Casi un sueño de Pilu Machuca (Flash Zampivanez)
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"Casi un sueño".
Aunque no había nadie en la oficina a esa
hora, regresé rápidamente a mi despacho.
El paso siguiente era el más emocionante
del proceso: la espera de las reacciones.
Y es que ese día lo había hecho diferente:
esa vez no le llevarían un arreglo floral durante el día de trabajo, sino que
al llegar a su escritorio, Carina se encontraría con una rosa y un sobre que,
reformulando a Cortázar, le propondría:
“Ven conmigo esta noche no haremos el amor,
dejaremos que él nos haga a nosotros”
No esperé mucho.
Veinte minutos después, sonó el teléfono de
mi despacho.
-Licenciado, es urgente que vaya a la zona
de ascensores en este momento - reconocí la impetuosa voz de Carina.
Sonreí, me puse el saco y me dirigí hacia
donde ella me lo pidió.
Ahí estaba ella.
Vestía una blusa blanca, una falda negra que no le cubría las rodillas y unos zapatos negros de tacón bajo. Llevaba el cabello suelto y los labios levemente teñidos de carmín. Lucía radiante.
Ahí estaba ella.
Vestía una blusa blanca, una falda negra que no le cubría las rodillas y unos zapatos negros de tacón bajo. Llevaba el cabello suelto y los labios levemente teñidos de carmín. Lucía radiante.
Segundos después llegué a su lado. No me
dio oportunidad de darle siquiera un cortés beso: me tomó del brazo y me metió
a uno de los ascensores. Ella presionó
dos botones, éste cerró sus puertas y comenzó a descender.
Lo que después se convertiría para mí en
una de las metáforas de la pasión, iniciaba en ese momento.
Una vez dentro, Carina colocó uno de sus dedos índice en mis labios, acercó los suyos a mi oreja izquierda y me susurró pausadamente un “no puedo esperar hasta la noche”.
Una vez dentro, Carina colocó uno de sus dedos índice en mis labios, acercó los suyos a mi oreja izquierda y me susurró pausadamente un “no puedo esperar hasta la noche”.
Una ráfaga de sangre se me agolpó en el
vientre.
Súbitamente, mi rostro comenzó a ser
humectado por besos suaves que me esparcía por mi cara. El elevador indicó que habíamos llegado al 2º
piso y siguió descendiendo.
Haciendo caso omiso del movimiento mecánico
que nos envolvía, sus manos me rodearon el cuello al mismo tiempo que su lengua
inició un sugerente jugueteo en las comisuras de mi boca.
El elevador indicó el primer piso y siguió
descendiendo.
Sus dientes, prensaron delicadamente mis
labios. Sentí como sus pechos redondos,
carnosos, suculentos, se apretujaban en mi cuerpo. Con alevosía, ella introdujo su lengua
inquieta en mi boca.
Sentí una vertiginosa excitación
claustrofóbica.
El elevador indicó la planta baja y se
dirigió al sótano.
Más como hechizo que como reacción
coherente, mis manos sujetaron su cintura.
La lengua de Carina, se frotó con la mía
impregnándome del exquisito sabor de su saliva.
Le balbuceé un “espera, las puertas del
elevador se van a abrir”.
Ella separó su boca de la mía, sonrío
pícaramente y me respondió: “se van a abrir hasta que yo quiera, y eso será
hasta que te coma completito, papi”.
Una sorpresiva convulsión me dejó aturdido.
Pero efectivamente, el elevador llegó al
piso -1, se detuvo algunos segundos y, sin abrir sus puertas, comenzó a subir
hacía el séptimo piso.
Expresé un efímero “¿cómo le…?” que ella no
me dejó concluir porque reanudó la desquiciante danza de su lengua.
Recuerdo perfectamente esa sensación de
desconcierto.
Pero más recuerdo las caricias incitantes
por mi espalda, mis nalgas y mi pene. Mi
resistencia había sido heroica pero no lo pude soportar más.
Cerré también los ojos y comencé a saciar
en su boca mi necesidad de ella restregando enardecidamente su vientre en la
bestia que se despertaba entre mis piernas.
Para mi sorpresa, Cari estaba más hambrienta
de mí porque lo que ella hacía no era besarme sino absorberme. Instintivamente, le desabotoné la blusa y
ella me bajó el zipper del pantalón. Siempre
me embriagó tener en mis manos los sus senos, acariciar su contorno, sentir su
tibieza.
Pero lo verdaderamente enloquecedor era
lamer sus aureolas y sus pezones endurecidos, lo cual en ese instante disfrute
a plenitud porque ella me amasaba el pene con ese estilo dulce y furioso tan
suyo: tocándome el glande con el pulgar y explorando mi grosor con el resto de
sus dedos.
Nuestros cuerpos estaban imantados. Cada evocación de Cari era una lección de
erotismo. Cada roce era una profecía de
hedonismo.
Cada beso era un trance de júbilo. Pero en esa ocasión, dentro de los elevadores, fue simplemente la cima de la lujuria, el abuso del placer, el límite de la locura. Indescriptible.
Cada beso era un trance de júbilo. Pero en esa ocasión, dentro de los elevadores, fue simplemente la cima de la lujuria, el abuso del placer, el límite de la locura. Indescriptible.
Llegando al séptimo piso, el elevador se
detuvo sin abrir sus puertas por casi 30 minutos.
De mi cuerpo emergió rabiosamente una
insaciable extensión palpitante y maciza que Cari manoseaba delirantemente. Fue una de las erecciones más portentosas que
he tenido, de esas que no se planean, simplemente manan naturalmente. Mientras le lamía el escote, deje que mis
manos se depositaran en su sexo.
Ella estaba empapada. Le levanté su húmedo muslo izquierdo, me
incliné unos centímetros y dejé que mi glande esponjoso jugueteara con su
acuosa vulva. Era un ritual que me
gustaba practicarle porque, como ella me lo confirmaba, le producía cosquillas
en los dientes. Le sostuve su pierna
izquierda entre mi mano derecha. Le
acerqué mi boca a la suya para lamerle los dientes. Y la fui penetrando paulatina pero
determinadamente, ajando sus paredes vaginales, hasta notar que no podía entrar
más en ella. Carina, jadeó.
Se puso de espaldas a mí, se asió del barandal
del elevador y subió su pie derecho a una baldosa del mismo. Fue exquisitamente irresistible. Así que le tomé las caderas, me ladeé hacia
la izquierda y le penetré sin contemplaciones.
Carina, se meneó con una desquiciante cadencia zarandeando mi pene con
frenesí. Sentí que me exprimía el
aliento. Pero fue irremediable.
Un par de minutos después, un torrente
trajo consigo un halo de placentera armonía que se apoderó de mi cuerpo. Fue un viaje celestial. Todavía con el regocijo a flor de piel, la
volví a besar con arrebato.
Luego de habernos vestidos y secado el
sudor, Carina presionó el botón número 1. Ambos acordamos que era mucho más seguro salir
en el sótano.
Antes de llegar, le pregunté que cómo le
hizo con el elevador.
-Es una falla que tiene. Me enteré de casualidad. Pero no preguntes, tú sólo disfruta-.
Y las puertas se abrieron.
FIN
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