en serio.  Una sola mención de la pa¬labra deseo, no me importa en qué contexto, y dejo a Lautaro en tus rodillas y me marcho.
M: Trato hecho (prometió Marcos y sonrió con agradecimiento).

Victoria no quiso decirle que ver la televisión a su lado era exactamente como ella quería pasar esa noche; si lo hacía, podría estimularle para que mencionara otra vez sus deseos.  De manera que limitó sus comentarios a temas inocuos, como lo ridículo de algunos anuncios y la inexplicable preferencia de Lautaro por ella.

El bebé se comportaba razonablemente bien en su regazo, pero cada vez que ella hacía el menor movimiento, soltaba un chillido de alarma.  La breve visita de Victoria al cuarto de baño provocó sus protestas a un nivel de sonido más alto que los decibeles en una discoteca y cuando ella volvió a la sala, los gestos de Marcos eran los de una víctima torturada por la inquisición.  Casi arrojó a Lautaro a los brazos de ella en cuanto ésta se volvió a sentar en el sofá.  Como por arte de magia, Lautaro se calmó.

A eso de las nueve de la noche, vio que Marcos cabeceaba.

V: ¿Por qué no te vas a acostar? (sugirió Victoria).

La mirada somnolienta de Marcos se desvió hacia Lautaro, quien estaba sentado muy erguido en el regazo de Victoria y trataba infructuosamente de cogerse un pie con las manos.
M: ¿Qué harás tú? (le preguntó a Victoria).
V: Terminaré de ver este programa de televisión y luego trataré de dormir a Lautaro.  Cuando lo consiga, le meteré en su cuna y me iré a casa,
M: ¿No te importa que te deje sola con él?
V: No eres precisamente una compañía muy animada.  Apenas voy a notar tu ausencia (dijo Victoria).

Marcos aceptó su comentario con una sonrisa cansada.  Se levantó del sofá, bostezó y se dirigió lentamente hacia las escaleras.

M: Te agradezco de verdad lo que estás haciendo por mí, Victoria.  Ah, y no se te olvide cambiarle el pañal antes de meterle en la cuna, ¿eh?  Dejaré un biberón lleno en la cocina, seguramente tendrá hambre dentro de un rato.
V: No necesito instrucciones (gruñó Victoria).  Después de todo soy mujer y las mujeres nacemos con una sabiduría congénita respecto a estas cosas, ¿no es cierto? 

Marcos sonrió ante el sarcasmo y contraataco:
M: De acuerdo, pero cuida bien de mi sobrino mientras descanso y quizá algún día te lo pague como mereces.

Antes de que Victoria pensara en una réplica ingeniosa, Marcos ya se había ido.  Riendo con suavidad, volvió a concentrar su atención en el bebé.  Lautaro no parecía cansado, pero mientras estuviera de buen humor a ella no le molestaba permanecer con él.  Ignorando el programa de televisión, puso los dedos entre las manos del pequeño y vio como él se los aferraba uno por uno con esa concentrada atención de los bebés.  Le hizo cosquillas en el estómago y él rió.

No creía sinceramente que su cariño por Lautaro naciera de algún instinto maternal congénito.  No había nada de congénito en ello.  Por el contrario, había aprendido a quererle, como había aprendido a cambiarle el pañal y a vestirle, a alimentarle y jugar con él.  Quizás estuviera disfrutando de su compañía por la satisfac¬ción que le producía haber conseguido cuidar a un bebé, o quizás se debiera a que se estaba acercando el día en que ella se iba a convertir en madre

Pero ese día todavía estaba muy lejano, se recordó.  Sólo tenía veintiocho años; tenía pensado ascender todavía algunos escaños más en su escalera profesional antes de pensar en formar una familia.  La maternidad era un proyecto muy interesante, pero no estaba dispuesta a abandonar sus metas profesionales en ese mo¬mento en que su carrera podía verse amenazada por la maternidad.

Victoria era joven; tenía tiempo.  Sin embargo, la tarea de cuidar de Lautaro había dado a aquella cuestión un nuevo matiz.  Victoria ya no se preguntaba si sería madre.  La cuestión ahora era cuándo lo seria.

Aunque Lautaro seguía bien despierto a las diez, Victoria deci¬dió darle el biberón para ver si se dormía.  El niño se lo tomó con entusiasmo, luego se arrellanó en los brazos de Victoria y empezó a tirar de uno de los botones de su camisa.  Tenía los ojos muy abiertos.
Eran unos ojos muy bellos, observó Victoria.  Igual que los de Marcos. Victoria pensó en el hombre que dormía arriba y sonrió.

Le aliviaba inmensamente la forma en que había transcurrido el día.  Habían trabajado bien juntos y, lo mejor de todo, en ningún momento la había elogiado por sus brillantes conceptos y sus ideas acertadas.  Quería impresionarle, por supuesto, pero si la hubiera elogiado por sus logros, se habría indignado con él.  Pero él había aceptado sus sugerencias con naturalidad, como si en ningún mo¬mento hubiera dudado que pudieran ser aceptadas.  Victoria conside¬raba esa actitud más halagüeña que cualquier elogio.  Trabajaban bien juntos, reflexionó, y jugaban bien juntos.  Si Marcos se sentía lo bastante relajado en su compañía como para irse a dormir mientras ella permanecía en la casa, y ella se sentía lo bastante relajada como para quedarse mientras él dormía.  ¿Dónde estaba el sordo antagonismo que ambos habían abrigado el uno por el otro durante los pasados cuatro años?

Lautaro había permanecido mucho tiempo inmóvil y callado, y cuando ella bajó la mirada hacia él, se dio cuenta de que estaba a punto de quedarse dormido.  Se lo echó al hombro y se puso de pie.  Sentía las piernas entumecidas después de llevar tanto tiempo sentada con el bebé en el regazo y esperó a que la sangre volviera a correr por ellas antes de subir las escaleras hacia la habitación del niño.

Dejó la puerta del cuarto abierta y cambió el pañal de Lautaro con la luz del pasillo, para que no se espabilara.  Después le meció canturreando una canción de cuna y Lautaro no tardó en caer profundamente dormido.

Le dejó en la cuna y salió del cuarto con sigilo.  Todavía sentía las piernas agarrotadas y se dio cuenta de que ella también estaba agotada.  Decidió prepararse una taza de café antes de irse a su casa.  Necesitaría una fuerte dosis de cafeína para mantenerse despierta mientras conducía.

Una vez que el café estuvo listo, se sirvió una taza y la llevó a la sala para tomársela allí.  La luz de la lámpara en la mesita lateral le hacía daño en los ojos, pero no se atrevió a apagarla. Si lo hacía, estaba segura de que se quedaría dormida.  Se acomodó en el sofá, sopló al café para enfriarlo y le dio un sorbo.  Su mirada cayó sobre el montón de notas que Marcos y ella habían recopilado aquella tarde.  Con razón estaba cansada, se dijo.

En un solo día había hecho sus faenas domésticas, había jugado en el parque, trabajado en el plan para un sondeo de mercado y cuidado a un bebé.  Mientras daba otro trago al café se preguntó si una sola taza bastaría para despertarla.

El sofá era demasiado confortable, decidió, y el café demasiado caliente.  Dejó la taza en la mesa, se quitó las sandalias y se acomodó entre los mullidos cojines.  Sólo una pequeña siesta, se dijo, mientras se le iban cerrando los ojos.  Un cabeceo de unos diez minutos le daría energías suficientes para conducir hasta su casa.
Continuará….

Capítulo 15

M: Victoria...
Al principio creyó que la voz formaba parte de su sueño.
Pero cuando oyó su nombre por segunda vez, el sonido fue demasiado real.  Haciendo un enorme esfuerzo, se incorporó y vio a Marcos.

Se fijó en sus ojos primero, esos ojos que habían estado nublados por la fatiga la última vez que los había visto y ahora estaban brillantes y alertas.  Observó su pelo revuelto que poseía destellos dorados a la luz ambarina de la lámpara.  Cambiando de rumbo, su mirada bajó.  Notó que sólo llevaba puestos unos pantalones cortos, contempló su torso desnudo.  Estaba muy bronceado y musculoso.  Había tratado de imaginar su torso varios días antes, cuando había percibido su contorno bajo la fina tela de su camisa, pero su imaginación se había quedado corta en comparación con la realidad.  Su cuerpo era magnifico.

Estaba sentado tan cerca de ella que pudo sentir el calor que emanaba de su cuerpo.  Se humedeció involuntariamente los labios con la punta de la lengua y luego se obligó a subir la mirada.

V: Creo que me he quedado dormida (susurró).  ¿Qué hora es? 
M: Tarde (le informó él, con tono apacible y con los ojos fijos en ella).  He creído oír el llanto de Lautaro y al levantarme para ir a verle, me di cuenta que estaba encendida la luz de la sala.  He venido a apagarla y... (a manera de conclusión extendió una mano y le apartó un mechón de la mejilla y se lo colocó detrás de la oreja) te vi, estabas profundamente dormida.
V: ¿Estaba bien Lautaro? (preguntó ella y se preguntó si Marcos habría notado el leve temblor de su voz al sentir el toque de sus dedos sobre su mejilla).

Su pulso y su respiración se hacían más agitados.

M: Sólo balbuceaba en sueños (dijo él).  No suele dormir tan profundamente.  ¿Qué le has hecho?

Victoria consiguió esbozar una sonrisa.

V: ¿Qué crees?  He puesto mi sabiduría maternal congénita (se incorporó y se apoyó sobre su codo).  Creo que debería irme a casa.

Otra vez los dedos de Marcos se dirigieron a su pelo.

V: No (dijo ella con voz trémula, pero decidida).  No deberías hacer esto.

Lo vio inclinarse para besarla.  No se movió, no hizo ningún intento por resistirse.  En lugar de ello, volvió a acostarse y Marcos quedó encima de ella.  Los labios de Marcos mordisquearon los de ella, luego los obligaron a entreabrirse.  La lengua masculina invadió su boca, buscando su lengua.  Victoria gimió.  Ningún hombre la había besado como Marcos y ni siquiera trató de reprimir la oleada de sensualidad que la invadió cuando la lengua de Marcos encontró la suya y la retó a un duelo erótico.

Victoria llevó las manos a la cintura de Marcos.  La sensación de su piel desnuda bajo sus dedos la sobresaltó y apartó las manos con timidez.

M: Me gusta que me toques, Victoria (susurró él).  Te deseo… te deseo... 
V: Prometiste no usar esa palabra (le recordó Victoria).
M: No la usaré, entonces (prometió Marcos, mordisqueándole la mandíbula).  Pero recuerda que acciones que dicen más de mil palabras (su boca volvió a cubrir la de ella, en un beso más elocuente que todas las palabras).

Victoria volvió a suspirar.  Hablaran o no de deseo, éste se podía palpar y sentir.  Deseaba a Marcos; deseaba tocar su magnífico torso y ancha espalda.  Victoria volvió a alzar con timidez una mano y le tocó el costado, sintiendo la amplia caja torácica bajo sus dedos.  Él gimió ligeramente, luego se echó hacia atrás para que ella pudiera explorar su pecho con los dedos.

Después de besarla de nuevo, Marcos concentró su atención en los botones de la camisa de la joven.  Los desabrochó con manos expertas y, durante un momento que pareció congelarse en el tiempo, lo único que hizo fue contemplar el pecho de la joven, sus senos luchando contra las copas de su sujetador.  Su sola mirada la excitaba; sintió que sus pezones se henchían ante la mera idea de su caricia.

Victoria casi deseó que él dijera algo, cualquier cosa.  El sonido de su voz sería más familiar para ella que los rápidos jadeos anhe¬lantes que no podía controlar o la respiración que se ahogó en su garganta cuando el dedo índice de Marcos dibujó una línea a lo largo de su esternón hasta el broche frontal de su sujetador.  Lo desabro¬chó y apartó las copas.  

Marcos pareció vacilar, como si quisiera resistir la tentación que repre¬sentaban para él aquellos senos pequeños, pero firmes.  Alzó la mirada hacia su cara y ella advirtió que su respiración era tan agitada como la suya.  El la interrogó con la mirada, esperando su consentimiento.

Ella le deseaba, deseaba sus caricias; quería que la abrazara que la hiciera suya.  Quería gritárselo, expresar con vehemencia su pasión.  Pero era ella quien había fijado las reglas, quien había decidido que no debían hablar de su deseo.

Victoria luchó por controlar el impulso de desgarrar el resto de sus ropas y entregarse frenéticamente a él.  La oportunidad que Marcos le estaba dando para detenerle en aquel punto era un regalo ines¬perado y ella la aprovechó para considerar a quién deseaba en realidad.

No era al Juan Tenorio de la oficina.  No era al casanova de la sonrisa fácil y los hoyuelos cautivadores.  No al machista incorregible que consideraba a las mujeres como seres volubles y sin control sobre sus emociones.

Victoria había llegado a la conclusión que quería al tío amoroso, al hombre tierno y responsable.  Deseaba al colega que la trataba como a una igual, al amigo que le confiaba sus desazones y sus problemas, al hombre que admitía necesitarla.  Deseaba a aquel hombre considerado y galante que le estaba dando la oportunidad de decir que no, aunque los dos ardían de deseo.

Deseaba a este Marcos, al que había llegado a querer... a respe¬tar… a amar, en los últimos días.  Sabía quién era ella; una mujer lo bastante sincera como para admitir que le amaba.  Victoria, aspirando profundamente, le cogió una mano a Marcos y se la llevo a los labios.  Le besó la punta de los dedos y luego la apretó contra la turgente curva de su pecho.  El placer de Marcos ante aquel gesto fue apenas palpable.  

Marcos se inclinó para besarla con un beso prolongado, profundo, que fue más allá de su boca, más allá de su cuerpo para incendiar su alma.  Le rodeó con los brazos, colocando una palma sobre el arco de su espalda y deslizando la otra hasta la base de la nuca para enredar los dedos en su pelo mientras fundían sus bocas en otro apasionado beso.

Cuando las manos masculinas se posaron en sus senos y empezaron a acariciarlos con suavidad, Marcos movió las caderas contra ella con un ritmo constante.  Victoria respondió instintivamente y arqueó el cuerpo hacia él en un ritmo similar.  Marcos emitió un gemido desgarrado y buscó afanosamente la cremallera de los pan¬talones de la joven.

El contacto de sus dedos sobre la sedosa piel de su estómago la trastornó.  No tardó en encontrarse completamente desnuda.  Marcos contuvo el aliento un momento.  Luego, Marcos con sus manos recorrieron desde los angostos tobillos hasta las esbeltas pantorri¬llas de Victoria.  Siguió acariciando hacia arriba y se detuvieron en las rodillas sólo el tiempo suficiente para hacerla gemir con impaciencia.  Una leve sonrisa asomó a los labios de Marcos mientras sus manos acari¬ciaban las piernas de la muchacha, primero por la parte delantera y luego por detrás de los muslos, dejando para lo último la sensible piel de la parte interior de los mismos.  Sus caricias estaban tan cercanas a ella, tan incitantemente cercanas que con un jadeo impaciente que Marcos le cogió una mano a Victoria y la condujo hasta donde más ansiaba su contacto.

Aferrando la tela de los pantalones cortos, Victoria olvidó por un instante su propia frustración y recorrió con la punta de los dedos la dureza que proclamaba el deseo masculino.  Recorrió toda su extensión palpitante a través de la suave tela, disfrutando de la embriagadora sensación que le producía la conciencia de su propio poder sobre él.  Marcos gruñó algo ininteligible y desató el nudo corredizo de la cinturilla de su pantalón corto.  La cuerda se aflojó y ella metió la mano.
M: ¡Oh, Victoria...! (exclamó él con voz ahogada).

Mientras se arqueaba contra su mano atrevida, ella respondió a la torturadora súplica bajándole los pantalones para arrojarlos luego al suelo

El cuerpo desnudo de Marcos cayó sobre el de Victoria, su boca devoró su boca con voracidad y su mano se movió con dulce insistencia entre las pier¬nas, hasta que Victoria no fue otra cosa que hirviente sensación, húmeda receptividad.  Ella trató de tocar otra vez su palpitante virilidad, pero él esquivó el contacto.

V: Marcos (susurró ella, olvidando las reglas del juego).  Te deseo...
M: Sí (murmuró Marcos, deslizando la mano hasta sus muslos para abrirla por completo a su vigorosa arremetida).

Sucedió casi con demasiada rapidez, sus poderosas embestidas la llevaron a un súbito clímax.  Tembló en los brazos de Marcos cuando el éxtasis la invadió.  Durante largo rato después Marcos apenas se movió.  Ella lo abrazó con delicadeza, deslizando las manos por su espalda bañada en sudor mientras su cuerpo se relajaba lentamente y su respiración volvía a la normalidad.  Victoria sentía un inmenso agradecimiento por lo que acababa de compartir con él.

Victoria nunca había experimentado nada tan intenso en su vida.  No podía entender lo que Marcos podía hacer con su cuerpo.  Lo único que sabía era que iba más allá del simple deseo.

Le sintió agitarse y aflojó el abrazo.  Marcos se incorporó para poder verla.  Su sonrisa era enigmática, sus ojos lúcidos y luminosos.  La besó con suavidad.

M: Habíamos esperado mucho por esto, Victoria (murmuro con voz aterciopelada).

Era cierto, Victoria se dio cuenta de repente con azorada y súbita lucidez.  Habían esperado demasiado para aquello.  Cuatro años.  Cuatro años de deseo contenido, escondido detrás de una fachada de hostilidad e indiferencia.  Cuatro años hasta que aquel primer beso alcanzara su culminación natural.  Se habían ido preparando para aquel momento desde el día en que se habían conocido.

Marcos se puso de pie.  Luego deslizó los brazos por debajo de los hombros y las rodillas de la joven y la cogió en brazos como si no pesara nada.  Luego apagó la luz y, después de besarla en la frente, subió con ella en brazos las escaleras hacia su habitación.

Continuará….

Capítulo 16

La dejó suave y tiernamente sobre su ancha cama.

M: ¿Quieres que deje encendida una luz? (le preguntó). 

Victoria tiró de su brazo para que se sentara junto a ella, le acarició el hombro con suavidad,

V: Puedo sentirte mejor si no te veo (susurró).

Marcos rió con suavidad.

M: ¿Y cómo me sientes?
V: Increíblemente bien.
M: Hm (él suspiró complacido cuando ella dejó que sus dedos le exploraran a su gusto el torso).  Oh, Victoria (posó una mano sobre su cadera y la atrajo hacia él).  ¿No te alegras de que los hombres y las mujeres no seamos iguales?
V: Nunca he dicho que lo seamos (murmuró ella, deslizando la mano hacia la firme superficie dura del estómago de Marcos).

Marcos la instó a tumbarse y se inclinó para besarle los senos.  Sus labios se cerraron alrededor de un pezón y lo acarició con avidez y luego le pasó la lengua por la rosada punta hinchada.  Victoria gimió de placer.

M: Doy gracias a Dios por eso (murmuró Marcos antes de cubrir el otro pezón con la boca.
V: Ahora me toca a mí (jadeó Victoria, escabulléndose).

Marcos alzó la cabeza y la miró con curiosidad.  En su expresión había regocijo y algo más… desafío.  La estaba retando a que tomara la iniciativa.  Marcos acomodó la cabeza en la almohada y la observó con curiosidad mientras ella le buscaba con los dedos una de las tetillas.  Al loca¬lizarla, inclinó la cabeza para besarla.  Casi inmediatamente, la tierna carne se endureció entre sus labios y cuando su lengua se aventuró a lamerla, Marcos lanzó un gemido.  Victoria se incorporó y preguntó 
V: ¿Te hago daño?
M: ¡Oh no! (contestó él sin aliento).

Victoria se inclinó y buscó la otra tetilla.  Ésta también creció cuando ella la besó y cuando la mordisqueó ligeramente sintió que todos los músculos del cuerpo se ponían tensos.

V: Ahí tienes (declaró la feminista, tan excitada como Marcos al apartarse de él).  Diferentes, pero iguales.  Espero haberte con¬vencido.
M: No me has convencido de nada (dijo Marcos con obstinación, girando sobre un costado y pasándole una pierna sobre las caderas para sujetarla).  Pero no pienso discutir el asunto contigo en este momento (sus labios la abrumaron con un candente beso y Victoria admitió en silencio que no era el momento más adecuado para discusiones filosóficas respecto a la igualdad de los sexos).
Marcos susurro con voz profunda, enronquecida:
M: Victoria... mujer. No me odias.  Realmente no me odias.
V: No te odio (admitió ella).
M: Incluso te gusto (sugirió él).
V: Más que eso, Marcos (confesó la joven).  Mucho más que eso.

Marcos la atrae nuevamente hacia su cuerpo.

M: No sabes lo que yo soñé con tenerte así, sentirte contra mi cuerpo.  Ay Victoria, que piel tiene, ahhh, que olor, tu perfume, tu piel, tu cara, me encantas toda, me vuelve loco, loquito…
M: Te deseo tanto que no puedo pensar con claridad.

Sus labios se movían rápidamente por las mejillas y los párpados de Victoria.

M: Te voy a demostrar cuánto te deseo.  Quiero sentir cada milímetro de tu cuerpo contra el mío.

Marcos comenzó a besar a Victoria toda su cara, la besaba desde la frente, mejillas, quijadas, hasta llegar a su cuello, terminando en los labios de Victoria.  Besándola como si con ello se le fuera la vida, transmitiéndole todo la pasión que le tenía guardado. 

M: Victoria, sabes a dónde te voy a llevar nuevamente (le pregunta hiperventilado)
V: ¿A dónde?
M: Al fin del Mundo…(Hiperventilado) ¿Quieres que te lleve?
V: Si llévame, Marcos
M: Pídemelo, Victoria.
V: Llévame, llévame al Fin del Mundo, Marcos

Fue una orden tácita, la que Victoria le expresó a Marcos.  El aturdido cerebro de Marcos empezó a percibir algunas cosas.  Victoria olía a melocotones y sus labios de forma perfecta estaban ligeramente entreabiertos como suplicando otro beso.  Pero eso no fue lo único que percibió.  El cuerpo de Marcos respondía al volver a hacer contacto contra el cuerpo de la mujer que la traía loco por lo que cierta parte de su anatomía respondía de forma muy masculina y explosiva.
Marcos dibujó la boca de ella con su lengua para a continuación fundirse en ella en un profundo beso que provocó en Victoria agudas punzadas de placer por todo su cuerpo.  Por un momento pensó que iba a derretirse.  Era como si sus rodillas se hubieran vuelto de goma y en lugar de sangre, corriera por sus venas miel caliente.
Marcos enredó sus dedos en el cabello de Victoria para mantenerla así cautiva mientras acariciaba con la lengua sus zonas erógenas más recónditas.  Victoria también podía saborear su pasión.  Su pulso se aceleró y se le disparó la temperatura.  Por su parte Marcos le estaba demostrando que sentía lo que decía de tal forma que ya no le quedaba la menor duda de que él la deseaba y estaba completamente enamorado de ella.

Lentamente, Marcos fue relajando la presión de su boca sobre la de ella hasta interrumpir el beso.
M: Te deseo tanto que no puedo pensar con claridad.
Sus labios se movían rápidamente por las mejillas y los párpados de Victoria.
M: Te voy a demostrar cuánto te deseo.  Quiero sentir cada milímetro de tu cuerpo contra el mío.  

Victoria le hizo sentir a Marcos que ya estaba preparada para recibirlo a él.  Marcos entra en Victoria con suavidad pero a la misma vez con firmeza.  Ya hundido en el cuerpo de ella como estaba, sus músculos luchaban por ponerse en tensión para completar el acto amoroso, pero Marcos los ignoró.  No iba a dejarse llevar por la lujuria antes de estar seguro de que Victoria estaba lista para recibir placer.  A partir de ahora, siempre que te haga el amor, te voy a llevar al fin de mundo donde solamente tú y yo existamos.
La miró tiernamente y esperó a detectar un gesto de aceptación en sus bellos ojos.  Entonces, empezó a moverse con mucho cuidado con los ojos cerrados, concentrándose para no perder el control.  En su esfuerzo por reprimirse, mantenía los ojos cerrados con tal fuerza que veía destellos de colores en sus párpados.  Pero se resistía a dejarse llevar.  Victoria confiaba en él.  Cuando Marcos sintió que ella respondía a sus movimientos, abrió los ojos para buscar en la mirada de ella un anhelo igual al suyo.  Aceleró el ritmo al que se movía sin dejar de mirarla.  Las mejillas de Victoria resplandecían por la pasión.  Marcos sentía la presión de los músculos internos de Victoria mientras que ella se acercaba al punto cumbre de su pasión.

M: Eso es, Victoria (jadeó él).  Déjate llevar.

Cuando Victoria hundió sus uñas en la espalda de Marcos mientras gemía su nombre, Marcos supo que ella estaba a punto de llegar.  Pegándose aún más a ella, intensificó el ritmo de sus movimientos hasta que sintió cómo Victoria se relajaba repentinamente y liberaba toda su tensión.  El clímax de ella desencadenó el suyo, y estremecido por su intensidad, Marcos no se detuvo hasta derramarse dentro de ella.

Volvieron a hacer el amor frenética y desesperadamente y cuan¬do descendieron de las cimas del éxtasis, Victoria se acurrucó en el firme refugio de los brazos masculinos dis-frutando de la apacible oscuridad que los rodeaba y se quedó dormida.

Continuará….

Capítulo 17

Al despertar, descubrió que estaba sola en la cama.  Marcos había subido la persiana para que entrara la luz del sol en la habitación y Victoria miró a su alrededor con fascinación.  El cuarto de Marcos estaba razonablemente ordenado y limpio, si se tenía en cuenta que era el de un soltero.

V: Vaya un pensamiento más machista (se dijo a sí misma con una amplia sonrisa).

El hecho de que ella tuviera su habitación más arreglada no tenía nada que ven con su sexo sino con su obsesión por el orden y la limpieza.  Aunque Marcos había dejado varios artículos y prendas de vestir dispersos por el suelo, al menos los muebles no tenían polvo.

No se sentía turbada o desilusionada por haber despertado sola, había dejado que Marcos se fuera a dormir temprano la noche anterior y ahora él le estaba pagando el favor permitiéndole dormir hasta tarde mientras él cuidaba de Lautaro.  Más que sentirse abandonaba, estaba conmovida por su consideración.

Se desperezó, saboreando por un momento el lujo de tener para ella sola la enorme cama y disfrutando aún más profundamente la idea de haberla compartido con Marcos.  El recuerdo de su pasión y su sensibilidad hizo asomar una sonrisa a los labios de la joven.  Le hubiera encantado no levantarse en todo el día, reviviendo en su mente la dicha que había experimentado con él la noche anterior, pero se obligó a echar a un lado las sábanas para ponerse de pie y enfrentarse al mundo.  

Sólo Dios sabía a qué tormentos estaría sometiendo Lautaro a su tío aquella mañana.  Debía vestirse y bajar a echarle una mano.  El problema era que todas sus ropas estaban abajo, en la sala.

No podía bajar desnuda, aunque suponía que a Marcos no le disgustaría el espectáculo.  Fue hacia el armario y lo abrió.  Encontró una bata de baño y la descolgó.  Después de volver a cerrar la puerta corrediza, se puso la prenda.  Naturalmente, era demasiado grande para ella, pero le serviría para no tener que bajar desnuda a recoger su ropa.

Cuando salió al pasillo oyó la voz de Marcos, era evidente que estaba manteniendo una animada charla con su sobrino.

Se dirigió hacia las escaleras, pero se paró en seco al darse cuenta de que no era el bebé quien contestaba a las palabras de Marcos, sino una mujer.

XXX: Realmente eres algo especial, Marcos (estaba diciendo la mujer).  ¿Qué te pasa?  Es casi enfermiza la forma como te comportas.
M: Oh, déjame tranquilo (gruñó él).
XXX: ¿Que te deje tranquilo?  ¿Qué quieres que piense cuando llego aquí y encuentro ropas de mujer dispersas por toda la sala?  ¿Crees que debo respetar a un hombre que lleva una vida como la tuya?  ¿Crees que debo confiar en ti?
M: Si hubieras tenido la cortesía de llamar por teléfono antes de venir, habría tenido tiempo de limpiar la sala.
XXX: Oh, por favor, no te vayas a molestar por mí (dijo la mujer con sarcasmo).
M: Dios sabe que ya me he molestado bastante por ti (masculló Marcos y Lautaro subrayó la declaración de su tío con un grito agudo).  Ten cuidado, ¿quieres?
XXX: ¿Que tenga cuidado?  ¿El Don Juan Tenorio de la comarca me pide que tenga cuidado?

El estómago de Victoria se contrajo dolorosamente.  ¿Quién era esa mujer?  ¿Una conquista de Marcos?  ¿Una ex-amante?  Quienquiera que fuese, Victoria no quería conocerla.  Ni siquiera quería estar bajo el mismo techo de aquella mujer.
Pero no podía salir de la casa sin su ropa y no podía recuperarla sin bajar a la sala y no podría bajar las escaleras sin pasar por delante de la cocina, donde estaban Marcos y la mujer.  Tampoco le pareció apetecible la alternativa de encerrarse en el cuarto de Marcos a esperar a que se fuera la desconocida.  Quizás ella pensara permanecer mucho tiempo allí.  Quizás incluso irrumpiera en el cuarto y la encontrara escondida allí como una cobarde.

M: La forma en que le tienes cogido no es la más adecuada (estaba explicando Marcos con enorme paciencia).  Le gusta tener la cara contra tu hombro.  Es por eso por lo que se mueve tanto.
C: Es mi hijo (exclamó la mujer).  Yo sé cómo cogerle. 

Si era Carol, la hermana de Marcos.  La tensión de Victoria disminuyó, pero sólo ligeramente.  Era mejor que la mujer fuera la hermana de Marcos y no una amiguita.  Pero de cualquier manera, no le gustaba la idea de conocerla vestida sólo con la enorme bata de su hermano.  Por lo tanto, no le quedaba otra alternativa que volver a la habitación y esperar a que Carol se fuera.  Suspirando, dio la vuelta.

M: Creo que he oído pasos (la voz de Marcos sonó más cerca).  Buenos días, Victoria.
V: ¿Cómo has podido oírme? (murmuro con asombro Victoria).  He hecho todo lo posible por no hacer ruido.
M: Te he oído moverte por mi habitación (él también hablaba con voz suave). 

Cuando llegó arriba, extendió los brazos hacia ella y la hizo volverse a mirarle. 

M: Buenos días (murmuro antes de cubrir con sus labios los de ella).

A Victoria le sorprendió la oleada de calor que la invadió.  Escondiendo la cara en el pecho del hombre con quién había pasado la mejor noche de su vida le dice:

V: Te agradecería enormemente que me trajeras mi ropa.  Quie¬ro vestirme.

Marcos deslizó una mano por debajo del escote de la bata y le acaricio la sedosa piel de un hombro.

M: Preferiría que te quedaras desnuda (le susurró sexymente).
V: Por favor, Marcos (imploró ella).  Tu hermana esta aqui y…
M: Y me está sacando de quicio (añadió).  Incluso Lautaro se está irritando con ella.  Ven abajo a tomar una taza de café.  Estoy seguro de calmar a Lautaro mejor que ella.
V: No quiero inmiscuirme en una disputa familiar.
C: No es una disputa (intervino la voz de la mujer).  Sólo las habituales muestras de afecto de los Guerrero.  Hola, me llamo Carol.  Tú debes ser la dueña de esta ropa, supongo.

Victoria bajó la mirada hacia la mujer que estaba al pie de las escaleras.  Era alta y delgada como su hermano y su pelo tenía el mismo tono.  Con un brazo sujetaba a su inquieto hijo y con el otro las ropas de Victoria.

M: Deja sus cosas donde estaban (ordenó Marcos mientras ba¬jaba junto a Victoria el resto de las escaleras).  Victoria no se intimida fácilmente, ni se abochorna.  Por otra parte, es una de esas personas que lo primero que necesita al levantarse es una buena taza de café (apretó amorosamente los hombros de Victoria).  Lo he preparado especialmente para ti.

V: ¿Si?  ¿Café de verdad? (exclamó Victoria, conmovida).
M: Sólo para ti (la besó en la mejilla y luego la acompañó hasta la cocina, sin detenerse al pasar ante Carol).

Sin saber qué hacer, Victoria se sentó en una silla de la cocina mientras Marcos le servía una taza.

M: La leche y el azúcar están en la mesa (dijo, mientras le ofrecía la taza).
V: Gracias.

Victoria aceptó el café.  Dio un sorbo al humeante líquido y casi se atraganta.  Llamarlo el peor brebaje que había probado en su vida era apenas hacerle justicia.  ¿Cómo podía un hombre de la inteligencia de Marcos preparar tan abominable café?

C: Nauseabundo, ¿verdad? (comentó Carol al entrar en la cocina y observar el gesto de Victoria).  También ha intentado hacerme beber esa porquería a mí.  Algo que debes aprender desde ahora, antes de enredarte más con mi hermanito, es que el pobre es una nulidad en la cocina.
V: Ya lo sé (declaró Victoria, pero inmediatamente se arrepintió de sus palabras.  No quería ser desleal con Marcos), es decir, sé que no prepara muy buen café (se corrigió, esquivando la mirada de Marcos).  Pe... pero... tiene un verdadero talento cuando se trata de descongelar pizzas.
C: ¿Pizzas? (preguntó Carol con incredulidad).  ¿Preparas pizzas?
M: Sólo para Victoria (respondió Marcos, dedicando una sonrisa agradecida a Victoria.  Se acercó a ella y le acarició el pelo).  ¿Qué te parece si te preparo una esta noche?  (preguntó, haciéndole un pícaro guiño).

Victoria no pudo evitar sonreír.

V: Es demasiado trabajo para ti, Marcos (dijo).  Acabas de preparar una el...  ¿cuándo fue?  ¿El jueves por la noche?  No quiero que te molestes tanto por mí.
M: Bien, entonces será la semana que viene (ofreció Marcos, disfrutando evidentemente del juego sensual ignorando la presencia de Carol).
V: Ya veremos.
C: Tú y yo ya hemos hablado una vez, ¿verdad? (intervino Carol señalando a Victoria con el dedo).

Cogió una silla y colocó a Lautaro sobre sus piernas, luego dirigió a Victoria una atenta mirada.

C: Reconozco tu voz.  Fuiste la que contestó el teléfono, ¿verdad?

Victoria hizo acopio de Valor y lealtad, tomó otro trago del abominable café y luego se enfrentó a Carol con una sonrisa amable.

V: Sí (confirmó, ofreciendo su mano con cortesía).  Yo contesté.  Me llamo Victoria Fernández.

Carol estrechó su mano.

C: Marcos me dijo que una amiga le estaba ayudando con Lautaro.  Supongo que tú eres la amiga (escudriñó a Victoria, luego asintió).  Supongo que debo darte las gracias.  Sin ti sólo Dios sabe qué habría hecho Marcos con mi pobre criatura mientras yo estaba fuera.
V: En realidad, no ha necesitado demasiada ayuda mía (ase¬guró Victoria, pensando que no mentía).

Marcos había hecho una labor excelente con el bebé.  Y la ayuda que ella le había prestado no había sido tan esencial.
Marcos ya empezaba a hartarse de oír a las dos mujeres hablar de él en tercera persona.

M: Escucha, Carol, ¿quieres que guarde las cosas de Lautaro en su maleta?  Estoy seguro de que tienes muchas cosas que hacer, no quiero retenerte aquí todo el día.
C: Claro, claro.  Quieres que te deje el campo libre, ¿no?  (Carol interpretó su poco sutil indirecta y luego sonrió a Victoria).  Igual que cuando tenía doce años, entraba en la sala donde estabas besuqueándote con alguna amiga, siempre me mandabas desapa¬recer inmediatamente.
M: Yo sólo te mando desaparecer cuando te comportas de forma abominable, Caro! (afirmó Marcos, irritado).  Como en este momento, por ejemplo.  Recogeré las cosas de Lautaro y las llevaré a tu coche (salió de la cocina y añadió desde el pasillo).  Y recuerda, Carol, no trates de fastidiar a Victoria.  Perderás el tiempo (volvió a guiñar el ojo a Victoria y comenzó a subir las escaleras).

Carol apretó a su hijo contra el pecho y suspiro.

C: Debe ser un alivio para él que me lleve a Lautaro (murmu¬ro).
V: No lo creo (observó Victoria).  A pesar de todo, hemos... quiero decir, Marcos ha disfrutado mucho cuidando al bebé.

Carol miró a la otra mujer con ojos entornados.

C: Has pasado aquí todo el tiempo, ¿eh?

Marcos había dicho que ella era inmune al bochorno y Victoria decidió hacer todo lo posible por no dejarle mal.  Encogiéndose de hombros, dijo:

V: No, sólo me he quedado aquí esta noche.
C: Escucha Victoria, siento haberme comportado así al ver tu ropa en la sala (se disculpó Carol).  Lo que pasa es que... ya sabes, le dejo a mi bebé unos días y cuando vuelvo me encuentro la casa llena de ropa de mujer, como si hubiera estado celebrando una orgía. ¿Qué podía pensar?

Victoria movió la cabeza.

V: No te preocupes.

Carol se apoyó contra el respaldo de la silla y volvió a examinar a Victoria.

C: Espero que no te moleste que diga esto, pero eres diferente a sus conquistas habituales. ¿Va... en serio lo vuestro?

Victoria se dio cuenta de que Carol no estaba tratando de abochornarla, sino que era por naturaleza franca y sin tacto.

V: Quizá debas preguntárselo a él (dijo con voz apacible).
C: Si se lo pregunto me mandará a freír espárragos (se lamentó Carol).

Victoria sonrió y no replicó nada.

C: Está bien, no es asunto mío (concedió Carol).  Pero si no te molesta que lo diga, me parece que eres lo mejorcito que le ha tratado.  Y creo que él también lo piensa.  La forma en que te trata, abrazándote delante de mí y todo eso... no es habitual en él.  Jamás le ha importado tanto una mujer como para prepararle café o hacerle una pizza.

Victoria no sólo estaba sorprendida por la revelación de Carol, sino complacida.  Tanto, que tuvo que pugnar por controlar la enorme sonrisa que afloraba a sus labios.  Comento:

V: Quizás haya hecho el café también para ti.  Te quiere mucho.

Carol suspiro.

C: Los dos nos sacamos de quicio de parte y parte, hermanos al fin (exclamó, resumiendo con esas palabras su relación fraternal).  Él me considera frívola e inconsciente, pero a fin de cuentas piensa que todas las mujeres son así.  Es un machista de la cabeza a los pies.

El machista apareció en ese momento en el umbral, con la maleta del bebé en una mano y el enorme oso de peluche en la otra.

M: A menos que tengas alguna objeción, me gustaría quedarme con la cuna (le dijo a su hermana), por si se tiene que volver a quedar aquí.

Los ojos de Carol se abrieron desmesuradamente al ver el oso. 

C: ¿No crees que tener una cuna en la casa sería perjudicial para tu imagen? (preguntó Carol).

Marcos parecía a punto de replicar algo con ira, pero se controló y en cambio dirigió a su hermana una sonrisa.

M: En realidad, creo que sería beneficioso para mi imagen (dijo).  A ciertas mujeres les conmueve un hombre que sabe cambiar pañales (miró a Victoria por un momento que pareció interminable, luego, salió de la cocina con la maleta y el oso).

Carol se volvió hacia Victoria.

C: ¿Estoy alucinando o era un oso panda lo que llevaba en un brazo?
V: Era un oso (certificó Victoria con una sonrisa).  Lo compró para Lautaro el jueves.
C: Caramba.  Espero que no le haya provocado pesadillas al bebé (bromeó Carol, aunque estaba obviamente encantada por el detalle sentimental de su hermano. Posó su mirada sobre Victoria por un momento).  Quédate con él, Victoria (dijo con sinceri¬dad).  Creo que le haces mucho bien.

Antes de que Victoria tuviera tiempo de reaccionar, Marcos entró de nuevo en la cocina.

M: Todo está en el coche (dijo, pasando una mano bajo el brazo de Carol, para ayudarla a ponerse de pie).  Se te hace tarde.
C: Ya, ya, no tienes que empujarme (protestó Carol).  Me alegro mucho de haberte conocido, Victoria  (dijo antes de salir de la cocina).

Victoria permaneció inmóvil.  Oyó las voces de Marcos y su her¬mana al despedirse y luego el sonido de la puerta al cerrarse y los pasos del hombre al volver.

M: Lo siento (dijo Marcos).

Victoria miró la taza de café y frunció los labios.

V: Deberías sentirlo.  Este café es asqueroso.

Victoria se puso de pie y vertió el contenido de la taza en el fregadero, convencida de que si quería tomar café debía preparárselo ella misma.  Nada más preparó la cafetera, Marcos la tomó en sus brazos y la besó con pasión).

M: Lo que he querido decir es que lamento que hayas despertado para encontrarte con Carol.  Es difícil de soportar, incluso para quienes no necesitan una taza de café al levantarse.
V: A mí me ha parecido muy simpática, además de ser una chica muy directa (declaró Victoria con sinceridad).
M: Debió llamar por teléfono antes de venir (observó Marcos no muy convencido).  Estaba dándole el biberón a Lautaro cuando llegó inesperadamente (soltó a Victoria para que pudiera llenar las tazas de café ya listo).  ¿Quieres desayunar? (preguntó).  ¿O comer?  Es casi mediodía.

Victoria movió la cabeza.

V: Mi pobre estómago tardará una semana en recuperarse de ese veneno que has tratado de hacer pasar por café (bromeo).

Ambos se sentaron a la mesa, Marcos movió el azúcar en su café mien¬tras observaba a Victoria dar un sorbo al suyo.  Parecía estar espe¬rando que ella dijera algo, pero ella se limitó a sonreír y a dar otro trago a su café.
M: No vas a preguntar, ¿verdad?
V: ¿Preguntar qué?

Marcos sacudió la cabeza con asombro mientras la observaba con detenimiento.

M: Nunca he conocido una mujer como tú, Victoria.
V: ¿Es eso un elogio?
M: Oh, Victoria... (Extendió una mano sobre la mesa para coger la de ella).  Cualquier otra mujer me estaría ametrallando a pre¬guntas sobre Carol, lo que había dicho, qué le había sucedido.  Pero tú... te has limitado a sentarte delante de mí con una sonrisa y que sonrisa.
V: Si quieres hablarme de Carol, lo harás sin que yo te pregunte nada (declaró Victoria con un leve encogimiento de hombros).  Si no quieres contarme nada, ¿qué sentido tiene preguntar?
M: Victoria (Marcos volvió a mover la cabeza con asombro).  Creía que todas las mujeres eran curiosas.
V: ¿En qué basas tu opinión? (inquirió Victoria, divertida, más que irritada).  ¿En tu experiencia con Carol?  Ella es bastante curiosa.
M: En ella y en mis otras hermanas.  El crecer rodeado de tres chismosas incorregibles es suficiente para que un hombre haga generalizaciones sobre las mujeres.
V: Tres hermanas (murmuró Victoria con cierto asombro).
M: Mis otras dos hermanas son mayores que yo (le informó Marcos, mientras añadía otra cucharada de azúcar a su café y lo movía).  Las dos son unas atolondradas, como Carol...

Victoria no pudo menos que sonreír ante la expresión de con¬tenida exasperación de Marcos.

V: Ahora comprendo por qué has adoptado esa actitud respecto a las mujeres.

Marcos movió su cabeza pensativo y miró a Victoria con los ojos entornados.

M: Diego dijo que va a volver a Buenos Aires, pero no está seguro de que se quiera casar con ella (le informó, de repente).

Victoria le miró con extrañeza.
V: ¿Diego?

El padre de Lautaro.  Parece que el viaje de Carol a Florida no ha dado los resultados que ella esperaba,

V: Estoy segura de que será mejor para Lautaro que su padre este cerca de él, esté o no casado con Carol (opinó Victoria).  ¿Carol vive en Buenos Aires? (ante el asentimiento de Marcos, sonrió).  
M: No está lejos de aquí.  Es menos de 30 minutos en coche.

Los ojos de Marcos encontraron los de ella y también sonrió.  Fue una sonrisa de entendimiento mutuo.

M: Ya extraño a Lautaro (confesó).  Casi quisiera que Carol no hubiera vuelto todavía.
V: Supongo que te has acostumbrado a tenerlo aquí.
M: Nunca me acostumbraré a que no me dejen dormir por las noches (admitió él).  Pero aparte de eso, ha sido divertido.  En especial porque tú estabas aquí, compartiéndo conmigo.

V: Sigo aquí (murmuró Victoria).

Un suspiro ronco escapó de los labios de Marcos.

M: ¡No sabes cuánto me alegro de ello! (se puso de pie, se acercó a ella y la ayudó a levantarse).

Cuando su boca encontró la de ella, sus manos buscaron el cinturón de la bata, lo desataron y luego se deslizaron debajo de la tela para acariciar la desnuda piel femenina.

M: ¿Puedes imaginar lo difícil que es discutir con una persona, como mi hermana menor, cuando en tu habitación tienes a una hermosa mujer desnuda?
V: No (respondió Victoria con una sonrisa pícara y traviesa).  En rea¬lidad no; nunca he estado en semejante situación.
M: Créeme (dijo Marcos con seriedad).  Es angustioso (se qui¬tó el jersey, besó a Victoria en la base del cuello y volvió a lanzar un ronco gemido).  Vamos a la cama (rogó con voz enronquecida).

Victoria no necesitó demasiada persuasión.  Entrelazó sus dedos con los de él y subió a su lado a la habitación.
Continuará….

Capítulo 18

Eran casi las cuatro de la tarde cuando Victoria llegó por fin a su apartamento.  ¿Cómo y dónde se había pasado el día?  Bien, sabía la respuesta a esa pregunta y apenas se le podría ocurrir una mejor manera de pasar un domingo.

No debía haberse preocupado porque Marcos volviera a ser el mismo macho arrogante cuando Lautaro se fuera.  Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que todos los defectos que ella le atribuía a Marcos habían nacido de su deseo de resistirse a su fascinación.  Era fácil no ceder a su encanto viril si se pensaba que se trataba de un hombre lleno de prejuicios respecto a la mujer.

No era perfecto, por supuesto.  Tenía sus momentos de machismo.  Pero siempre se mostraba dispuesto a recapacitar sobre sus propias ideas y opiniones y a escuchar el punto de vista de Victoria.

Y respecto al excesivo sentimentalismo de las mujeres... ¿no era él a veces también demasiado sentimental?  ¿No le había comprado un ridículo oso gigantesco a su sobrino? 

Después de hacer el amor y haber conseguido levantarse de la cama, Marcos se había vestido y había pasado largo rato en la habitación que había servido de guardería, con el pretexto de buscar un lugar donde guardar la cuna portátil.  Victoria le había visto ponerse melancólico mientras echaba la bolsa con pañales usados en la basura y luego limpiaba el escritorio para volver a colocar encima su ordenador.

M: ¡Está tan vacío sin él! (era lo único que había dicho).

Sin dramas, sin lágrimas, pero a su propia manera controlada, había demostrado ser tan sentimental como una mujer, tan sentimental y lleno de ternura.  

¿Por qué habían desperdiciado cuatro años de sus vidas esquivándose el uno al otro?, se preguntaba Victoria mientras se dirigía hacia su habitación.  Se desnudó y luego se dio una ducha.  Marcos la recogería a las cinco y media para ir a cenar, esta vez a un restaurante.  Quizás Marcos echara de menos a su sobrino, pero era agradable poder salir a cenar sin tener que buscar primero a una niñera o limitar la opción de restaurantes de comida rápida.

Se enjuagó el pelo y contempló las burbujas deslizarse por su cuerpo.  Cerró los ojos y recordó las manos de Marcos sobre ella, sus labios, la pasión de sus besos y sus caricias y sintió un estremecimiento sensual que erizó toda su piel.

Mientras cerraba el grifo del agua decidió que tendrían que ser discretos en la oficina.  No quería que se convirtieran en el tema favorito de chismes y murmuraciones entre las secretarias.  Durante la cena explicaría a Marcos que esperaba que ellos pudieran mantener una distancia profesional en el trabajo.  Estaba segura de que él accedería; a él tampoco le gustaba ser la comidilla de los chismes de pasillos de oficina.

Salió de la ducha, cogió una toalla y se envolvió en ella.  Luego, buscó una segunda toalla, más pequeña y se secó el pelo con energía.  Quitó con la toalla el vaho que el vapor de la ducha había dejado sobre el espejo situado encima del lavamanos.  Se dejaría crecer el pelo, decidió.

Volvió a pasarse la toalla por la cabeza y, cuando se volvió a mirar al espejo su sonrisa desapareció.  No era su propio reflejo lo que estaba viendo ahora, sino el recipiente de plástico situado en el estante superior del armario.  Un helado estremecimiento le recorrió la espalda cuando abrió de golpe la puerta y miró el recipiente que contenía su diafragma.  ¿Cómo podía haber sido tan descuidada?  ¿Cómo podía haberse entregado tan libremente, tan irresponsablemente a Marcos?  Victoria nunca había sido muy activa sexualmente, pero siempre había tenido cuidado.  Lo último que deseaba era un embarazo accidental.

V: Está bien (se dijo a sí misma, cerrando el botiquín y tragando el nudo de preocupación que se le había formado en la garganta).  No te dejes llevar por el pánico.  Cada mujer tiene derecho a ser descuidada una vez en su vida.

Pero no había sido una vez, recordó.  Marcos le había hecho el amor tres veces.

Victoria volvió a tragar saliva y se dirigió a su habitación, donde tenía el calendario de mano donde anotaba su ciclo mensual.  Siempre había sido muy regular.  Suponiendo que su cuerpo no le hubiera jugado una mala treta, debería estar segura.  Sus días más fértiles habían pasado hacía casi una semana.  No una semana, la fastidió una vocecilla interior.  «Más bien cuatro días».

Se desplomó en su cama y aspiró para tratar de calmarse.  No le quedaba mucho por hacer excepto confiar en su suerte.  No podía pasarse los próximos ocho días desesperada por la inquietud de saber si estaba o no embarazada.

Sin embargo, no podía dejar de preocuparse.  No porque el delicioso fin de semana con Marcos podía traer consecuencias inesperadas, sino por algo mucho más importante, más profundo.  Lo que había sucedido entre Marcos y ella no era cuestión de descuido, de echar la cautela por la borda.

Había sido producto del amor, de un deseo incontrolable.  En los años que había compartido con Tomás, nunca se había visto tan arrastrada por la pasión como para olvidarse de sí misma, para olvidar lo que era importante para ella, lo que había planeado para sí misma y su futuro.  Y mucho menos para olvidarse de tomar las precauciones necesarias para evitar un embarazo no planificado.  Pero con Marcos... lo había olvidado.

El lunes fueron al trabajo en coches separados.  Aunque Marcos se había reído al principio cuando Victoria le había advertido sobre la importancia de mantener discreción respecto a su relación, había terminado por acceder, más que nada por la reputación de Victoria.

M: Si realmente piensas que haber tenido una aventura con el Don Juan Tenorio de la empresa puede ser una mancha en tu currículo, entonces seremos discretos (había dicho Marcos, fingiendo sentirse ofendido).  Si quieres puedo fingir que tu presencia me disgusta.
V: Tampoco hay que exagerar (había dicho Victoria con una sonrisa de tolerante humor).  Sólo debes comportarte como un perfecto caballero cuando estemos en la oficina.
M: Hm (él había sonreído con malicia).  Procuraré no darte pellizcos en el trasero cuando vayas a preparar e! café, ni hacerte el amor en el escritorio cuando estemos discutiendo lo del contrato Barrios.  ¡A ver si puedo controlarme!

Victoria había reído de buena gana.

V: Termina de cenar, Marcoss (había dicho, entre risas).

Marcos había pasado la noche en el apartamento de Victoria y habían salido juntos por la mañana, después de tomar un ligero desayuno.  Pero cuando Victoria se metió en el estacionamiento del edificio en el que se encontraban las oficinas de la empresa, Marcos había continuado avanzando a lo largo de la calle en su propio coche, de manera que Victoria había entrado sola al edificio.

Continuará…


Capítulo 19

Para Victoria, el hecho de no ver a Marcos en toda la mañana la inquietó más de lo que le parecía lógico.  La verdad era que Victoria lo extrañaba y mucho, pero también extrañaba sus besos, sus abrazos en fin todos sus mimos y caricias por lo que ya pensaba que era adicta a éstos.  Saber que Marcos estaba en el mismo edificio que ella, separado sólo por unos centímetros de cemento, era suficiente para casi volverla loca.  No era que deseara olvidar su trabajo y pasarse todo el día con él, jugando, riendo y haciendo el amor, pero sí deseaba compartir al menos una sonrisa, una palabra de afecto o un comentario privado, una caricia sutil.  Sabía que lo mejor era mantener las distancias en el trabajo, pero le echaba de menos.

A la hora de la comida Victoria se sentó con dos asesores, quienes inmediatamente interrumpieron sus comentarios sobre el partido de fútbol del día anterior, en deferencia a la dama que se hallaba entre ellos.  Cuando Marcos entró en la cafetería algunos minutos después y le negó incluso una inclinación de cabeza a modo de saludo, Victoria sintió que algo se marchitaba dentro de ella, una parte sensible que anhelaba la ternura de Marcos como nunca había anhelado a nadie.  

Durante casi cuatro años él había entrado en la cafetería sin saludarla y eso no la había afectado lo más mínimo.  Pero ahora… ahora era diferente.  Ahora sabía que Marcos podía disipar la soledad que la había invadido durante toda su vida.  Verlo allí, en el mismo lugar, y no poder correr a su lado, abrazarlo y besarlo, o por lo menos saludarle, acentuó su sensación de soledad.

Era ella la que había fijado las reglas, claro, y sabía que la discreción era importante, pero... ¿tenía que sentarse él en una mesa ocupada por un montón de secretarias, como un gallo en el gallinero?  ¿O como un sultán en su harem?

Nunca había sentido celos.  No era una mujer insegura.  Marcos le había demostrado que la consideraba atractiva y excitante.  No le creía tan frívolo o inconsciente como para considerar el fin de semana que habían disfrutado juntos como algo pasajero y sin importancia.

Sin embargo, a Victoria le irritaba que él hubiera adoptado de nuevo sus habituales aires de don Juan.  Trató sin mucho éxito de ignorarle durante la comida.  Trató de participar en el diálogo de sus compañeros de mesa, pero perdió el apetito y encontró poco divertida la charla sobre política internacional.  Cuando se excusó y se levantó de la mesa, sus compañeros apenas notaron cuando se fue.

Ella tenía la culpa, se dijo al entrar en el baño.  Ella había fijado las reglas.  Reglas razonables, tenía que admitir.  Se peinó e hizo una mueca a su propio reflejo.  Suspirando, se pintó los labios y salió.  Decidió subir a su despacho por las escaleras con la esperanza de que el ejercicio la ayudara a serenarse.  Cuando llegó su área de trabajo, se dirigió hacia la sala de descanso para prepararse un café.

Se detuvo en la puerta de la sala.  Rebecca estaba frente a la cafetera, echandole agua.  Marcos se encontraba a su lado, apoyado contra la pared.  Ninguno advirtió la presencia de Victoria y ella retrocedió con presteza para esconderse detrás de la puerta.  Ya no los podía ver, pero sí oírlos.

M: Cuanto antes pases a máquina las preguntas de la encuesta, mejor, Rebecca (estaba diciendo Marcos).
R: Ya sabes que haré lo que sea por complacerte, Marcos (le aseguró Rebecca con voz coqueta).

Victoria apretó los labios.

M: Ese café huele muy bien (comentó Marcos).  Ojalá supiera preparar café.  Me han dicho que el café que hago sabe a agua de fregar.
R: Cualquiera puede hacer un café decente (dijo Rebecca).  Si quieres te enseño.
M: De acuerdo (dijo él).  El único problema es que si aprendo a preparar buen café, ya no tendré excusa para pedirles a los demás que me lo preparen.

La risa de Rebecca no ayudó a calmar la furia que comenzaba a invadir a Victoria.

R: ¿Cómo lo tomas? (preguntó Rebecca)  ¿Con leche?
M: Eso no tiene nada que ver con la leche (se quejó Marcos).  Lo tomo solo, con azúcar.
R: Aquí tienes (dijo Rebecca).

¡Maldita sea!, gruñó Victoria para sí.  ¿No podía mover su propio café?  ¿Tenía que dejar que una admiradora realizara por él tan insignificante tarea?

M: Gracias (Marcos hizo una pausa y Victoria lo imaginó dando un sorbo al café).  Eres genial, Rebecca.  Está delicioso.  Gracias otra vez.
R: Ha sido un placer, Marcos (dijo Rebecca con voz melosa).

Si Marcos iba a salir de la salita, Victoria tendría que hacer su aparición.  No podía permitir que la pillaran expiando detrás de la puerta.  Haciendo acopio de valor, entró en la salita del café.

Marcos se detuvo en seco al verla entrar.  Su amplia sonrisa perdió fuerza al saludarla.

M: Hola, Fernández (dijo).
V: Qué tal, Guerrero (dijo ella con tono helado y pasó por delante de él en dirección a la cafetera).  Hola, Rebecca (saludó a la secretaria con excesiva afabilidad).
R: Hola, Victoria 

La mirada de Rebecca se desvió de Victoria a Marcos, quien permanecía cerca de la puerta, viendo cómo Victoria se servía una taza de café.  Aunque Victoria evitaba mirar de frente a Marcos, podía sentir sus ojos fijos en ella.

El silencio que flotaba entre ellos lo puso nervioso y agradeció que Rebecca rompiera el mismo.

R: Marcos me ha pedido que pase a máquina el cuestionario para la encuesta de Barrios Software (le comunica a Victoria).
V: Sí, es lo mejor (dijo ésta).

Rebecca dirigió otra mirada rápida en dirección a Marcos antes volver a decirle a Victoria.

R: ¿Sigues trabajando en ese asunto?  Por la forma en que Marcos ha hablado, he pensado que... bien, se me ha ocurrido que quizás habían encargado otra cosa.  

Victoria dirigió a Marcos una fría sonrisa.

V: Según las últimas noticias sigo trabajando en eso (le contestó Victoria, aclarando).  Ya sabes cómo es Guerrero, Rebecca.  Le duele mucho tener que compartir conmigo los honores sobre cualquier cosa.

Marcos esbozó una sonrisa irónica.

M: Hay algunas cosas sobre las que compartiría gustoso los honores contigo, Fernández (dijo Marcos con un significativo tono que solo ellos dos entendían).

Victoria no pudo evitar ruborizarse.  Ante la mirada perpleja de Rebecca, Victoria optó por retirarse.

V: Si me disculpan (dijo, cogiendo su taza de café y dirigiéndose a la puerta).  Algunos no tenemos tiempo para pasar toda la tarde en la sala del café.

Una hora después Marcos la llamó por teléfono a su despacho.

***Llamada Telefónica***
M: Fernández, habla Guerrero.  ¿Podrías venir a mi oficina?
V: ¿Para qué?
M: Necesito hablan contigo.  En persona.  Es urgente.
V: Bien, voy ahora, espérame.

La puerta de Marcos se abrió en cuanto que Victoria llamó.  Marcos la tomó en sus brazos con vehemencia.

M: Este ha sido un día muy difícil para mí (le susurró antes de cubrirle la boca con la suya).

Victoria había intentado mostrarse fría con él hasta que se disculpara por flirtear con Rebecca y las chicas de la cafetería.  Pero en cuanto su cálida lengua se abrió camino en su boca perdió toda capacidad de resistencia.

Cuando por fin la apartó un poco para mirarla a la cara, después de lanzar un ahogado gemido, Marcos dijo:

M: ¡Oh, Dios! También ha sido duro para ti, ¿verdad?
V: En realidad no (declaró ella sin mucha convicción).
M: Es por eso por lo que me trataste tan mal en la salita de café, ¿verdad?

Victoria deslizó dos dedos por la abertura que quedaba entre dos botones de su camisa y alzó los ojos llenos de tierno reproche hacia él.

V: Yo sólo me estaba defendiendo.
M: Hm (Marcos le cogió la cara con las manos).  Quizás mañana a la hora de la comida podamos escabullirnos e ir a un lugar cercano donde podamos estar los dos solitos.
V: Eso me parece de lo más sórdido (protestó Victoria, aunque estaba riendo).
M: No tanto como tirarte al suelo aquí en mi oficina y hacerte el amor (dijo él).  Lo cual es una posibilidad muy real, si se considera la forma en que me siento ahora (le cogió las manos entre las suyas y bajó la cabeza para besarla con suavidad en los labios).  Creo que fingir que no me interesas sólo me hace desearte mucho más.
V: Pues parecías soportar tu tormento con gran estoicismo (comentó Victoria con sarcasmo).  ¿Por qué tenías que decirle a Rebecca que es genial sólo porque sabe preparar un café tolerable?
M: ¿Lo oíste? (Marcos pareció asombrado por un momento y luego la miró con ojos entornados).  ¿Me estabas espiando?

Victoria esquivo su mirada acusadora.

V: So... sólo oí un poco de la charla al... al entrar.  Me pareció que te estabas excediendo en tus elogios, ¿no crees?
M: ¿Qué tiene de malo decir algunas palabras bonitas a una pobre chica?
V: Pero ¡Qué amable eres!  Además, ¿por qué le diste a entender que yo ya no trabajaba en el contrato de Barrios?
M: ¿Por qué dices eso?
V: Porque le pediste que pasara a máquina la encuesta para ti... no para nosotros.
M: ¿Y eso qué importancia tiene?  
V: Porque Rebecca supuso que yo no trabajaba ya en el proyecto.  Está bien que finjamos no tener nada que ver en el plano íntimo cuando estemos aquí, pero no me parece bien que me ignores por completo.  Marcos, el proyecto es nuestro, no lo olvides.

Marcos estudió su indignada expresión por un momento, luego asintió.

M: Tienes razón.  Creo que no tengo costumbre de compartir los proyectos con otros asesores.
V: En especial con asesoras.
M: Es cierto.  En especial con asesoras tan hermosas.

Victoria hizo un gesto de fastidio, pero sus labios se curvaron con una sonrisa de reconciliación, Marcos la besó y luego dijo:

M: También te he llamado para decirte que Francisco Barrios me ha telefoneado
V: ¿Si?  ¿Y qué ha dicho?
M: Primero me ha informado de que ha recibido su copia del contrato y ha querido darme las gracias por haberlo hecho tan rápido.
V: ¿Darte a ti las gracias? (explotó Victoria).  Fui yo la que acució a los de contabilidad.  Tú estabas en casa con Lautaro.

Marcos sonrió.

M: Supongo que Barrios ha pensado que aunque tú eras la asesora ideal para cortejarle con e! fin de conseguir el contrato, yo soy el adecuado para realizar todo lo relativo a su aplicación práctica.
V: ¡Una típica actitud machista!
M: Eso me ha parecido a mí.  De manera que le he confesado que habías sido tú la encargada de acelerar los trámites del contrato.

Victoria se quedó muda y sin saber cómo reaccionar ante aquel inesperado cambio de la situación.

M: Como muestra de agradecimiento, ha decidido invitarte a comer.

Victoria hizo una mueca de fastidio.

V: Wow, ¡Qué afortunada soy! (dijo con sarcasmo)
M: De modo que no tardará en llamarte (la avisó Marcos).  Cuando concretes con él la cita recuerda por favor que los martes yo no puedo ir.  Tengo partido de squash los martes desde las doce hasta la una y media.
V: Marcos... tu programa de actividades no viene al caso, ¿no crees? (señaló Victoria).  Si Barrios quisiera comer contigo también, te habría invitado, ¿no?

Los ojos de Marcos brillaron con malicia.

M: Eres tú la que subraya a cada momento que este es nuestro proyecto, Victoria.
V: De acuerdo, pero si Barrios es el que invita, tiene derecho a elaborar la lista de invitados.
M: Victoria... me dijiste que tiene la costumbre de buscarte la rodilla por debajo de la mesa.
V: Y también te dije que me sé cuidar sola.
M: Pues yo quiero estar presente cuando comas con Barrios (insistió Marcos).  No me importa lo importante que sea como cliente; no quiero que te moleste.  No quiero que te toque.  Es más, no quiero que piense en ti de otra forma que no sea como colaboradora en el proyecto para promocionar su compañía.  Punto.

Victoria le miró durante un buen rato. Su insistencia le parecía a la vez divertida y conmovedora.
V: ¿De verdad quieres estar de mirón?
M: Quiero sentarme entre Francisco y tú para que él ocupe sus manos inquietas en otros menesteres aparte de tratar de agarrarte las rodillas.

Victoria rió.

V: ¿Ce!oso?

Marcos frunció el ceño.

M: Esto no es cuestión de celos, Victoria, es cuestión de política de negocios.  Es cuestión de que Barrios aprenda a tratarte como una profesional, como una igual... no como objeto sexual.

Victoria tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir la risa.

V: Quizás sepa algunos buenos chistes bobos (dijo).  Si quieres venir a comer con nosotros porque estás colaborando en el proyecto, estoy de acuerdo.  Pero no voy a permitir que vengas para darle manotazos cuando se pase de la raya.  Soy muy capaz de defender sola mi honor.

Marcos la miró un momento y luego dijo con excesiva solemnidad:

M: Iré porque estamos colaborando juntos en el proyecto.
V: Bien, entonces puedes ir (accedió Victoria).
M: Magnifico (la besó en la frente).  ¿Nos vemos esta noche?
V: Eso depende de quién prepare la cena (bromeó ella).
M: Si vienes a mi casa, cenaremos pizza congelada.  ¿Cuál sería el menú en la tuya?
V: Atún con mayonesa.  Vayamos a tu casa.
M: Me parece bien.  Pero tú tendrás que preparar el café en la mañana, si quieres que sea bebible.

Marcos le dio un beso breve en los labios y la acompañó a la puerta.  Después de mirar a ambos lados con actitud conspiratoria, le dio un último beso antes de que ella se dirigiera hacia las escaleras.

Pasaron todas las noches de la semana juntos, lo cual hizo más soportable la forzada indiferencia en la oficina.

No hablaban de amor.  Pero Victoria sabía que existía entre ellos; la frenética pasión que los unía cada noche no podía emanar de otra cosa que del amor.  Sin embargo, no estaba segura de que fuera un amor para toda la vida.  Y puesto que Marcos seguía provocando suspiros nostálgicos entre el personal femenino de la compañía, Victoria no estaba muy segura si él estaría dispuesto a mantener una relación permanente. 

El Don Juan Tenorio de la oficina no podía cambiar de la noche a la mañana, aunque se lo propusiera.  Tenía que hacer todo lo posible por ignorar sus seductores hoyuelos cada vez que dedicaba a las compañeras de trabajo una de sus sonrisas.  Quería creer que ninguna de sus muestras de afecto no significa nada para él, que sólo nacían de un impulso caballeresco y de un innato respeto y admiración por el sexo femenino en general.
Continuará….


Capítulo 20

Cuando llegó el día en que habían quedado para comer con Francisco Barrios, fueron al restaurante en un solo coche.  Marcos estuvo callado durante el trayecto, quizá un poco tenso.

V: Espero que no pelees con Barrios (le advirtió Victoria).  No olvides que es un cliente.
M: Y yo soy un hombre civilizado (replicó Marcos).  No quiero pelear con nadie (le dirigió una mirada de soslayo y frunció el ceño).  ¿Tenías que ponerte ese vestido?

Victoria bajó la mirada a su vestido.

V: ¿Qué tiene de malo mi vestido?
M: Es rojo.

Victoria se echó a reír.

V: Es vino.
M: ¿Por qué no te has puesto uno de esos trajes sastres que sueles usar en la oficina? (insistió Marcos).  Y todo ese maquillaje...
V: ¿Todo este maquillaje?  Que, siempre me pongo el mismo maquillaje.

Marcos movió la cabeza, luego se pasó una mano por el pelo.

M: ¿Cómo esperas que Francisco Barrios te tome en serio como asesora cuando te has puesto tan… tan provocativa?

Victoria tuvo más remedio reírse ante la actitud celosa de Marcos.  Una sonrisa maliciosa jugueteó en sus labios mientras llegaban al estacionamiento del restaurante donde debían encontrarse con Francisco Barrios.  Marcos todavía tenía el ceño fruncido cuando la ayudó a bajarse del coche.

A: El señor Barrios los espera (le anunció el anfitrión del restaurante y les condujo hacia un reservado situado en un acogedor rincón del comedor.  Francisco se puso de pie para recibirlos.  Más o menos de la misma edad que Marcos, Francisco era un poco más bajo de estatura que éste y más delgado.  Su pelo marrón claro estaba impecablemente peinado, demasiado, pensó Victoria al observarlo.  Prefería el aspecto desordenado del pelo de Marcos.

FB: Victoria, me alegro de verla (dijo Francisco, cogiéndola de la mano).  Marcos, me alegro de verte también.

Los dos hombres se dieron la mano y luego se sentaron uno a cada lado de Victoria.  Inmediatamente los dos se enfrascaron en una charla de varios temas intranscendentes.

Victoria miraba a uno y a otro y fingía prestar atención a lo que decían, pero su mente estaba en otra parte.  Además, había empezado a sentir un leve malestar, un inicio de náusea.

FB: ¿Usted qué opina, Victoria? (preguntó de repente Francisco).
V: ¿Eh? Dis… disculpe, no estaba atenta.

Francisco sonrió con indulgencia.

FB: Le preguntaba qué opina sobre la liga.
V: ¿La liga? (Victoria seguía en las mismas).  ¿Qué liga?
FB: La liga de fútbol (explicó el empresario, dándole palmaditas en un hombro).

Los ojos de Marcos siguieron el movimiento de la mano de Barrios cuando se posó por un momento en el hombro de Victoria para apartarse cuando llegó el camarero con las bebidas.  Victoria notó la arruga de disgusto que se había formado en el ceño de Marcos.

Sonriendo, ella dijo:

V: Me temo que no sé mucho sobre deportes, señor Barrios.

Dejaron el tema del fútbol cuando el camarero llegó para tomar nota.  Victoria pidió una ensalada de espinacas y cuando Marcos le dio un golpecillo en el tobillo con la punta del pie por debajo de la mesa, ambos intercambiaron una sonrisa.

V: Tengo noticias que le alegrarán, señor Barrios (dijo Victoria).  Hemos preparado una encuesta destinada a los clientes potenciales de Barrios Software para saber cómo dirigir nuestra campaña de promoción.
FB: Eso me alegra mucho (ijo Francisco y la volvió a dar unas palmaditas en el hombro.  Su mano permaneció en el respaldo del asiento mientras la miraba).  Me asombra conocer una mujer que no sólo es hermosa, sino también inteligente.

Sonriendo con melosidad, Victoria cogió la mano del empresario y la apartó de su hombro, volviéndola a dejar sobre la mesa.

Marcos observó toda la maniobra con atención, como un tigre al acecho.  Pero Francisco devolvió la sonrisa a Victoria, dejando su inquieta mano donde estaba.

FB: Es una mujer excepcional, ¿verdad, Marcos?  (Dijo, aunque sus ojos no se desviaron de ella).
M: ¿Excepcional en qué sentido? (preguntó Marcos con los dientes apretados).
FB: Excepcional en todo sentido.  Bella, inteligente y segura de sí misma.
M: No hace falta que me enumeres sus cualidades, Francisco (dijo Marcos, haciendo un visible esfuerzo por controlar la ira).  La conozco desde hace mucho tiempo, no lo olvides.
FB: Si la conoces desde hace tanto tiempo y no la has conquistado aún, es que empiezas a perder tus habilidades, viejo.

Victoria dio un respingo.  Estaba quizá más indignada que Marcos.

V: Sí no le molesta, preferiría que habláramos de otra cosa, señor Barrios.  No soy ninguna muchachita tonta que se conquista o de la que se toma posesión como si fuera un objeto.
FB: ¡Y qué genio! (comentó Francisco con admiración, dejando que su mano se deslizara debajo de la mesa sobre el muslo de Victoria).

En cuanto la mano de su amigo desapareció de vista, Marcos se incorporó como movido por un resorte.

M: Créeme, Francisco, sé más del genio de Victoria de lo que tú te puedas imaginar (dijo con intención y con autoridad).

Genio o no genio, el leve malestar que había aquejado antes a Victoria adquirió ahora las dimensiones de una náusea declarada.

V: Si me disculpan (se puso de pie y miró a uno y a otro, como preguntando cuál de ellos la dejaría pasar).

Ambos se pusieron de pie.  Francisco se deslizó fuera del reservado y Marcos le apartó la mesa.  Apretando los dientes, Victoria se dirigió hacia el cuarto de baño.  ¡Hombres! gruñó en su interior.  ¡Niños!  ¡Todos los hombres son unos niños!
Continuará….


Capítulo 21

M: Lo siento (dijo Marcos).

Iban de camino a la oficina.  Victoria no sabía cómo aceptar la disculpa de Marcos.

V: Olvídalo.
M: Lo que pasa es que me ha fastidiado verle en acción, tocándote y dirigiéndote todos esos elogios y...
V: Marcos, por favor, olvídalo ya.

Marcos extendió una mano y cogió la de Victoria.

M: No he tratado de competir con él por ti (dijo, tratando de justificarse).  Tengo la suficiente confianza en ti como para saber que las tretas de Barrios no te impresionan.  No sé... (Suspiró, recordando el súbito malestar de la joven cuando estaban en el restaurante).  No es que dude de tu capacidad para cuidar de ti misma.  Pero he podido darme cuenta de que hoy no te sentías muy bien.  De repente me pareciste tan…, tan frágil, te pusiste muy pálida y... quise protegerte.  Lo siento.
V: Por favor, deja de decir que lo sientes.

Marcos le apretó la mano, luego se la soltó para cambiar de marcha.

M: Quizás te haya sentado mal el vino (sugirió Marcos).  Ni siquiera probaste tu ensalada.

Victoria asintió.

De todas formas, aquel malestar no era nuevo para ella.  La aquejaba desde hacía varios días y se le había retrasado el período.

Pero no podía decirle nada a Marcos, todavía no.  No hasta que estuviera segura.  Ya había visitado a su médico y le había aconsejado que esperara algunos días.

Hay muchas cosas que pueden retrasar el periodo (le había dicho el Doctor).  Un cambio en la dieta, un cambio en la rutina diaria... y si me permite incurrir en el terreno personal, un cambio en la vida sexual.

M: ¿Crees que estás enferma? (preguntó Marcos).  Estaban detenidos ante un semáforo y él se volvió a observarla.

Sus ojos reflejaban su preocupación mientras observaba sus mejillas pálidas y sus ojos sin brillo.

M: Quizás debas ir al médico.
V: Lo haré (prometió ella).

Poco antes de las cinco, Marcos la llamó a su despacho.

M: ¿Dónde iremos esta noche, Victoria, a tu casa o la mía?  Si vamos a la mía te prometo una deliciosa sopa de lata para cenar,
V: Lo siento, Marcos (dijo ella con voz suave).  Pero creo que esta noche prefiero estar sola.  Quiero acostarme temprano.

Se produjo un breve silencio al otro lado de la línea.
M: ¿Estás enfadada conmigo? (había ansiedad en la voz de Marcos).
V: No, Marcos.  Lo que pasa es que me siento un poco mal y... necesito un poco de tiempo para recobrar mis energías.
M: Está bien. ¿Puedo llamarte más tarde a tu casa para ver cómo sigues? (había casi humildad en la petición).
V: Sí.
M: Nos vemos mañana, entonces.

Victoria se acostó temprano, pero tardó en dormirse.  Su médico le había dicho que le haría la prueba del embarazo al día siguiente por la mañana.  Sentía náuseas y estaba cansada. Pero, extrañamente, no le asustaba la idea de estar embarazada.

Victoria trataba de imaginar lo que sería su vida con un bebé llorón y exigente.  Eso no era tan difícil de imaginar cómo su vida sin su carrera, sin su escritorio, sin su teléfono, su sueldo y sus comidas de negocios.

Suponiendo que la prueba resultara positiva al día siguiente, Victoria debería aceptar el hecho de que tendría que cambiar su esquema de vida.  No iba a ser ascendida a asesora de mayor rango mientras estuviera embarazada.  Al recordar la experiencia de Rhonda Culpeper, supuso que le darían un permiso por maternidad de seis semanas después de lo cual decidiría si regresaba a P&D o se despedía.

Seis semanas.  No era mucho tiempo para decidir el curso de una vida profesional.
Aunque esa decisión no sería de ella sola.  Marcos tenía derecho a intervenir... si quería.  Si no le conociera bien, habría pensado que era el tipo de hombre a quien le importaría muy poco el hecho de ser padre de un hijo ilegitimo.  Pero ahora., no necesitaba que Ellen le dijera que Marcos era un hombre decente y considerado.  Ya lo había averiguado ella misma.

«¿Y si me pide que me case con él?»

Dio varios golpes a la almohada y volvió a acomodar su cabeza en ella.

¿Si le pidiera que se casaran?  Una cosa era cierta, ella nunca se casaría con un hombre que no la amara.  Marcos la amaba sin duda, a su manera, tal como había amado a Ellen Glasso, a la mujer que le había regalado la cafetera y quién sabe a cuántas más.

Pero Victoria dudaba que la amara tanto como ella le amaba a él.  Dudaba que la amara más cuando oliera a talco para bebé, cuando su pelo estuviera en desorden, cuando estuviera desaliñada, como estaría la mayor parte del tiempo cuando naciera el bebé.  No sabía si Marcos era capaz de sentir ese tipo de amor.  El amor conyugal, de pareja y dispuesto a formar una familia junto a ella y al hijo de ambos.

Y si se casaba con ella sólo porque se sentía obligado… pues bien, esa sería una base muy débil para construir una vida en común.

Pero ya pensaría en el matrimonio cuando llegara el momento, decidió.  Ahora tenía que hacer frente a la cuestión del bebé.  Si la prueba resultaba positiva ella ya nunca estaría sola, ya no se sentiría aislada.  Fuera cual fuese la decisión de Marcos, ella tendría siempre a su lado a un pedazo de su propia carne y ya nunca estaría sola.

Con aquel pensamiento tranquilizador, se quedó dormida con una amplia sonrisa en los labios.

Marcos la llamó a su despacho a la mañana siguiente.  Ella había llegado tarde a la compañía pues se había pasado por la consulta del médico para hacerse la prueba.

M: ¿Cómo te sientes? (preguntó Marcos preocupado por Victoria).
V: Bien (respondió ella).  He dormido muy bien.
M: Yo no (reveló él).  Te he echado de menos.

Victoria sonrió.  Sí, Marcos debía amarla a su manera.  Se preguntó si seguiría inclinado a expresarle frases románticas cuando supiera que estaba embarazada y la posibilidad de que no fuera así disminuyó un poco su ánimo.

M: ¿Puedo verte esta noche? (preguntó él ansioso de volverla a estar con ella).
V: Sí.  Está bien en mi casa.
M: Bien.  Iré inmediatamente después del trabajo.  Uno de estos días mandaré al cuerno la discreción para no esperar hasta que den las cinco y media para ponerte las manos encima.  No digas que no te lo he advertido (dicho esto, colgó).

Su médico la llamó esa tarde para informarle los resultados de su prueba de embarazo.

Continuará….


Capítulo 22

La prueba había resultado positiva.  La información no sorprendió a la joven, ya se había preparado para ello y estaba casi segura de que estaba embarazada.

Marcos llegó a su apartamento diez minutos después que ella.  Antes de que ella pudiera hablar, antes de que pudiera siquiera formular en su mente lo que iba a decirle, él la tomó en sus brazos y la besó con apasionada vehemencia.

Ella se apartó gradualmente.

V: Marcos (murmuró, aspirando hondo).  Marcos, tenemos que hablar.

Marcos la miró con recelo, aunque no dejó de sonreír.

M: Hm...  Algo me dice que debo prepararme para algo serio.
V: Sí, más vale (le advirtió Victoria, acercándose a la ventana para mirar hacia afuera).

Marcos la miró fijamente.

M: Me pones nervioso, Victoria.  Por favor dime, te escucho (dijo por fin).
V: Estoy embarazada (le dice director y sin anestesia).

Se produjo un silencio, luego habló:

M: Querrás decir que se te ha retrasado el período.
V: No.  Quiero decir que estoy embarazada.  He hablado con el médico esta tarde.  La prueba de embarazo ha dado positiva.

Él se quedó inmóvil.  Ella apenas podía oírle respirar.  Cobrando ánimo, se volvió hacia él.  No pudo descifrar su expresión.  No parecía complacido ni molesto.  Estaba tenso y como si tratara de controlarse.

V: ¿Estás enfadado?
M: No (Marcos tragó saliva).  Sorprendido, sería más adecuado.  Victoria... ¿cómo has podido...?  Quiero decir, siempre has sido tan... tan cuidadosa.
V: En todo… excepto en lo relacionado contigo.

Los ojos de Marcos se clavaron en ella.  La escudriñaron, como si buscaran algo.

M: Bien (dijo, después de un minuto interminable).  Tú has tenido más tiempo que yo para pensar en esto (se mordió los labios y luego apartó la mirada.  Su voz era baja, casi inaudible, cuando declaró).  La decisión definitiva es tuya, Victoria.
V: ¿La decisión definitiva?
M: Sé lo mucho que significa para ti tu carrera (dijo él, con dificultad).  Sé lo importante que es tu trabajo.  No estoy en situación de juzgarte.
V: ¿De juzgarme?  Marcos...  ¿de qué estás hablando?
M: Si no quieres tener al bebé, lo entenderé.

¿No tener al bebé?  Esa idea ni siquiera se le había pasado por la imaginación.  En cambio se le había ocurrido a Marcos casi en el acto.  ¿Era eso lo que él quería?  ¿Que abortara?
Victoria disimuló su desazón.  Si el Juan Tenorio de P&D, el Marcos “Casanova” Guerrero no quería adquirir la responsabilidad de un hijo, si no era el hombre decente, paternal y responsable que había supuesto ella, que no lo fuera.  Ella afrontaría la maternidad sola. Podría vivir de sus ahorros durante algún tiempo.

M: Bien (dijo Marcos después de un momento). Di algo.
V: No pienso abortar (declaró ella con voz decidida).
M: Oh (Marcos parecía un poco aturdido).  Está bien.
V: ¿Está bien?  ¿Es todo lo que se te ocurre decir?
M: Estoy perplejo, Victoria (dijo).  ¿Qué se supone que debo decir? (se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, una vez allí se volvió y dijo).  Dame un poco de tiempo, ¿quieres? Volveré más o menos dentro de una hora (abrió la puerta y salió).

Continuará….


Capítulo 23

Victoria se quedó inmóvil en el centro del cuarto, mirando fijamente hacia la puerta cerrada.  No estaba muy segura de lo que esperaba que hiciera Marcos, pero jamás que se fuera así. Suponía que le ofrecería su apoyo moral y económico, aunque no se comprometiera a nada más serio.

Pero, en lugar de eso, se había dado la vuelta y se había ido.  Quizá esa fuera la reacción más sincera, reflexionó ella, mientras iba a su habitación para cambiase de ropa.  Quizás debiera consolarla el hecho de que Marcos no fuera hipócrita, de que no se escondía detrás de una fachada de formalismos.  Había pensado que ella podía desear un aborto y se lo había dicho.  No estaba seguro de sus sentimientos y se había ido para reflexionar.
Nada de lo cual pronosticaba un gran futuro con él, pero al menos sabía que podía contar con su franqueza.

Colgó su ropa de trabajo en el armario.  Luego se dio una ducha.  No se preocupó de ponerse bella para Marcos aquella noche.  No sabía cuándo regresaría.  Si alguna vez regresaba, pensó desolada.  Quizás ahora estuviera camino de la estación, con todos sus talonarios de cheques por si ella le exigía ayuda económica para su hijo.

Una risa amarga escapó de su garganta mientras iba a la cocina.  Abrió la nevera, pero la cerró inmediatamente, sintiendo nauseas ante la sola idea de comer algo.  Los ojos se le llenaron de lágrimas, sin embargo, parpadeó con fuerza para controlarlas.  Llorar era un lujo que no podía permitirse.  Si Marcos se iba, que se fuera.  Le había despreciado durante cuatro años.  Suponía que podría aprender a despreciarle otra vez.

Se dirigió hacia la sala y se sentó en el sofá.  Apretó las manos sobre su vientre, como si quisiera comunicarse con su bebé a través de las palmas.  Quería decirle que no se preocupara, sería tan buena madre como le fuera posible, sin importarle qué clase de padre fuera Marcos.

V: Es posible que no tenga un enorme instinto maternal (Victoria le murmuró a la incipiente vida que latía en su vientre).  Pero soy rápida aprendiendo y ya sé cambiar pañales y preparar biberones.  Y mis hombros son confortables para consolar bebés.  Saldremos adelante.

El sonido del timbre la sobresaltó.  Se asomó a la cocina para consultar el reloj de pared. Marcos había estado fuera una hora y quince minutos.  

Aspiró hondo y fue hacia la puerta.  Después de mirar a través de la mirilla, abrió.  Marcos seguía vestido con su traje formal, aunque se había quitado la corbata.  En los brazos llevaba una enorme bolsa de papel.  De la bolsa sobresalía una caja rectangular blanca.  Estaba sonriente y parecía lleno de energía.

M: Creo que lo tengo todo (dijo mientras entraba en la cocina y dejaba la bolsa sobre la mesa).

Perpleja, Victoria le vio vaciar la bolsa.  Sacó de ella la caja en primer lugar y se la entregó a Victoria.

M: Esto es para animarte un poco (dijo).

Victoria abrió la caja.  Contenía una sola rosa roja sobre un papel de seda verde.  La sacó y olió el capullo con forma de corazón que todavía no se había empezado a abrir.  Su olor era delicioso.

V: ¿Animarme para qué? (preguntó, con una leve sonrisa).
M: Para esto (dijo Marcos sacando de la bolsa una botella de champán).

Se la entregó con una enorme sonrisa.

V: Oh, Marcos...

Victoria no entendía por qué él hacía eso ni por qué suponía que debía congraciarse con ella.  Lo único que la podría alegrar ahora era oírle decir que estaba encantado con la noticia del bebé.  Miró la botella durante un momento y luego la dejó en la mesa.

V: No puedo beber esto (dijo).  Las mujeres embarazadas no deben tomar alcohol.
M: Oh (Marcos le dirigió una sonrisa).  Bien, podremos guardarla para cuando el bebé haya nacido.  Mientras tanto... (Con gran fanfarria, metió la mano en la bolsa y extrajo un recipiente con helado).  Es de chocolate y vainilla, tus sabores favoritos (sacando también una lata de maní y otra de crema batida.

Victoria se echó a reír.

M: Bien, ahora viene lo serio (dijo él, aunque seguía sonriendo).

Buscó en el fondo de la bolsa y sacó un libro titulado “Cómo cuidar bien a un bebé”.

Victoria tragó saliva.

V: Creo que lo hicimos bien con Lautaro.
M: Si, pero solo fueron par de días.

Marcos continuó sacó de la bolsa un marco en metal, tamaño 8” x 11”, sin foto.

M: Para nuestra primera foto familiar.

Victoria sintió que Marcos ya pensaba en ellos como una familia, lo que la enamoró más de él.

M: Y lo último, aunque no lo menos importante... (Metió la mano en la bolsa por última vez y sacó una pequeña cajita azul terciopelo.
Su sonrisa desapareció y adoptó una expresión solemne cuando cogió la mano de Victoria y depositó en ella el estuche.
V: Marcos...
M: Ábrelo.

Ella lo hizo y vio un anillo con un gran diamante.  Quiso hablar, pero la garganta se le agarrotó y no encontró las palabras.

M: Tenían muchos anillos con diamantes (dijo Marcos).  Pero tú eres una mujer excepcional y merecías un anillo excepcional.  Pruébatelo.  He tenido que adivinar la medida.  El joyero me ha dicho que puedo cambiarlo.

Le quedaba perfectamente.  Marcos le alzó la mano para observar el anillo en su dedo y asintió su aprobación.

V: Marcos (susurró Victoria).  Marcos, yo...
M: No digas nada (la interrumpió él).  No ahora.  Tómate el tiempo que necesites para hacerte a la idea (la tomó en sus brazos y la besó).


Ella olvidó su brusca salida y su decepcionante reacción ante el embarazo.  Lo olvidó todo excepto su entusiasmo, su afecto, la maravillosa energía que había desplegado para ir a comprar todas esas cosas con el fin de celebrar la noticia.  De repente, ella no quiso discutir las cosas con sensatez, sólo deseó celebrarlo con él.

Marcos le rodeó el cuello con las manos y la cogió en brazos.

M: ¿Podré hacer esto dentro de algunos meses? (preguntó Marcos).
V: ¿Qué?
M: Alzarte en mis brazos (explicó él, dejándola sobre la cama).

Luego se acostó a su lado y buscó el cinto que ataba la bata de Victoria, pero antes de desatarlo se detuvo un momento y la miró con expresión interrogante.

M: ¿Podemos hacer esto, Victoria?  ¿No te pasará nada?  No sé nada sobre mujeres embarazadas.
V: Yo tampoco (admitió ella, desabrochando uno de los botones de la camisa de Marcos).  Pero creo que sí está permitido.

La cara de Marcos se iluminó con una sonrisa de deleite.

M: Magnífico (murmuró y le apartó los bordes de la bata y hundió la cabeza entre sus senos desnudos).  Te deseo tanto, Victoria… tanto...

Con ayuda de ella, la desnudó y arrojó la bata a un lado de la cama.  La miró con el deseo reflejado en los ojos.

M: Hueles maravillosamente bien, tu piel es tan suave que me haces desearte cada día más (murmuró, apartándole un mechón de pelo de la frente con la punta de los dedos).
V: Acabo de ducharme (dijo ella).
M: Hm.. (Marcos inclinó la cabeza para besarla).

Sus labios descendieron de la frente a la boca.  Su beso fue lleno de amor, su lengua fue exploradora y posesiva.  Pero sus manos corrieron por el cuerpo femenino con la suavidad de un susurro, con una delicadeza desconocida hasta entonces para ella.  Ella quiso asegurarle que no era de cristal, que no se quebraría con su contacto.  Sin embargo, no quería que él dejara de hacer lo que estaba haciendo, sus cautelosas caricias resultaban exquisitas.

Victoria suspiró y emitió un trémulo jadeo, su cuerpo se movió para ofrecerse mejor a su amante.  Marcos aceptó la ofrenda, pero con una ternura casi insoportable.  Sus cuerpos se fundieron y se movieron como si fueran uno solo.  Cada vez que Marcos le hacía el amor era única, pero en aquella ocasión Victoria sintió que también sus almas se habían fundido.  

Victoria no supo cuánto tiempo había pasado, minutos u horas, antes de que él quitara su peso de encima de ella y se acostara a su lado.  Marcos cogió la mano izquierda de la joven, explorando la poco familiar forma del anillo.

M: ¿Te quieres casar conmigo? (preguntó en un susurro).

Ella observó su cara, el brillo de sus ojos ya no era de expectativa sino de satisfacción.  Su sonrisa era confiada, pero no tanto como de costumbre.  Había algo de expectante y esperanzado en ella.

V: Creí que me ibas a dar tiempo para pensarlo.
M: Ya te lo he dado.
V: Apenas tuve tiempo de pensar (dijo ella, con intención).
M: Pues piénsalo ahora (le insistió él).  Te doy treinta segundos.
V: Si no estuviera embarazada no te casarías conmigo.
M: Eso no viene al caso (declaró Marcos).  Lo estás.
V: Y es probable que seas el tipo de esposo que espera que yo represente el papel de esposa clásica.
M: No seas tonta.  Ya estoy aprendiendo a cocinar.  Tú podrías hacer la limpieza mientras yo cocino.  Claro que del café te encargarás tú.

Ella sonrió en contra de su voluntad.

V: Marcos, no estoy bromeando.  Estoy segura de que serás un buen padre, pero ¿cómo puedo saber qué serás buen esposo?

Marcos adoptó una expresión solemne.

M: Tendrás que confiar en mí.  Sé que eres una ardiente feminista y todo eso.  Sé quién eres y en qué crees.  Pero, por amor de Dios, no te dejes atrapar por tus propios conceptos, no seas una esclava de las ideas.  El hecho es que por el bien de los dos... de los tres... lo mejor será que nos casemos.  Pero creo que el feminismo no está reñido con la sensatez y el sentido común.

V: ¿El Don Juan Tenorio de Publicidad Dones va a explicarme lo que es el feminismo?
M: El supuesto Juan Tenorio de Publicidad Dones va a advertirle, señorita Fernández, que si le dice que no se casará con él insistirá hasta que usted ceda aunque sea por cansancio (luego se puso más serio).  Si no consigo que te cases conmigo, Victoria, entonces lucharé por mi hijo.  Esta tarde me he ido porque necesitaba reflexionar un poco en el asunto y lo he hecho.  Se lo que quiero y lo que es mejor para nosotros.  Y si no accedes, haré todo lo que esté en mi mano para no perder a mi hijo.  ¿Me entiendes?

Ella le miró con los ojos muy abiertos.  Nunca habría esperado que Marcos fuera tan posesivo respecto a un hijo suyo.  Y era precisamente su poderoso instinto paternal lo que ella había encontrado tan atractivo.

V: ¿Esperas que renuncie a mi trabajo?
M: Sólo tú puedes decidir eso, y si no quieres renunciar a él, yo lo aceptaré.  No olvides que ya te he visto cuidar de un bebé mientras trabajabas en un contrato.  Es difícil, pero se puede hacer (se apoyó sobre un codo para verla mejor).  Podríamos vender mi apartamento y comprar una casa más grande.  Podríamos instalar allí una oficina para ambos, donde podríamos trabajar cuando no estemos en la empresa.  Especialmente si contratamos una niñera para que te ayude.  Tenemos muchos meses por delante para tomar una decisión, podremos entrevistar varias candidatas para elegir a la niñera que más nos convenga.

V: Otra posibilidad (aventuró Victoria), es que tú te quedes en casa con el bebé mientras yo voy a las oficinas.

Marcos abrió la boca para objetar, pero al percibir la plácida sonrisa de la joven, también sonrió.

M: Claro (concedió con una risita divertida).  O podemos turnarnos.  ¿Qué podía ser más justo?  ¡Tres hurras por la igualdad!

Victoria sonrió de buena gana y se incorporó un poco para besarle.  Él podía ser feminista y un buen padre, pero todavía faltaba un ingrediente para el matrimonio, sin el cual ella nunca podría decir que sí.

V: ...Marcos (murmuró, sin sonreír).  ¿Me amas?
M: ¿Que si te...? (Marcos echó la cabeza atrás y la miró).  ¡Por Dios, Victoria!  ¡Hace cuatro años que me enamoré de ti!  ¿No te habías dado cuenta?
V: ¿Cuatro años? (ella lo miró estupefacta).
M: Fue amor a primera vista (confesó Marcos).  Está bien, quizás no me enamoré en el sentido que tú lo dices, el primer día, claro.  Pero siempre supe que eras una mujer muy especial.
V: ¡Especial! (exclamó ella).  Por si se te han olvidado las circunstancias específicas de ese primer encuentro, Guerrero, primero te negaste a creer que yo fuera asesora y luego me preguntaste con quién me había acostado para conseguir el puesto.
M: Porque me pareciste un poco engreída (explicó Marcos), y pensé que era conveniente disipar un poco esos humos que se te estaban subiendo a la cabeza y...
V: ¡Y que cayera rendida a tus pies!  Sinceramente, Marcos,  ¿por qué, si has estado tan enamorado de mí durante todos estos años, has flirteado con tanto entusiasmo con todas las secretarias y empleadas de la empresa?
M: Porque quería darte celos y que te fijaras en mí.
V: Ah, vaya que si me fijé (gruñó Victoria).  Pero no estaba celosa.
M: ¿Que no lo estabas?  Hace apenas una semana, cuando dije a Rebecca que era genial... Oh, a propósito, creo que tú eres más genial preparando café.

Victoria le miró con fingida exasperación.

V: ¿Nunca se te ocurrió, Marcos Guerrero, que si me hubieras tratado con respeto y consideración habrías atraído mi interés mucho antes?
M: ¿Se te ocurrió a ti alguna vez que estabas enfrascada en una relación bastante seria con Tomás y que yo estaba a un lado, esperando a que le mandaras a paseo?
V: Pero no sufriste mucho en la espera (comentó Victoria con gesto irónico).  Te consolabas bastante bien con Ellen y con quién sabe cuántas más.

Marcos se encogió de hombros.

M: Soy un hombre con sangre en las venas, como tú sabes bien.  No me puedes culpar por querer hacer soportable la espera.

Victoria le observó durante largo rato, tratando de digerir lo que acababa de decirle.  ¿Realmente la había amado en secreto durante todo aquel tiempo?  ¿Había esperado a que ella estuviera libre para dar el primero paso?

V: Si fuera una ingenua, sentiría la tentación de pensar que planeaste con tu hermana todo lo del bebé para atraer mi atención.

Marcos rio entre dientes.
M: Lo último que emplearía para atraer tu atención sería un bebé. ¿Contigo, la dinámica mujer de carrera?  Jamás habría imaginado que te pondrías tierna y sentimental a la vista de un bebé desamparado.
V: No me puse sentimental (protestó Victoria con tono gruñón).

Marcos la miró con escepticismo.

M: No te pedí tu ayuda como estrategia para conquistar tu amor.  Te la pedí porque confiaba en ti.  Te lo dije entonces y era verdad.  Aunque me odiaras, yo confiaba en ti.
V: Marcos, nunca te he odiado (afirmó Victoria).
M: Bien, me has aborrecido, te he sido antipático, como quieras decirlo.  La cuestión es que todo eso ya no importa.
V: Marcos, no crees que eso ya no importa (Victoria le rodeó el cuello con los brazos y guió sus labios hacia los de ella).  Porque ahora te amo.
M: Entonces di que sí (imploró él).  Di que te casarás conmigo.
V: Si, Marcos (accedió ella).  Me casaré contigo.
M: Así me gusta, una dócil mujercita que sabe obedecer a su amo y señor (bromeó Marcos).

Victoria emitió un grito de fingida indignación y le amenazó con el puño apretado, pero él le cogió las dos manos y la besó.  Volvieron a hacer el amor pero esta vez tenían ante ellos un gran futuro donde ambos junto a su hijo formarían una gran familia.
Continuará….

Capítulo 24 

La luz de exterior penetraba a través de las cortinas del cuarto de Victoria.  El primero en despertar fue Marcos y aprovechando que Victoria aún seguía dormida, se levantó sigilosamente y se dirigió a la cocina para prepararle un desayuno completo a su futura esposa.

Marcos regresaba al cuarto con desayuno para ambos.  Marcos había preparado tostadas con Nutella, frutas, jugos y café en una bandeja.  Al entrar a la habitación colocó la bandeja sobre la mesita de noche.  Se acercó a la cama y contempló a Victoria dormir profundamente y comprendió que la felicidad de su vida iba depender por siempre de esa mujer dormía profundamente.  Esa mujer que dentro de nueves meses lo convertiría en padre.  Lentamente se acercó a Victoria y la besó tiernamente en sus labios.  Victoria abrió sus ojos y al percatarse que era Marcos extendió un brazo hacia la nuca de él y lo atrajo hacia ella besándolo apasionadamente.  Marcos respondió y entre besos se dieron los buenos días.

M: Buenos Días, mi amor.  Que rico beso.
V: Buenos Días, me encanta despertarme con un beso del amor de mi vida.
M: Les preparé a ambos un delicioso desayuno. 
V: Um, se ve delicioso.  Estoy segura que nos encantará (Victoria se toca suavemente su barriga y sonríe a Marcos, él extiende su mano hacia la de Victoria en señal de felicidad).  Marcos?
M: Que pasa?  Porque de pronto veo seriedad en tu mirada.
V: Anoche no hablamos, pero debemos de ponernos de acuerdo en varios aspectos.
M: Mi amor, se que tenemos que ponernos de acuerdo en que va pasar con nosotros, es decir con nuestra situación en la empresa, donde vamos a vivir, cuando nos vamos a casar, o que nombre ponerle a nuestro hijito o hijita.
V: Marcos, primero lo primero.  Debemos decidir qué vamos decir o como debemos comportarnos en la empresa.
M: No existe alguna norma o reglamento que prohíban las relaciones entre empleados.  Yo no quiero que nuestra relación sea una a escondida.  Además, quiero que todos y en especial todas las mujeres de la empresa se enteren que el Don Juan Tenorio tiene dueña y esa dueña eres tú. (Ambos se besan).
V: Si, ya me perteneces, como yo, más bien, nosotros te pertenecemos a ti.
M: Si.  Con relación a como nos comportaremos en la empresa, al ser pública nuestra relación, no tenemos que esconder nuestros sentimientos frente a ellos.  De ese modo las cacatúas se convencerán que lo nuestro es completamente real.  Punto uno aclarado.  Donde vamos a vivir.
V: Actualmente mi apartamento es mucho más chico que el tuyo.
M: Mi amor, no te preocupes.  Ya está decidido, como te dije anoche, voy a vender mi apartamento y compramos una casa más grande.  Quiero que nuestro hijito o hijita tenga un espacio donde pueda jugar libremente.  Colocar unos columpios con un tobogán, un asador y hasta una piscina en el jardín.  También podemos instalar una oficina para ambos, donde podríamos trabajar cuando no estemos en la empresa.  Mientras tanto, vivimos acá en los que tramitamos la compraventa de los mismos.  Que piensas del segundo punto.
V: Para serte franca siempre soñé con tener una casita que tuviera un amplio jardín en una montaña y de ese modo respirar el aire puro y fresco de la naturaleza.
M: Creo saber dónde podemos…
V: ¿Donde?
M: No sé, no sé, es una sorpresa.
V: Y no me vas adelantar algo (Victoria se acerca para hacerle mimos y así convencer a Marcos para que le adelante algo).
M: Victoria, Victoria, ah, ah por favor para, para que no respondo.
V: eso es lo que quiero que me digas cual es la sorpresa.
M: Si te digo, no va ser sorpresa.  Mejor pasamos al próximo punto, sí.
V: Esta bien si no me vas a decir, tampoco nos vamos a poner de acuerdo en cuando nos vamos a casar.
M: Victoria Fernández, me estás sobornando.  (Acercándola a él, comienza un recorrido de besos desde el cuello hasta el nacimiento de los senos de Victoria.  De ese modo Victoria se extasió y se fue en un vaivén de emociones).  Porque quiero recordarle que desde anoche usted me hizo la promesa que se iba a casar conmigo.  Oka.
V: Oka
M: Ay qué lindo mamadera.

Marcos al ver que sus caricias los iban conduciendo a un lugar donde solo ellos sabían, colocó nuevamente la bandeja sobre la mesita de noche y se recostó en la cama junto a Victoria para continuar con el avance romántico hacia ella.  

M: Victoria de algo estoy seguro, que me quiero casar por la iglesia y por lo civil.  (Ambos continuaban con sus caricias de parte y parte).

V: Yo también.  Y cuando vamos a sacar cita en el Registro Civil.
M: Que te parece dentro de par de horas.  Porque esto que comenzamos no lo podemos dejar incompleto.  ¿Qué te parece?
V: De eso no quepa la menor duda.

Ya ambos comenzaron a besarse con toda la fuerza del amor y de las emociones que los embarga.  En aquel momento nada importaba excepto la fiera pasión que ardía entre ellos.  Victoria le devolvió beso por beso, caricia por caricia.  Sus manos sintieron la calidez de la piel desnuda de él al rozarle su ancha y tonificada espalda.

La boca de Marcos era cálida contra la nuca de Victoria, sus dientes le mordisquearon el lóbulo de la oreja y besaron después el cuello, quitándole lentamente la bata y así dejarla solo en braguitas.  Marcos volvió a inclinarse sobre ella besándole la boca.

Victoria gimió de placer al sentir la mano de Marcos abrazar su pecho.  Tenía el pezón hinchado y tenso, Marcos no dejaba de saborear su boca.  Victoria deseaba a aquel hombre, lo deseaba con ardor, con pasión pero sobre todo con un verdadero amor. Todo en él le gustaba, le encantaba.

Victoria se arqueó instintivamente la espalda cuando él besó primero un pecho y luego el otro.  Su lengua lamió los pezones suavemente, produciendo en ella un placer incontrolable que la poseyó por entero mientras él bajaba una mano por el estómago hasta el borde de las braguitas.  Marcos deslizó a través de las piernas de Victoria la última barrera que intervenía el disfrute total entre ambos.

Victoria enredó convulsivamente los dedos en los cabellos negros de Marcos reteniéndolo a su lado, deseando que no parara, deseando que aquel placer no acabara nunca.  Y comenzó a sentir un calor ardiente en lo más profundo de su ser, un fuego que invadía todo su cuerpo ante sensaciones desconocidas para ella hasta ese momento, un fuego que la hacía caer, caer, caer... por un precipicio sin retorno.

M: Tranquila, Mi amor (dijo de pronto Marcos estrechándola con fuerza contra su cuerpo tenso).   A nuestro hijo o hija no le pasará nada, al contrario siempre se sentirá orgulloso(a) del amor de sus padres (Marcos le dice a Victoria al sentir los espasmos que convulsionaban todo el cuerpo de ella).
V: Mi amor no te detengas, por favor, estoy bien, estamos bien.

Una vez culminaron el acto de amor, ambos balancearon sus respiraciones y decidieron que tomar una corta siesta es lo mejor para recobrar las energías utilizadas.  Pero antes Victoria le dijo a Marcos.

V: Marcos, con respecto al último punto, todavía faltan varios meses para ponernos de acuerdo.  (A la vez que se recuesta sobre el pecho de Marcos cerrando sus ojos).

M: Oka (cerrando también sus ojos).

Continuará….

Capítulo 25 (Capítulo Final)

Desde esa misma noche Marcos se quedó a vivir con Victoria en el Departamento de ella.  Marcos ya no podía pasar, más bien ya no quería pasar una noche sin Victoria quería compartir y disfrutar con ella de todas y cada una de las noches, como también de los amaneceres.  Marcos había alquilado espacio en un almacén para guardar la mayoría de sus muebles para vender mucho más rápido su apartamento.  

Marcos preparaba una sorpresa para Victoria.  Pudo venderle su apartamento a uno de sus compañeros de trabajo una vez ellos blanquearon su relación frente a sus compañeros.  

***Inicio del Flashback***
Cuando ambos llegaron al otro día a la empresa lo primero que decidieron hacer fue informar en Recursos Humanos de su relación de pareja.  Como ambos habían entrado a la empresa tomados de la mano, los rumores no se hicieron esperar.  A la hora del almuerzo, tanto Marcos como Victoria estaban sentados en la misma mesa, cuando las “amigas” de Victoria se acercaron a ellos buscando más información con relación al chisme que rondaba sobre ellos por los pasillos de la empresa.

Rebecca y Ellen se acercan a la mesa de Marcos y Victoria y directamente y sin anestesia les pregunta.
R: Hola chicos, es cierto lo que comentan por ahí.
M: Y que es lo que chismotean.
E: Que ambos llegaron juntos bien agarraditos de las manos.

Victoria le abrió los ojos a Marcos.  Él le insinuó a ella que había llegado el momento de blanquear su situación.  Victoria le dio el visto bueno.

V: Dile, Marcos
M: No solo llegamos juntos tomados de las manos como una pareja, sino que somos una pareja que se aman y estamos felizmente comprometidos y nos vamos a casar muy pronto.  (Marcos acerca a Victoria y la besa).

Ante la mirada atónita de Rebecca y Ellen, los demás compañeros que se encontraban en el comedor, los aplaudieron ante la tierna expresión de amor de Victoria y Marcos.

XXX: Ahora sí que Guerrero, fue capturado (gritó uno de sus amigos).
M: Capturado no, enamorado si, completamente enamorado de la mujer de mi vida.  Además les quiero informar que mi apartamento está a la venta porque de ahora en adelante mi futuro será al lado de Victoria.
***Fin del Flashback***

También, a través de uno de sus amigos que era Corredor de Bienes Raíces, Marcos había separado una casa con opción a compra, pues antes de comprarla quería que también Victoria la viera y le diera el oka.  

La casa se encontraba cerca de la ciudad, aunque se podía respirar el aire puro y fresco de las montañas, tal y como Victoria le había expresado.  La misma se encontraba ubicada en un gran terreno plano arriba de la montaña, tenía una vista panorámica donde se podía apreciar la ciudad.  La casa en sus interior tenía 5 recámaras con sus respectivos baños, sala, comedor, una amplia cocina, salón de entretenimiento como también tenía una habitación que bien podía convertirse en la oficina de ambos.  En la parte exterior, la casa tenía una gran terraza que daban al jardín.  Su amplio jardín tenía como punto focal una piscina infinita y desde allí el horizonte se mezclaba con el borde infinito de la misma.  El jardín estaba rodeado de mucha naturaleza tanto de árboles frutales, como de flores y palmas que daba la sensación de que estaban en el paraíso.

En la empresa, Marcos se dirige a la oficina de Victoria.
Marcos toca la puerta.

V: Adelante.  (Marcos cierra la puerta y se acerca a Victoria, la besa y la agarra por la cintura pegándola a su cuerpo).
M: Como se encuentra la futura señora Guerrero.
V: Bien, mi amor que sorpresa (rodeándole los brazos por el cuello de Marcos, devolviéndole el beso).
M: Me encanta que trabajamos en la misma empresa, porque siempre que te extrañe con solo bajar un piso te tengo entre mis brazos y te puedo hacer muchos mimos, abrazarte y darte besitos por todos lados.
V: Si, a mí me fascina, pero igual debemos comportarnos, cualquier persona puede entrar y vernos.
M: Oka, Oka, pero igual me vuelve loquito estar así, abrazaditos. 
V: Mi amor, y se puede saber a qué se debe tu visita.
M: Además de extrañarte, te vine a buscar para llevarte a un lugar.
V: Y, se puede saber a dónde?
M: No importa donde, vamos en mi moto.
V: En tu moto?  Marcos sabes que me asustan las motos.  Además estoy embarazada y no quiero exponerme a cualquier accidente por tonto que sea.
M: Tienes toda la razón, como tú digas, mi amor, vamos en el auto.

Cuando llegaron, Marcos, como todo un caballero, le abre la puerta del auto a Victoria.

V: Mi amor y a quien vamos a visitar (Victoria no se había percatado que Marcos tenía las llaves de la nueva residencia).
M: Victoria, te acuerdas que hace unos días te mencioné que tenía una sorpresa para ti (Victoria se acuerda y abre sus ojos ante la sorpresa). 
V: Si
M: Pues hace varios días vendí mi apartamento y Matías Bermúdez, el Corredor de Bienes Raíces, me ayudó a obtener esta casa.  Pero como te conozco, sé que te hubieras enojado si no eras parte en la decisión en la compra, pues le dije a Matías que prefería que tú la viera primero y si te encantaba, finalmente la íbamos a comprarla.  
V: Gracias, por tenerme en cuenta en la decisión de comprar nuestra casa, te amo.
M: Yo también te amor (besándola).  Bueno entramos a la casa, estoy seguro que te enamorarás de cómo está distribuida, de la amplitud de todos sus cuartos, sala y cocina.  Sobre todo su jardín.

Ambos entraron en la casa y Victoria no salía de sus asombro de que todo lo que ella había expresado que tuviera su casa estaba presente en ésta.

V: Esta bellísima, me encanta a pesar de que es grande, tiene una calidez de hogar.
M: Mi amor aunque yo sé que tú no querías una casa de 5 cuartos, es mejor así porque yo quiero que nuestro hijo tenga hermanitos, además para cuando nuestras familias nos visiten hay espacio suficiente para acomodarlos.
V: Tienes razón, tenemos que preparar una habitación para Lautaro.  Te acuerda que te mencioné que hable con tu hermana hace varios días pues ella me preguntó si nosotros nos podíamos hacer cargo de Lautaro cuando ella se vaya de luna de miel, me dijo que solo confía en nosotros dos para cuidarlo.  
M: Y le dijiste que si
V: Si, por supuesto, además extrañamos a Lautaro, o no.
M: Si, además le voy a tener que agradecer toda la vida.  Gracias a él, hoy puedo decirte cuanto te amo y estoy completamente feliz de formar una familia junto a ti y a nuestro hijo (tocándole la barriga a Victoria).

Marcos le fue enseñando cada espacio de la casa por dentro y por fuera.

V: Mi amor definitivamente esta es nuestra casa.  Es ideal para nosotros ahora y siempre.

Había pasado un mes, en donde Marcos y Victoria tenían el tiempo contado entre la mudanza a su nueva casa y los preparativos de su boda.  Habían contratado una decoradora de interiores y una organizadora de actividades que le ayudaran en ambos proyectos.

La boda se acercaba tan solo faltaba una semana, finalmente hoy, Marcos y Victoria firmarán el contrato de servicios publicitarios con Barrios Software.  Para sus adentros, Marcos no veía la hora de verle la cara a Francisco cuando este se entere de que Victoria estaba comprometida.

Marcos y Victoria lo habían citado en la oficina, para la firma de su contrato.  Marcos lo recibe y lo lleva al Salón de Conferencias donde se encontraba Victoria preparando los por menores de la reunión.

M: Buenos Días, Francisco
F: Buenos Días, y la Srta. Fernández.
M: Muy bien, ya nos está esperando.
F: Pregunto porque nunca está de más contar con una belleza así, me entiendes, no Marquitos.
M: Victoria, además de ser una hermosa mujer, es una de nuestras mejores empleadas es de las empleadas que no deja nada a la improvisación.  

Ambos llegan al Salón de Conferencias.
V: Buenos Días, Señor Barrios, hoy es el gran día.
F: Si esperemos que no hayan mayores inconvenientes.
M: De eso no quepa la menor duda.  
V: Nos sentamos.

Inmediatamente Marcos toma la iniciativa y le ofrece la silla al lado izquierdo de él a Victoria y la silla del lado derecho a Barrios.  Quería evitar que hubieran malos entendidos por lo que se adelantó y le tomó deliberadamente la mano derecha a Victoria y de ese modo Barrios viera el anillo de compromiso.

F: Como que alguien se me adelantó.
M: De ningún modo, ese alguien siempre estuvo presente, no es verdad, mi amor (Dirigiéndose a Victoria, besando su mano)
V: Si, mi amor (sonriéndole a Marcos)

La cara de Francisco Barrios se transformó adquiriendo todas las tonalidades rojizas, que no tuvo más remedio que dedicarse a terminar lo antes posible con la firma del contrato.

Una vez terminaron de firmar el contrato y dejando todo al día en sus respectivas responsabilidades laborales tomarían unas merecidas vacaciones para la celebración de su boda y posteriormente su luna de miel.

Ya se habían mudado a su nueva casa ya decorada, desde las habitaciones hasta la terraza exterior.  El estilo moderno y elegante estaba presente en sala, comedor, cocina donde los colores metálicos, negros y blancos predominaban.  La oficina de ambos tenía la tecnología necesaria para trabajar cuando así fuera necesario.  Los cuartos decorados parecían salidos de las revistas de decoraciones de interiores.  El de ellos tenía un juego de cuarto con cama matrimonial tamaño King en madera oscura que hacía contraste con la claridad de los colores verde lima y blanco de las paredes.  De los cuatros restantes cuartos, el más cercano a su recamara matrimonial fue destinado para su primogénito(a), por supuesto aún desconocían el sexo, por lo que lo pintaron con color blanco y más adelante cuando supieran si era niño o niña le darían colores correspondiente.  Otro de los cuartos lo usaría Lautaro cuando los visitara, hay ya ubicaron la cuna que previamente Marcos había comprado.  Ya los otros dos cuartos los destinaron, por el momento, para cuando los visitara su familia, aunque nos descartaban que uno de ellos fuera para su segundo hijo(a).

Había llegado el día más esperado, el casamiento de Marcos y Victoria.  Ellos habían querido celebrar su unión matrimonial junto a su familia y sus amistades más cercanas.  
Ambos se habían quedado a dormir en el apartamento de Victoria dos noches antes a boda por pedido del organizador que quería darles una sorpresa, ya que la recepción sería en el jardín de la nueva casa.

Habían elegido casarse por en el Registro Civil en horas de la mañana y en la tarde en la Iglesia.  El momento más emotivo de la ceremonia fue cuando Marcos y Victoria pronunciaron sus votos.

***Inicio del Flashback***
Padre en la liturgia: 
El Sacramento del Matrimonio celebra el amor, es decir, el encuentro con el otro, la entrega mutua, la confianza, la comunicación, la aceptación, en una palabra, cuando el amor por el otro es la razón y el común denominador de la vida.  La comunidad en el Matrimonio, celebra que todo amor viene de Dios.  Los Cónyuges son el símbolo del amor de Cristo.  Hermanos, seamos testigos de la historia de amor que hoy le ofrecen Marcos y Victoria a Dios, para bendecirla con la Alianza Santa del Matrimonio. 

Padre: Ha llegado el momento en que los novios se dicen sus votos matrimoniales.  Marcos es tu turno.

Ambos se giran mirándose de frente y agarrados de las manos.
M: Victoria, no estaba en mis planes enamorarme, casarme, formar una familia, pero el destino me tenía preparada una sorpresa, y que sorpresa.  Me enamoré desde el primer día que te vi, aunque tarde un poco, (se rie).  No me arrepiento, te quiero a ti y te tomo como mi mujer y madre de mis hijos, porque quiero varios, y me comprometo a hacer crecer nuestro amor día a día, (hizo una pausa porque ya sus lágrimas le impedían continuar con fluidez).  A esforzarme siempre, pase lo que pase, y a trabajar juntos por el futuro que esperamos, para que nuestras vidas lleguen a ser estímulo de alegría y de esperanza para nuestros hijos y nuestro matrimonio sea señal de la presencia de Dios entre los hombres, por eso yo, Marcos, te acepto a ti Victoria, como mi esposa y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida. 

Padre: Tu turno Victoria.

Victoria no había comenzado a pronunciar sus votos y ya las lágrimas amenazaban con arruinar su maquillaje,  Marcos extendió una mano y le secó suavemente algunas de sus lágrimas).  

V: Marcos, yo tampoco tenía planes de enamorarme y las ganas de formar una familia, tenía otras prioridades.  Pero no conté conque tú fuiste derribando poco a poco cada uno de mis opiniones que tenía sobre ti, fuiste entrando en mi corazón para más nunca podrá salir, porque vi en ti al verdadero hombre que eres.  Te quiero a ti y te tomo como a mi esposo, y me comprometo a hacer crecer nuestro amor día a día, a esforzarme siempre, pase lo que pase, y a trabajar juntos por el futuro que esperamos, para que nuestras vidas lleguen a ser estímulo de alegría y de esperanza para todos y nuestro matrimonio sea señal de la presencia de Dios entre los hombres, por eso yo, Victoria te acepto a ti Marcos como a mi esposo y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida. 
***Fin del Flashback***

La recepción la quisieron hacer los jardines de su nueva casa.  El organizador de la boda decoró el jardín con tonalidades violetas y azul turquesa que combinaba con el azul de la piscina y las orquídeas que rodeaban parte del jardín.  Habían instalado un puente sobre la piscina que fue de inspiración de los fotógrafos.  Cuando cayó el atardecer, la vista desde el jardín le impregnó un romanticismo que a decir verdad la diosa naturaleza se confabuló con los ahora esposos para la excepcional vista panorámica.

Cuando Marcos y Victoria hicieron su entrada al lugar de la recepción no salían de su asombro de la transformación y el ambiente tan romántico que se percibía en su jardín.  Tanto Marcos como Victoria estuvieron celebrando hasta el amanecer, donde nuevamente todos disfrutaron de las maravillas de la naturaleza amanecer.  Al otro día Marcos y Victoria comenzaban su viaje de luna de miel a Nueva York, pero no sin antes querían festejar su noche de bodas.  Marcos y Victoria se despidieron de todos y se fueron juntos a un Hotel antes de partir a su viaje de boda. 


Ambos ya llegando a su habitación de Hotel
M: Mi amor, al fin solos.  (Marcos le dice al dejarla sobre el piso una vez mientras sostenía a Victoria al entrar a la habitación).
V: Recuerda que nos acompaña (tocándose su barriga) nuestro bebé.
M: Siempre está presente en mis pensamientos y en mi corazón.  Y me podría usted Señora Guerrero contestarme ¿eres feliz?
V: Completamente, pero porque me preguntas acaso tienes dudas.
M: Nunca, de algo estoy seguro que nuestro amor es real y que va a perdurar más allá de la eternidad.  Y que nuestra felicidad será infinita.  Pero quiero que me prometas que si algún día sientes que por alguna razón no eres feliz, confíes en mí y me cuentes.  Como recién te prometí ante Dios, hacer crecer nuestro amor día a día y a trabajar juntos por el futuro que nos espera junto a nuestros hijos.  
V: Lo sé estoy segura de ello, Marcos, mi amor, te amo.  

Victoria tomó la iniciativa y comenzó a besar a Marcos.

M: Que lindo beso, mi amor.  

Marcos sonrió ante la iniciativa de su ya esposa y futura madre de sus hijos.  Por un momento dejó que Victoria lo llevara de la mano hacia la recámara.  La luz-del día entraba por la ventana, iluminando la habitación con un brillo plateado.  Sus miradas se encontraron, se conocían y se conocían muy bien.  Marcos besó lentamente, profundamente, con tanta paciencia que Victoria pensó que iba a volverse loca.  La excitación crecía en su interior, apropiándose de todo su ser.  Lo deseaba como siempre lo había deseado.  Victoria necesitaba sentir sus manos y su boca en la piel.

Como si le hubiera leído sus pensamientos, Marcos le pasó las manos por el cuello, bajando por los hombros hasta llegar a sus senos.  Victoria emitió un gemido de placer.  Marcos comenzó a desabrochar el vestido, mientras ella le desabrochaba la camisa y cuando terminó se la sacó junto a su saco.  Cuando tocó su piel con las manos, Marcos también gimió.
Avanzaron juntos hacia la cama, terminándose de desnudar mutuamente, hasta que quedaron de pie junto a ésta completamente desnudos.  El viento golpeó los cristales, pero Victoria no pareció darse cuenta.  Sólo podía pensar en Marcos y en la sensación que provocaban sus músculos bajo sus manos, sus labios en su cuello.
Marcos le acarició los senos y ella cerró los ojos, saboreando su contacto.  Se mordió el labio para no gritar, y cuando la boca de Marcos sustituyó a sus manos, dejó escapar el grito.  Arqueó la espalda, aferrándose a sus hombros.
Marcos se esforzó por mantener el control, pero sabía que se volvería loco si no la tenía pronto.  Se dijo a si mismo que esta vez fuera muy especial para Victoria.  Tenía que ir despacio, con paciencia, pero sabía que era una batalla perdida.  Se había sentido completamente excitado desde que la había besado minutos atrás y la sensación empezaba a transformarse en verdadero dolor físico.  Las uñas de Victoria se clavaron en sus hombros, excitándolo más aún.

M: Victoria, quiere que la lleve al fin del mundo
V: Marcos, por favor lléveme al fin del mundo.

Cayeron juntos sobre la cama, hundiéndose en el colchón.  Victoria estaba debajo de Marcos y rodeaba su cuello con los brazos.  Se besaron y se acariciaron con frenesí.  Marcos fue bajando la mano hasta acabar entre sus piernas.  Victoria contuvo la respiración, gimiendo.

Estaba segura de que se iba a morir de la necesidad que sentía.  Se aferró a las sábanas, y después a los hombros de Marcos, moviéndose de forma rítmica.  Había olvidado por completo la realidad.  Sólo existían los sentimientos y las sensaciones.  Y una intensa pasión que cada vez minuto a minuto.  Marcos no podía aguantar un instante más.  Se colocó sobre Victoria, separándole las piernas, y la penetró lentamente.  Sus ojos se encontraron.  La luz de la habitación iluminaba la suave piel de Victoria.  Marcos cubrió el cuerpo de Victoria con el suyo, convirtiéndola en parte de sí mismo, y convirtiéndose en parte de ella.  Victoria levantó las caderas para atraerlo más hacia su interior.

Se movieron juntos, cada vez más deprisa.  Sólo existían ellos dos.  Victoria sintió que volaba, y después caía por un precipicio, deshaciéndose en un millar de fragmentos.  Gritó, y Marcos estaba con ella.  Se aferró a él, mientras el estremecimiento final recorría sus cuerpos al unísono.

Se quedaron tumbados, esperando a que su respiración recuperase el ritmo normal.  Marcos apretó su frente húmeda contra la de Victoria y le besó la nariz, las mejillas, los labios, hasta llegar adonde crecía el hijo(a) de ambos.  No quería apartarse de ella, pero sabía que pesaba demasiado, de modo que giró, colocándola sobre él.  Victoria se apoyó en su pecho, y escucharon juntos el sonido de sus corazones.
Victoria tenía a Victoria abrazada.  Sentía los latidos de su corazón contra su pecho.  Estaba muy quieta, con sus largas piernas entrelazadas con las suyas.  Pensó que se habría quedado dormida, pero cuando le acarició el cuello se dio cuenta de que no era así.

M: Mi amor necesitamos descansar ya en la noche viajamos a Nueva York y disfruta de nuestro viaje de bodas.
V: Me haces tan feliz, son tantas las emociones que pasamos que aún no caigo en tiempo.  
M: Si disfrutamos tanto nuestra boda y que me dices de la recepción.  Qué lindo se veía nuestro jardín.
V: Tenía una atmosfera de romanticismo.  Me encanto la combinación de colores.  Pero lo más lindo fueron el atardecer y el amanecer.
M: Si, ¿Qué te parece si cuando ya lleguemos de nuestros viaje hacemos un asadito en agradecimiento a nuestros familiares y amistades?.

Marcos no recibió la respuesta de Victoria, al verificar, ella ya se había dormido sobre su pecho y él también aprovechó para descansar.

Epilogo
Ocho meses después nacía su primogénito de nombre Andrés Guerrero Fernández.  Tres años después su matrimonio volvió a ser bendecido con el nacimiento de Malena Guerrero Fernández.  Luego del nacimiento de Malena, Victoria decidió pasar más tiempo en casa con los pequeños dejando atrás su carrera profesional.  Marcos notaba a Victoria triste, no era la misma.  Como en su momento le pidió Marcos, Victoria le expreso que ya extrañaba su trabajo.  Por tal razón, Marcos decide formar su propia Agencia de Publicidad, de ese modo Victoria se sentiría útil trabajando en ella junto a su esposo.  Ambos muy bien podrían trabajar desde su casa.  Los años pasaron, Lautaro pasaba mucho tiempo con ellos en la casa junto a sus dos hijos, los tres se llevaban como hermanos.  El problema era de Malena que tenía a tres cuidas y solo su madre la defendía de tres.  

Años después, Marcos y Victoria se sentían cada día más orgullosos de sus tres hijos (porque a Lautaro lo querían como tal).  Lautaro había estudiado leyes y había decidido junto a su novia Laura formalizar su relación.  Andrés le gustaba las artes dramáticas.  Era todo un actor en ciernes.  Estaba grabando su quinta novela, esta vez como protagonista de la historia.  Aún no había sentado cabeza, aunque Marcos decía que ya le llegará la hora, que se mirara en su espejo.  La pequeña Malena estaba terminando sus estudios básicos en medicina, quería especializarse en Cardióloga Pediátrica, siempre le gustaron los niños.  Sus relaciones no duraban mucho, ya sea por sus estudios o porque su padre o hermanos se los espantaban.  Victoria se veía en ella.  Ella siempre le daba prioridad a su carrera profesional.  Solo le decía que cuando llegara el hombre de su vida lo importante es no darle la espalda y asumir que llegó el momento de amar aun cuando no estaba en sus planes.

Fin

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