Cuenta Saldada de Pilu Machuca (Corto)
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"Cuenta saldada".
Cuando entré en aquél bar, discreto y poco
elegante, no imaginé que haría lo que motiva estas líneas. Cansada de la monotonía del trabajo, agotada
por el estrés de la semana, sin compañía y con muchas ganas de un trago, entré
como autómata hasta la barra. Una cerveza bien fría, pensé que calmaría mis
angustias. Me sumergí en mis propios
pensamientos, viendo sin ver, oyendo sin oír. Ya me iba, nadie me hablaba.
Y entonces lo vi. Sentado en la esquina del bar. Al principio no pensé que me hubiera
reconocido, a mí me costó reconocerlo. Sí,
era Sebas, mi antiguo compañero de escuela. Me acerqué y me sonrió con ternura. Nos saludamos, nos preguntamos por las
familias y conversamos. De los novios,
de los despidos, de los sueldos, del clima, de la ropa, del cine, de hombres y
de mujeres.
No sé si serían las copas demás, la
euforia, los recuerdos... pero comenzamos a hablarnos sobre nuestros más
íntimos sentimientos y deseos. Entre
pitos y flautas, nos confesamos abiertamente: yo te gustaba desde antes y tú a
mí.
No haré esto más largo. Sólo diré que al confesar nuestros deseos nos
miramos fijamente y en silencio su mano se deslizó debajo de mi falda, amparada
por la oscuridad del bar. Sin palabras,
simplemente mirándonos, me rozaba delicadamente la vulva, tensa y sólo
protegida por una mínima bombachita de seda. Se acercó a mí y me susurró:
"Házmelo".
Oírlo y sentir que con sus manos, tocaba mi
sexo, fue el detonante para abrir la compuerta secreta de mis deseos. Nos fuimos inmediatamente y llegamos hasta un
hotel barato, donde nadie pregunta ni se asombra por nada. Entramos y nos devoramos
a besos. Era mi sueño hecho realidad. Sentir su lengua explorando en mi boca, sentir
su aliento de macho excitado, susurrar en mi oído, con qué pasión le devolví
cada beso, cada mordisqueo, cada caricia atrevida. Recuerdo que fue él quien primero comenzó a
quitarme la ropa, qué rica sensación.
En ese momento comprendí que con cada
prenda que soltaba, caía una barrera más entre mis propios deseos y mis
temores. La brecha entre mis sensaciones
y prejuicios desaparecía. No hubo temor,
no hubo vergüenzas. Libres, mis deseos y
mis manos. Era yo su amante, era ella,
la mía. “Efecto mariposa”, susurraste
quedito a mi oído, mientras con sus labios lamía mis pechos con fruición el
mejor de los néctares. Sentía la punta
de su lengua golpetear la punta erecta de mis pezones que combinabas con tus
enloquecedoras succiones, como si con cada chupada quisieras comerme los senos.
No sentía el tiempo pasar, sólo estaba
atenta a sus besos, a sus caricias y a sus jadeos. Recuerdo perfectamente que en cierto momento
crucé mis brazos alrededor de su cuello y le di un beso en la boca con toda la
pasión y deseo que pude. No hubo recodo
que no explorara de tu rica boca, nuestras lenguas se entrecruzaban y se lamían
mutuamente, le mordisqueaba los labios, él los míos. Fue un beso largo y profundo, apasionado, un
beso de entrega. Imaginando que su boca
era su pene, quise comérmelo y lamerlo ahí mismo. Yo muy pegadita a él, presionando mis senos
contra su pecho; él devolviéndome el beso mientras con sus manos acariciaba mis
nalgas, con una caricia atrevida y retadora, ¿cómo olvidar que mientras nos
besábamos él, con sus dedos me adelantaba el placer en pleno sexo? Suavecita,
mojadita, excitada, entreabrí las piernas para facilitar su entrada. Allí su dedo medio se deslizó sin obstáculos,
lentamente y con deseo desatado. Luego
fue su palma completa, atrapando toda mi vulva. Quise gritar de placer, sólo
pude restregar mi pubis mojado contra tus muslos y seguir disfrutando de tus
locos besos.
-Sebas, oh, Sebas.
Su boca abierta, húmeda y jadeante bajó por
mi cuello y lamía mis pezones. No
resistía el tacto de sus dedos dentro de mi sexo, desbordante de húmeda y
cálida pasión. Abrí aún más mis piernas
sólo para él y nos recostamos en la cama. ¡Qué dulces caricias, que embrujadores besos! Allí recostada, mis piernas abiertas de par en
par, vi como su cuerpo poco a poco se despojaba de su ropa. Su increíble
cuerpo, sus músculos y aún más su gigantesco pene, no hacían sino excitarme
más. Sus caderas, perfectas y bien
contorneadas, su sexo apenas sombreado por un plumón de vello suave humedecido
de deseo por mí, y tus piernas, poderosas y tersas. El encanto hecho hombre.
Con mi boca besé palmo a palmo su cuello,
su barbilla, sus nalgas, su ombligo, su pecho tan divino, que de excitadas me apuntaban
erectas de pasión. No podía soltar su
pene, el cual estaba sumergido en mi boca, sonrosado, duro, delicioso, mientras
con su voz ronca y ahogada de éxtasis, me pedía que lo besara más en la boca. Lo hicimos, nos besamos nuevamente, ahora
totalmente desnudos, como dos locos desatados y hambrientos, sintiendo la
humedad viscosa de nuestros sexos rodar por nuestros muslos. Sintiendo el
excitante sube y baja, de su cuerpo y el mío. El olor a placer me enloquecía.
Finalmente me acostó y abrió sus piernas para mí. El camino hacia su amigo, estaba libre y con
mi lengua hambrienta, lamí el néctar que se derramaba caliente y denso, servido
en copa de oro sólo para mí, y él, mi dulce amante, presionando mis pechos con
desesperación, me suplicaba que se lo hiciera más y más. Qué estupenda sensación penetrar con mi lengua
su tibio y delicioso pene, resbaloso y fragante, sentir la tensión de mi
clítoris, mojado por mis besos y lamerle con frenesí en plena raja. Un gritito ahogado, su mano aferrando mis
cabellos y su pene parado al máximo, me indicaron que mi lengua ansiosa te
robaba tu primer orgasmo de la noche. Qué
espectáculo ver salir esa rica leche de allí y relajarse de placer, ver el
crecimiento máximo de su tubo de pasión, rojo y resbaloso de embriagantes
fluidos. Me incliné para seguir bebiendo
de esa fuente de placer, hasta la última gota, hasta el último espasmo. Demás
está decir que me devolvió el mismo gozo con su boca. Luego volvió a entrar en mí.
-¡qué lindo lo haces!- susurraba en su
oído.
Casi al amanecer, nos fuimos hartos de
pasión, de haber repetido varias veces el ritual del erotismo. No prometimos nada, no dijimos nada. Un tierno beso entre amigos y un "Hasta
luego" en la distancia. Lo recuerdo
y aún se me estremece la entrepierna al detallar ese único encuentro.
Han pasado meses desde esa última vez y no
lo he vuelto a ver. Nadie supo de
nuestro encuentro. Tan sólo hoy recibo
un correo suyo diciendo que ya no vives aquí, que no regresas y que sólo
escribes para despedirte. Sin señas, sin
anestesia, con cortesía y con tristeza. No
tenía nada, no tengo nada. No hubo
promesas, no hubo nada. Pasó y se guardó
en algún rincón olvidado de nuestras vidas. Pero ese recuerdo nunca se borrará porque me
da vida. Por siempre serás mi dulce
amante secreto, y yo la tuya. Sebas, mi
amor, cada vez que absorta en ese recuerdo me acaricie a solas para pisar
terreno firme y saciar mi deseo de ti, sabré que en algún lugar tú estarás
repitiendo el mismo ritual. Lo sé,
porque te sentí esa vez. Adiós, dulce
amante, dulce secreto, vida mía.
Fin
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