Tango para Dos de Calu Zampi Vanez
(Corto de 2 Capítulos)
Dirección Original: https://www.facebook.com/carina.zampini.1276/notes
"TANGO PARA DOS" __
*(adaptación)* PARTE 1
Desde el mismo
momento en el que se habían visto, nada más pisar el suelo de la secretaria,
habían sentido un odio mutuo. Su primera
pelea fue la discusión sobre a quién debía atender antes la secretaria. Ese fue el comienzo.
Se odiaban y
competían por todas las modalidades de la escuela de artes escénicas donde
ambos estudiaban. Canto… danza clásica… baile moderno…música… cualquiera de las
asignaturas era la ocasión ideal para medirse y pelear para ver quien era el
mejor de los dos. Eran rivales en
materia y no había nadie en la escuela que no supiera de su odio recíproco.
Cada día, las
clases se convertían en una competencia intensa de talentos en la que se
luchaba por el título del mejor de la escuela. Aún así, hasta el día nadie
había conseguido saber quien de los dos era mejor y ellos seguían empeñados en
lograr el desempate.
Parecía que la
guerra nunca iba a terminar hasta que el director anunció que participarían en
una competencia intercolegial a nivel internacional de danza. Las clases
pasaron entre cuchicheos de la gente y grititos histéricos preguntándose la
modalidad y clase de danza que bailarían, y quien sería el representante.
Cuando quedaba media hora para que la jornada terminase, el director los mandó
llamar por megafonía.
—Señor Estevanez
y señorita Zampini, acudan a mi despacho —la voz por los altavoces sonó alta y
clara, sin dar tiempo a objetar.
Todos se les
quedaron mirando y Cari se sonrojó al instante por la atención. La profesora de
canto, la señora Barbarosa, que era la que estaba impartiendo clase en ese
momento, les dio permiso para salir del aula y ellos no dudaron en encaminarse
hacia su objetivo.
—¿Qué mierda has
hecho ahora, Zampini? —gruñó Sebastian mirando a la chica que iba a su lado en
silencio, varios centímetros más baja que él. Cuando ella lo miró, con sus
orbes miel relampagueando de ira, él no apartó la mirada y los ojos de ella
batallaron contra los marrones de él.
—¿Por qué narices
he tenido que hacer algo? —atacó en su defensa—. ¿No has podido ser vos?
—Yo no he hecho
nada —negó él.
—Yo tampoco
—rebatió Carina.
—Eso ahora mismo
vamos a descubrirlo.
Llegaron al
despacho del director y tocaron un par de veces antes de escuchar un suave
"adelante" que les indicó que podían entrar a la estancia. Las dos
personas que estaban en la estancia solo vieron un borrón cobrizo pasar a toda
prisa antes de que Sebastian golpease con ambas manos el escritorio. El
director y la subdirectora dieron un bote ante el comportamiento poco usual en
uno de sus alumnos estrella, que solo se ponía agresivo cuando competía contra
Carina, y solo era agresividad en el sentido más ético.
—¡No se lo que le
han dicho por ahí pero yo no he hecho nada! —gritó colérico—. ¡Si Zampini ha
liado alguna yo no tengo nada que ver!
Se escuchó un
bufido detrás y el señor Quique desvió la mirada del chico a su otra alumna
estrella que estaba en frente de la puerta con los brazos cruzados a la altura
de su pecho. Su corta melena rubia ondeó cuando negó con la cabeza
mirando a su adversario número uno.
—Tranquilícese,
señor Estevanez —le dijo la subdirectora recuperando su pose seria—. No les
hemos llamado aquí por eso.
Sebastian se
sintió ridículo por la escenita que había montado por su pequeño ataque de
histeria y se sonrojó como pocas veces en la vida había hecho, lo que no pasó
desapercibido para Carina, quien soltó una risita, disimulada por tos, que hizo
que el chico moreno la fulminara con la mirada.
—Lo siento, señor
director —se disculpó con los exquisitos modales que sus padres le habían
inculcado desde pequeño—; no volverá a pasar.
El director hizo
un gesto con la mano invitándoles a sentarse en las dos sillas que había en
frente de su escritorio. Sebastian se sentó con su habitual porte y Carina
caminó grácilmente con sus delicados pasos de bailarina y ocupó la silla de al
lado sentándose con suavidad.
—Bueno, ahora que
todos estamos más tranquilos… —Sebastian bajó la cabeza, aún avergonzado por el
numerito anteriormente citado—. Los he llamado para hablarles de la competencia
intercolegial internacional.
A Cari se le
iluminaron los ojos, dando saltitos como una niña pequeña en su interior. ¡Lo
sabía! ¡Sabía que ella iba a ser la elegida para representar al colegio! Todo
había estado claro; no por algo era la mejor de todo el colegio. No estaba muy
segura todavía de que pintaba Sebastian en todo ese asunto pero le daba igual;
ella era feliz y en cuanto estuviese sola haría su pequeño baile de victoria.
Sebastian por su parte, estaba tan abochornado aún que no se había dado cuenta
de que estaba pasando.
—Entiendo, señor
director —asintió Carina sin quitar la sonrisa de su cara.
—Muy bien —clavó
su mirada en el cabizbajo muchacho—. ¿Está usted de acuerdo, señor Estevanez?
—¿Qué? ¿Cómo?
—preguntó confuso Sebastian levantando la cabeza para mirar al director.
—Pregunto a ver
si está usted de acuerdo en que ustedes representen al colegio en la competición.
—¿Qué? —si Carina
hubiese tenido algo en la boca en ese momento lo hubiera escupido o se hubiera
atragantado con ello—. ¿Los dos juntos?
—Exactamente
—asintió él—. Por eso los he llamado a ambos.
—Pero, señor
director…
—Se lo que va a
decirme, señorita Zampini; todo el colegio sabe de su enemistad —Cari calló y
escuchó atenta, al igual que Sebastian que estaba aún saliendo de su sorpresa—.
Pero ustedes dos son los mejores de los nuestros y sólo así podemos ganar la
competición. No se lo pediría si no fuese importante pero el ganador tendrá una
subvención importante que permitirá crear becas de estudio en el extranjero
para dos alumnos por curso. Si no quieren hacerlo por nosotros, háganlo por
ustedes.
Carina sopesó las
opciones y se dio cuenta de que quería ir a ese erasmus y que podía perderlo si
la colegiatura decidía que Sebastian Estevanez era más apropiado que ella para
ese curso en el extranjero, y definitivamente ella quería esa plaza.
—De acuerdo; lo
haré —aceptó ante la estupefacta mirada de Sebastian y las sorpresivas de los
otros dos presentes por haberla convencido tan rápido.
—¿Cómo? ¿Estás
loca? —preguntó exaltado su compañero de clase—. ¡Vos y yo no podemos bailar
juntos!
—Señor director
—Carina ignoró al chico a su lado para dirigirse solamente al que tenía en
frente—, me esforzaré todo lo posible para ganar la competición, aún si tengo
que bailar junto con Estevanez. Claro que si es él el que se opone, estaría
encantada de cambiar de pareja.
Los dos mayores
fijaron sus miradas en Sebastian y este se sintió intimidado. Cari sonrió, muy
pagada a sí misma. Tenía que meter presión a su rival porque sabía que solo con
él era capaz de hacer una pareja posible ganadora. Pero ni con esas, Seabastian
seguía reacio a participar.
—Lo siento, señor
director, pero yo esto no lo veo —dijo seguro—. Es imposible que Zampini y yo
bailemos juntos sin matarnos.
—Señor Estevanez,
la señorita Zampini ya ha aceptado, solo falta usted —intervino la
subdirectora—. Son ustedes la única pareja preparada realmente para esa
competición.
—Pero… no creo
que sea posible.
Carina decidió
intervenir para convencer finalmente a su futura pareja. Y para ello, utilizo
un arma que iba a dolerle y Sebastian no resistiría.
—Señor director,
entiendo que Estevanez no esté preparado para tal grado de competencia
—Sebastian giró la cabeza hacia ella, fulminándola con la mirada ante la acusación
de incompetente y vio a la chica sonreír maliciosamente—. Estoy segura de que
el señor Cernadas estará más que de acuerdo en bailar conmigo y si
ensayamos a diario conseguiré que alcance mi nivel.
Dicho y hecho, un
golpe bajo. Porque aparte de la rivalidad de Cari y Sebas, todo el colegio
sabía de la historia entre Cernadas y él. Habían sido mejores amigos, hasta que
un día, el segundo había encontrado al primero en la cama con su, por ese
tiempo, novia. Desde ese momento su amistad se había roto y sus caminos se
había separado. Desde entonces, Sebastian no soportaba tampoco que él lo
superase y hasta entonces tenía suerte de que Pedro era peor artista en general
que él.
—Bien —asintió el
director, rindiéndose finalmente—. Ya que el señor Estevanez se niega a formar
parte, hablaré con el señor Cernadas para que lo sustituya y…
—Lo haré —la voz
de Sebastian resonó firme y segura en la sala.
El director
asintió, segundos después de salir del asombro del repentino cambio de opinión
y les tendió un sobre blanco con la insignia de su colegio impresa en una
esquina. Carina se adelantó y lo cogió, sin embargo no lo abrió.
—Dentro de ese
sobre está la categoría que se ha decidido de forma aleatoria y la canción que
les ha tocado —explicó dándoles ánimos con un gesto con las manos para que lo
abriesen.
Carina rasgó el
papel con cuidado y Sebastian se acercó un poco a ella, intrigado por lo que
pondría dentro. Desdoblaron la hoja que cuidadosamente doblada estaba y leyeron
lo que ponía. Instantáneamente los dos se quedaron blancos como el papel. La
pregunta fue una mezcla de quejido y horror.
—¿Tango?
CONTINUARA..
==
Llevaban ya dos
semanas ensayando a diario, antes, después y casi durante las comidas. Les
había exento de las clases para que pudieran entrenar con todo el tiempo que
pudieran. Incluso les habían quitado los exámenes y sus calificaciones serían a
partir de la competición.
Al principio les
había ido francamente mal; no se soportaban y tener que ba...ilar uno de los
bailes más sensuales que existían juntos les era difícil. Tardaron tres días en
conseguir agarrarse sin poner cara de asco, cosa muy importante ya que la
interpretación era una parte importante y fundamental en su actuación.
Solo se separaban
para comer y para dormir. Y eso era justamente lo que estaban haciendo, comer
cada uno en la mesa de sus amigos. Carina reía alegremente mientras charlaba en
su mesa con Sol y Anabel, sus dos mejores amigas. Sebastian no había aparecido
por el comedor y Juan y Diego, sus compañeros, estaban preocupados por él. De
repente, entró corriendo totalmente despeinado. Buscó con su mirada a sus
amigos y se encaminó hacia allí, dejándose caer al lado de Juan y cogiendo un
trozo de pizza del plato de su amigo.
—¿Dónde estabas,
macho? —preguntó, como siempre de forma sutil, Diego —. ¿Te has ligado a una
titi y te la has llevado a la habitación?
—Ya me gustaría…
no tengo tiempo para nada —suspiró él mirando el reloj y horrorizándose al
notar que apenas le quedaban cinco minutos para el siguiente ensayo—. He ido a
mi habitación para darme una ducha y cambiarme y me he quedado dormido.
Apenas había
tragado su cuarto bocado cuando alguien carraspeó detrás de él y sus dos amigos
miraron hacia allí. Sebas gruñó, sabiendo quien era justamente la persona que
había llegado.
—Estevanez,
tenemos que ir a ensayar —la voz de Carina sonó dulce, ampliando el angelical
aspecto que Sebastian sabía que no iba concorde a su forma de ser.
Sebastian se
giró, tragando el mordisco de pizza que tenía en la boca, y fulminó con la
mirada a la chica, que le sonreía abiertamente con malicia y después sincera,
se giró hacia sus amigos.
—Hola, Diego.
Hola, Juan —les saludó alegremente.
—Hola, Cari
—saludaron ellos bajo la fulminante mirada de su amigo, quien odiaba le hecho
de que sus colegas se llevaran tan bien con su rival.
—Tenemos que
irnos, Estevanez —le dijo de forma ruda.
—Podrías dejarme
comer al menos, ¿No? —se quejó él.
—No es mi culpa
que hayas utilizado tu tiempo para comer en otras cosas —sonrió ella burlona—.
¿O es que acaso crees que vas a desmayarte?
—Vamos —se
levantó de la mesa y fulminó con la mirada a Diego, quien reía a mandíbula
batiente a diferencia de Juan, que trataba con todas sus fuerzas de aguantar la
risa.
—Adiós, chicos
—Carina levantó una mano mientras seguía a Sebastian a través del comedor.
—Adiós, Cari
—se despidieron los otros dos.
Sebastian caminó
furioso hacia la puerta del comedor con Carina pisándole los talones. Se puso a
su altura y soltó una risita que él le devolvió con un gruñido. Ella rió más,
divertida, y él gruñó más fuerte aún cuando ella soltó un divertido y fingido dramático
"¡Pobre, Sebi!". Cruzaron la puerta y se dirigieron hacia la única
clase que tenían libre y les habían cedido; la clase del piano. Estaban a punto
de llegar cuando escucharon que alguien llamaba a Carina. Ella se giró por
instinto y Sebastian se tensó al reconocer la voz de Pedro Cernadas . El chico,
de ojos verdes y piel blanca, corría hacia ellos con una sonrisa plasmada en la
cara.
—Hola, Pedro
—saludó la chica amablemente.
—Hola,Cari —el
chico sonrió ampliamente. Luego, se giró hacia Sebastian—. Estevanez.
—Cernadas —el
tono de voz estuvo tan lleno de desprecio, que hubiera echado para atrás a
cualquier persona, y más si lo sumamos a su mirada fulminante.
—Cari, casi te me
escapas —la sonrisa volvió a la cara del rubio—. Me debes una cita, ¿Recuerdas?
—Ahora no tengo
tiempo,Pedro lo siento; tengo ensayo —se disculpó ella poniendo puchero para
que no se enfadase.
—Deberías dejar
de juntarte con Sol —rió él—. Está bien, pero después de la competición
me dejarás llevarte a cenar.
—Trato —ella
sonrió—. Ya hablaremos, ¿Vale?
—Bien —se agachó,
ya que le llevaba unos buenos 30 centímetros de diferencia, y le dio un beso en
la comisura de sus labios, muy cerca de su boca—. Adiós.
El chico se fue y
Carina se quedó mirando el lugar por el que desaparecía. Se mordió el labio
inferior con nerviosismo. Pedro era su mejor amigo, aunque todos, incluida
ella, sabía que él estaba enamorado de ella. Habían salido un par de veces, por
insistencia de él, pero ella le había avisado de antemano que ella solo lo veía
como amigo. En lugar de rendirse, pedro seguía pidiéndole citas, jurando que
algún día ella sentiría lo mismo por él. Carina aceptaba, ya que, al fin y al
cabo, esas citas eran como citas de amigos.
—¿Podemos irnos
ya o vas a seguir coqueteando? —la voz de Sebastian le hizo volver a la
realidad. Lo miró y entrecerró los ojos, amenazante.
—Sólo somos
amigos —negó.
—Todo el mundo
sabe que Cernadas está enamorado de vos —contradijo él.
—Eso no es asunto
tuyo —gruñó entre dientes ella—. Vamos; quiero terminar esto cuanto antes.
Llegaron a la
sala del piano que consistía simplemente en una sala con una pared de espejo
con un piano a un lado. En una mesa, estaba colocado un aparato de música con
la canción que iban a bailar preparada.
—Sol me ha dicho
que los trajes están preparados para el ensayo —dijo Cari fríamente señalando
los cambiadores—. Están dentro; ve y cámbiate.
—¡A sus órdenes,
mi capitana! —soltó Sebastian irónicamente y entró al cambiador.
Carina le dio al
play haciendo que la canción sonase. La melodía "Por una cabeza"
inundó la estancia mientras ella se posicionaba en el medio de la pista y
comenzó a hacer sus pasos. Al de unos minutos, la puerta se abrió y entró
Sebastian. Carina se giró y se le abrieron los ojos de la impresión. Siempre
había sabido que Sebastian Estevanez era guapo, todas las chicas lo decían y
ella no era ciega, pero nunca lo había visto tan apuesto como esa vez. Llevaba
puesto un smoking negro con rayas azul medianoche verticales. Por debajo, una
camisa blanca y una corbata del mismo color que las rayas terminaban su
atuendo. Parecía estar hecho a medida y le quedaba de cine. Salió atándose los
botones de las mangas y Carina tuvo tiempo para devorar la imagen ante ella y
lo justo para apartar la mirada cuando él levantaba la suya.
—No tardes;
quiero terminar antes de mañana —le dijo él señalando con la cabeza el
vestidor.
Carina se perdió
por las puertas y Sebastian ocupó su sitio en medio de la pista ensayando los
pasos. Tardó menos de lo que él hubiese esperado, pero estaba claramente con
ganas de de vacilarla y estaría contento cuando ella frunciese le ceño como
siempre que él se burlaba de ella. Claro que no contaba con que la estirada y
odiosa Carina Zampini, que siempre vestía chándales enormes o mallotes serios y
tristes, tuviese ese cuerpazo si se vestía bien. El vestido que llevaba puesto,
era largo hasta por debajo de las rodillas y con una abertura lateral que
dejaba ver todo lo largo de sus cremosas piernas. Unos zapatos de tacón de
aguja de por lo menos 12 centímetros, hacían que sus piernas pareciesen más
largas aún. El color rojo sangre de la tela, hacia que su piel pareciese más
pálida aún y resaltaba contra su cuerpo. Pero lo peor, o mejor, depende desde
que punto se viese, era el escote que llevaba, que era tan profundo que llegaba
casi al ombligo. Sebastian tragó fuertemente saliva al ver las curvas de su
compañera con solo una fina tela de por medio. Sus ojos vagaron por su cuerpo
parando en los pechos, del tamaño que estaba seguro que quedarían perfectos en
sus manos, que se veían completamente apetecibles. El escote era tan bajo que
ni siquiera tenía sujetador puesto, y eso estuvo a punto de sacar de sus
casillas al chico.
—¿Te gusta lo que
ves? —preguntó con sorna Cari mientras se sujetaba el pelo en un despreocupado
moño, haciendo que Sebas reaccionase.
—Sujeta tu ego,
Zampini, que va a volar —contestó él, molesto porque ella la hubiese cogido
comiéndosela con la mirada—. Empecemos cuando antes, y nos iremos cuanto antes.
Cari caminó con
elegancia hasta donde estaba el aparato de música y puso la canción en repeat
para no tener que andar yendo a poner la canción una y otra vez. Luego se giró
y anduvo hasta donde Sebastian hasta quedar en frente.
—No paramos;
llegamos hasta final y después que empiece de nuevo —le dijo con voz firme.
Sebastian
simplemente asintió, sorprendido porque estuviese tan alterado por tener a su
eterna rival tan cerca y que se hubiera quedado congelado al ver el, también
bastante amplio, escote de la espalda de ella. Carina colocó una mano en el
hombro de Sebastian y frunció el ceño al ver que él no se movía. Impaciente,
cogió las manos de él y las colocó en su sitio. En el instante en que sus dedos
rozaron la piel expuesta de su espalda, se les erizó la piel y sintieron una
corriente eléctrica recorrerles el cuerpo.
Pero decididos a
no dejar que el otro se diese cuenta, empezaron a bailar. Sebastian nunca había
odiado tanto un baile como estaba odiando el tango en ese momento. El sensual
movimiento de la música les hacía rozarse más de lo que él quisiese en ese
momento ya que la piel de Carina lo atraía de sobremanera como si de un
imán se tratase. Solo podía pensar en lo cremosa y pecosa que era la fina piel
que estaba a su alcance y lo deliciosa que olía; prometiendo ser un manjar
exquisito y convirtiéndose en una fruta prohibida de lo más tentadora.
Carina por su
parte no estaba mucho mejor. Sebastian tenía un encanto increíble y un
magnetismo erótico que no estaba pasando desapercibido para ella. Intentaba por
todos los medios concentrarse solo en el baile pero le era imposible olvidar la
imponente presencia de su compañero de baile. No entendía que estaba pasando;
las otras veces que habían bailado no había ocurrido nada de eso, es más,
solían echarse en cara todos sus errores. Y esa vez, ella había hecho bastantes
fallos, simples pero fallos al fin y al cabo, y Sebastian no le había
corregido.
Siguieron
bailando la pegadiza melodía al ritmo marcado del tango, rozando sus cuerpos
que poco a poco empezaban a sudar por los movimientos que hacían. La canción
terminó, y tardó unos pocos segundos en volver a empezar, y ellos aprovecharon
para volver a coger aire. El baile comenzó de nuevo y el ambiente siguió
caldeándose.
Cari enredó su
pierna en la de Sebastian deslizándose por ella hasta tocar el suelo. Al volver
a subir, no pudo evitar soltar un jadeo. Él maldijo internamente al darse
cuenta de lo que ella había notado para soltar ese fuerte suspiro. Y es que con
tanto movimiento y roce, el cuerpo había reaccionado como cualquiera de hombre
en forma de una punzante y dolorosa erección, cosa que Carina había sentido
contra su propio cuerpo.
Siguieron
moviéndose por la pista pero ninguno estaba concentrado. Sus sentidos estaban
centrados en su compañero de baile, en cada roce de sus cuerpos, en cada
movimiento acoplado. Cada vez que Sebastian tiraba de Carina y la juntaba con
su cuerpo, ambos se estremecían, sintiéndose como dos piezas de puzzle que
encajaban a la perfección. Carina solo podía pensar en cómo sería tenerlo
dentro de ella y Sebastian en como se sentiría al tocarla y hacerla suya.
Fue en un momento
dado, en el cual Sebastian tenía que echar hacia atrás a Carina inclinándola
hacia el suelo, cuando perdió los estribos. Al tener el cuerpo de la chica tan
descubierto, tan dispuesto, tan a su alcance, no se resistió y agachó la cabeza
hasta que la piel que tanto deseaba estuvo a su alcance y besó el valle desnudo
de entre sus pechos. Carina levantó la cabeza como una bala y lo miró entre
confusa y excitada. Los labios de Sebastian eran suaves y sintió el repentino
deseo de probarlos ella misma. Pero Sebastian la giró y siguieron bailando al
compás de la música.
—¿A que ha venido
eso? —preguntó Carina una vez recuperada del impacto.
—No se de que
hablas —Sebastian decidió volver al rollo vacilón antes de que todo se le
saliera de las manos.
—¿Ah, no? —él
negó con la cabeza—. Pues yo creo que sí.
Con un movimiento
repentino, Carina pegó su cuerpo al de él haciendo que sus sexos chocasen y
Sebastian jadeara sonoramente. Se miraron a los ojos y él se encontró con los
brillantes y traviesos de ella.
—¿Y eso que es?
—preguntó totalmente burlona restregándose contra él.
—¿Eso es una
venganza? —cuestionó él cerrando los ojos y apretando los dientes para no
abalanzarse sobre ella.
—Llámalo como
quieras —Carina giró sobre su mismo eje, ya fuera del baile programado, pero
antes de dar la vuelta completa, Sebastian la sujetó de la cintura y pegó su
espalda a su pecho.
—Estás jugando
con fuego, Zampini —amenazó.
—Ya lo veo
—susurró ella; se volvió a girar y siguieron bailando tango, aunque no fuese el
baile programado.
El baile se tornó
más caliente aún, y se convirtió en una lucha para ganar al contrario. Porque
se odiaban…competían en todas las modalidades; baile…en canto…pero ese día
encontraron una en la que quedarían empatados… la seducción. Y no tardaron
mucho en comprobarlo.
No supieron quien
fue el primero en dar el paso, solo que de un momento a otro se encontraron
besándose como posesos en medio de la pista de baile. Las manos de Carina lo
sujetaban por el cuello y los hombros acercándolo tanto como pudiera y las de
Sebas vagaban libremente por el cuerpo de ella. Hicieron ver que el mito de que
podías quedarte sin aire besando era eso, solo un mito, y no se dejaron de
besar en ningún momento. Cuando pararon, se miraron a la cara. Ambos respiraban
entrecortadamente y sus ojos brillaban, llenos de lujuria. Las mejillas de
Carina estaban sonrojadas, dándole un toque tierno al pasional de todo lo
demás. Sus labios estaban hinchados, fruto de los duros besos que habían
compartido. Se quedaron callados unos segundos hasta que ella habló.
—He ganado
—susurró divertida.
—Yo creo que no
—negó él.
—Te has rendido a
mí —debatió Cari, aún sin soltarse—; te he seducido. Te he ganado.
—Lo dudo mucho
—Sebas apretó el agarre en su cintura, pegándola más a él si cabía, y Cari
atrapó su labio inferior entre sus dientes—. Te voy a enseñar de lo que soy
capaz; vas a rogar.
Antes de que
pudiera replicar, Carina la alzó en brazos y ella enrolló las piernas en su
cintura por inercia. Chocó sus labios, besándola con pasión, y ella no se negó.
Cari estaba tan metida en los besos que Sebastian le daba que ni siquiera se
percató de que se estaban moviendo hasta que sintió que la dejaba sentada
encima de algo duro y al mirar se vio encima del piano. Lo miró a los ojos,
pidiendo alguna explicación, y él sólo se dignó a poner las manos en sus
rodillas y ascender hasta sus muslos, apretar y hacer que ella gimiese.
—Voy a enseñarte
hasta que punto voy a seducirte —ronroneó en su oído—. Te lo he dicho; vas a
rogarme que te de más.
—¿Qué vas a
hacer? —Carina quiso irse en cuanto la voz le salió y descubrió que estaba
ronca de excitación. Sebastian sonrió ladinamente, muy pagado a sí mimo.
—Te voy a dar
tanto placer que vas a delirar —su mano subió más arriba hasta llegar a su
entrepierna y acariciarla por encima de su ropa interior—. Vas a gozar tanto
que no vas a volver a sentirte bien con ningún otro hombre.
—Estevanez… —no
supo si era un ruego para que parase o fuese más rápido.
—Paciencia,
Zampini —Cari apoyó sus manos en la tapa cerrada del piano y se impulsó para
restregarse contra él. Sebastian gimió—. Cari…
—Así me llaman
—dijo ella con voz ronca—, y suena mejor que Zampini.
Sebastian no lo
soportó más, y de un tirón limpio rasgó sus braga y las lanzó lejos. Carina
abrió los ojos de la sorpresa pero de su boca solo salió un sonoro gemido
cuando los dedos de Sebastian entraron en su cálido cuerpo. Sebastian sonrió,
feliz de haber conseguido lo que quería, y juntó sus labios para besarla
mientras la masturbaba cada vez más profundo.
Carina se estaba
ahogando. El placer que estaba sintiendo era inmenso y ¡Joder! Odiaba admitir
que Sebastian tenía razón. Quería seguir besando esos labios hasta
emborracharse de él pero tenía que respirar y tuvo que dejarlo ir. Gimoteó en
protesta cuando él se alejó pero soltó un jadeo cuando fue besando su cuello
hasta llegar al valle de sus pechos. Lamió la piel desnuda que la tela del
vestido dejaba pero no se demoró demasiado en seguir bajando. Ella no tardó en
darse cuenta de hacia donde se dirigía pero, a diferencia de con los pocos
chicos que se había acostado anteriormente, esa vez no quería pararle. Deseaba
con creces que Sebastian la tomase con la boca y le hiciese llegar al cielo. Y
no tardó mucho en atender a sus plegarias.
Todo empezó
superficialmente pero ambos estaban demasiado ansiosos y entre que Cari tiraba
de su cabello y Sebastian estaba deseoso de probar el néctar de su compañera,
la lengua no tardó en tomar el lugar de sus dedos. Su cuerpo se arqueó por el
placer que estaba sintiendo y la cabeza le empezó a dar vueltas. Sebastian estaba
disfrutando eso más que nada en el mundo. Cari sabía a fresas y estaba
encantado. Movió su lengua en busca del punto que sabía que tendría y en cuanto
lo encontró, lo supo por el gemido de ella.
—¡Estevanez!
Sebastian se
apartó de ella y Cari gimoteó en protesta. Lo miró y con la respiración
desacompasada le rogó que siguiera con la mirada. Pero él no quería, no así. Se
acababa de dar cuenta de que odiaba que Cari lo llamase por su apellido, y más,
en esa situación.
—Estevanez, por
favor —rogó ella desesperada.
Sebastian, en
respuesta, introdujo un solo dedo dentro de ella haciendo que se arqueara. Pero
no lo movió, por mucho que ella se le acercó.
—Estevanez, por
favor… —repitió su ruego.
—Deci mi nombre
—pidió él moviendo un poco su dedo.
—Estevanez …
—Mi nombre, Cari.
Deci mi nombre —le dijo—. Sabes mi nombre, Carina. Quiero oírtelo decir. Quiero
oírlo de tus labios.
Agachó la cabeza
y volvió a tomarla con la boca, poniendo más énfasis en darle el placer que creía
que ella merecía en ese momento.
—¡Sebastian! —el
grito retumbó en las paredes y Sebastian estuvo complacido de su logro.
Siguió
devorándola con la boca, torturándola con su lengua y tocando sus puntos
sensibles que le encantaba descubrir. Cari, presa del placer, se dejó hacer,
hasta que no pudo soportarlo más y se fue en el orgasmo más intenso que había
vivido nunca. sebastian no se separó, sino que limpió todo rastro de su dulce
esencia, saboreándola entera, hasta que no quedó más y subió a besar sus labios
de nuevo. Pero el beso fue corto ya que ella estaba prácticamente sin aire.
Sebas apoyó sus brazos a la par de su cabeza y miró sonriente a la chica de
debajo de él.
—Creo que esta
vez he ganado —susurró bromista, ya que estaba seguro de que él había ganado,
pero no lo que ella pensaba; tomarla con la boca había sido la experiencia más
fascinante que había probado, con ninguna otra chica había sido ni parecido.
Deseaba hacerla
suya en ese momento pero no estaba del todo seguro de que ella querría. Sin
embargo, Cari lo miró directamente a los ojos con los suyos brillando y una ola
de deseo lo invadió. Decidido, agachó la cabeza con intenciones de besarla y
hacerle ver las ganas que tenía de llegar hasta el final, aunque su cuerpo
presionado contra el de ella le dejaba claro cuantas ganas tenía, pero antes de
llegar a su objetivo, Carina se impulsó y se lanzó a él, haciendo que cayesen
de espaldas; él debajo y ella encima. Sebastian soltó un gemido de dolor por el
choque pero los labios de Carina en su cuello le hicieron olvidar todo lo
demás.
—Ahora me toca a
mí demostrarte todo lo que sé —susurró en su oído con la voz más sensual que
había escuchado nunca para después mordisquearle el lóbulo dulcemente,
acompañado de un par de gemidos ahogados.
Sin perder mucho
tiempo, sus pequeñas manos empezaron a desabrochar los botones de la camisa de
él, después de quitarle la chaqueta haciendo toda clase de malabares para no
tener que levantarse de encima de él. Cuando lo hubo conseguido, se dedicó a
besar el morocho pecho de él sacándole gemidos por doquier. Carina se sintió
entonces poderosa y orgullosa de sí misma al saber que estaba consiguiendo con
él lo que Sebas había conseguido con ella; seducirle y hacerle temblar de
placer. Sin dejar de hacer lo que estaba haciendo, sus manos desabrocharon el
botón de su pantalón. Se quedaron mirándose mientras entre sus dedos cogía la
cremallera y tiraba. El ruido de la cremallera abrirse sonó hueco en el
ambiente y les pareció un sonido celestial. Carina agachó la cabeza para
atrapar el labio inferior de Sebastian entre sus dientes y tiró de él al mismo
tiempo que pasaba su mano por debajo de los boxers hasta llegar a su intimidad.
Sebastian aguantó la respiración mientras Carina pasaba el dedo por todo lo
largo pero sin llegar a abarcarla del todo. Abrió los ojos y se encontró con la
mirada burlona de ella a pocos centímetros.
—¿Esto es una
venganza? —preguntó con voz entrecortada.
—Llámalo como
quieras —susurró ella lanzando su dulce aliento a la cara de él; Sebastian
estaba empezando a odiar esa frase.
—Me estás
matando, Carina —ya no le importaba nada, solo quería sentirla a ella y dejar
de jugar de una vez por todas.
—Está bien
saberlo.
Cogió los
laterales del pantalón y tiró de él pero se conformó con bajarlo solo hasta las
rodillas, sin sacárselo; después liberó su erección y Sebastian suspiró de
alivio al sentir su sexo sin la presión de la tela. Ella se quedó unos segundos
quieta y él abrió los ojos para encontrársela mirando su entrepierna con los
ojos como platos. Sonrió, orgulloso de su masculinidad, y se apoyó en los codos
para mirarla con malicia.
—No muerde
—aseguró divertido sacándola de su ensimismamiento.
Pero es que
Carina estaba anonada. Había oído hablar a las chicas del colegio del
"gran paquete" de Sebastian Estevanez, pero había pensado que estaban
exagerando y más teniendo en cuenta , que ella y todo el mundo supiera que,
Sebastian solo se había acostado con gente de fuera del colegio porque no
soportaba a las bailarinas excéntricas, palabras textuales de él. Incluso había
palpado todo lo largo que era antes por debajo del boxer… pero verlo así de
pleno era incluso mejor. Era enorme. Por lo menos el más grande que ella había
visto nunca.
Cuando escuchó la
voz de Sebastian burlándose de ella, volvió a la realidad.
—No, él no
—asintió con una sonrisa maliciosa—; pero yo sí.
La sonrisa
burlona de Sebastian desapareció en el mismo instante en el que Cari lo tomó
con la boca y perdió la fuerza en los brazos, cayendo de espaldas de nuevo. La
boca de Carina era cálida y su lengua hacía maravillas.
—¡Oh, sí, mierda!
—gimió roncamente empuñando las manos para no ceder y sujetar a Cari por la
cabeza acercándola a él.
Pero carina tenía
otros planes distintos a los de él y se apartó de él casi sin darle tiempo a
abrir los ojos. Cuando Sebastian la miró, ella estaba a un metro de distancia
de él de pies. La miró, confuso, y ella sonrió.
—Está claro que
esta vez he ganado yo —rió ella alegremente—. Adiós, Estevanez.
Se giró y se
dirigió hacia los vestidores meneando las caderas de forma sensual. Sebastian
se quedó a cuadros unos segundos, mirando el trasero que él sabía que había
desnudo bajo la tela del vestido, pero reaccionó y se levantó a toda prisa. No
supo cómo llegó hasta ella sin tropezar con los pantalones que llevaba por los
tobillos, pero la alcanzó justo cuando pasaba al lado del piano y la atrajo a
su pecho desnudo haciendo que ella soltase un gritito de sorpresa.
—No te vas a
escapar de mí ahora, Zampini —susurró con una voz tan ronca que a Cari le
recorrió un escalofrío todo el cuerpo. Sebas pateó sus pantalones, quedando
completamente desnudo, y se frotó contra ella—. Ahora vuelve a ser mi turno.
Con la paciencia
habiendo volado lejos, Sebastian tiró de la molesta tela del vestido que tapaba
lo que en ese momento quería tocar y la rasgó por la mitad dejando caer los trozos
al suelo. Cari soltó un grito ahogado al sentirse completamente desnuda por
delante pero no le dio tiempo a quejarse cuando Sebas empezó a acariciar uno de
sus pechos con una mano y su centro con la otra.
—¡Oh, dios mío!
—gimió al sentir las caricias de Sebastian llegar hasta su sexo y las piernas
temblarle.
Sebastian pareció
notarlo y la empujó suavemente hasta llegar al piano donde ella se apoyó con
ambas manos. En ningún momento cesó de acariciarla y Carina creía que estaba
delirando.
—Voy a hacerte
mía, Carina! —no fue una pregunta, sino una afirmación, aunque ella no se
hubiese negado por nada del mundo; le necesitaba dentro y en ese momento.
Y sin muchos
preámbulos, Sebastian la penetró en esa misma postura, por detrás. Carina soltó
un gemido que sonó parecido a un aullido y dejó caer la cabeza sin fuerzas.
Sebastian gimió sin contenerse, sintiendo como el estrecho y cálido cuerpo de
Carina se cernía a él. Se empezó a mover dentro de ella despacio pero la
escuchó rogar y no dudó en acelerar el ritmo. carina apretó con tanta fuerza el
piano que se hizo daño en los dedos pero no le importó; el placer que estaba
sintiendo hacía que se olvidase hasta de su nombre. Sebastian notaba como las
paredes de ella apresaban su miembro con cada estocada y se sentía en la
gloria. Cogió a Cari por la cintura y la atrajo a él, pegando su espalda a su
pecho. Ella lo miró, algo desconcertada, pero Sebas cubrió su boca con la suya
antes de darle tiempo a parpadear siquiera. Una de sus manos acarició su pezón
erecto mientras el otro brazo sostenía su cuerpo para que no cayese.
Cari se sentía en
la gloria. Tenerlo dentro era tan bueno, o mejor, de lo que había imaginado.
Pero de pronto, Sebastian salió de ella y la dio la vuelta para encararla. Ella
lo miró a los ojos directamente, a esos marrones que estaban casi negros en ese
momento.
—Por favor,
Sebas, no me hagas esto —gimoteó pensando que estaba devolviéndosela y la iba a
dejar con las ganas.
—No podría —rodeó
su cintura y la alzó, haciendo que enredase sus piernas en torno a él. Luego,
bajó con cuidado al suelo y la apoyó allí—; sería castigarme demasiado.
De una sola
estocada volvió a penetrarla y Cari gritó de nuevo. Sus manos se movieron solas
y empezaron a tocar todo el torso de Sebastian mientras que él cogía sus
piernas y se las colocaba en su cintura. Después, apresó las inquietas manos de
la chica y las colocó a sus costados. Cari lo miró confusa peor él no dijo
nada, solo bajó la cabeza y la besó. Pero ese beso fue distinto a los otros,
llenos de lujuria, odio y ardor. Ese beso fue suave, delicado y al mismo tiempo
sensual, que derritió a Cari por completo y se dejó hacer mientras Sebas le
hacía el amor a conciencia.
No dejaron de
besarse en ningún momento y cuando llegaron al orgasmo tenían los dedos de las
manos entrelazados. Pasaron los temblores sin separar sus bocas, como si
necesitasen del aliento del otro para sobrevivir, agarrándose con fuerza las
manos sin tener intención alguna de separarse. Cuando terminaron, Sebastian se
dejó caer encima del pecho de Carina respirando entrecortadamente. Soltó las
manos de Carina y ella sintió que le picaban por la falta de ellas, pero no se
apartó, sino que se abrazó a su cintura y relajó su cuerpo mientras escuchaba
los latidos desacompasados de su corazón. Cari siguió un impulso y rodeó su
cuerpo con sus temblorosos brazos apoyando su barbilla en su leonino cabello y
aspirando su aroma mientras acariciaba al mismo tiempo su cabeza.
Sebas levantó la
cabeza y la miró directamente a los amielados ojos. Sus miradas se entrelazaron
y se acercaron a la vez para besarse suavemente. Estaban tan ensimismados en su
mundo que no escucharon a alguien tocar la puerta y fue demasiado tarde cuando
se enteraron.
—¡Carina!
¡Sebastian! —el agudo gritó de Sol, quien estaba en la puerta de entrada junto
con el nuevo profesor de música, Pablo, les hizo separarse, aún a
regañadientes, y mirar hacia la puerta.
Se separaron como
un resorte y Carina trató de esconderse detrás de un desnudo Sebastian que se
tapaba con la camisa que había cogido del suelo. La escena era de lo más
inverosímil. Sebastian y carina, quienes se odiaban a muerte, pillados
besándose desnudos en la sala de música por un profesor y la mejor amiga de
ella. Sol miraba con ojos desorbitados a la pareja hasta que reparó en el
vestido roto que estaba cerca de ellos y ahogó un grito por la pérdida de su
perfecta creación.
—¡Señor Estevanez
y señorita Zampini! —gritó Pablo cuando se recuperó del susto—. ¿Qué está
pasando aquí?
Carina se
despertó de un salto y completamente empapada de sudor. Miró a su alrededor y
se dio cuenta de que estaba en su habitación. Pero el sueño había sido tan
real… como si lo estuviese viviendo… sentía el cuerpo afiebrado y caliente;
excitado y sensible. Junto las piernas y se frotó los muslos el uno contra el
otro, intentando buscar una fricción que la tranquilizase. Un bulto a su lado
se movió y encendió la luz de la mesilla.
—¿Cari? ¿Amor,
que pasa? —preguntó la adormilada voz de Sebastian.
—Nada, mi amor,
sólo he tenido un sueño —contestó avergonzada.
—¿Una pesadilla?
—se sentó el la cama y frotó la espalda de ella con cariño; ella sintió un
escalofrío recorrerla de arriba abajo.
—No, no
justamente.
—¿Qué pasa? —tocó
sus mejillas, completamente encendidas—. Estás sudada, y muy caliente.
—Justamente
—murmuró para ella misma pero Sebastian la escuchó.
—Cari…
—He soñado
con….... la primera vez que estuvimos juntos —explicó para que la entendiese.
Sebastian se
llevó la mano al mentón y pareció sopesar. Al de pocos segundos, una sonrisa
maliciosa se posó en sus labios y se giró hacia Cari para besarla nuevamente.
—Recuerdo muy
bien ese día —susurró contra su boca—. Fue uno de los días más felices de mi
vida.
—No creo que las
siguientes semanas fueran muy buenas —sopesó ella—. Sol casi nos mata cuando
vio el vestido completamente roto en el suelo.
—Y tuvimos suerte
de que el profesor que había ido a vigilarnos fuera Pablo y no el director
—añadió él pasando sus manos por la cintura de ella—. Pero no me refería a eso.
Fuiste una chica difícil..
—Te empeñaste en
que me casara contigo de un día a otro, ¿Qué esperabas? —preguntó ella como si
fuera obvio, acurrucándose contra él.
—Estabas
embarazada de mí, mi amor, no iba a dejar que te ocupases sola de todo —susurró
él de forma seria recordando el momento en el que Sol y Anabel, las mejores
amigas de Cari, habían aparecido en su habitación del colegio gritándole toda
clase de improperios y lanzándole todo lo que encontraba por haber dejado a su
amiga embarazada—. Anabel y Sol casi me matan; era o eso o huir del colegio
para siempre. Y dudo que ambas me hubiesen dejado ir. Además de que estar
contigo ya no me parecía tan terrible desde aquella vez.
—Por eso no
acepté a la primera —Sebas frunció el ceño—; vos querías casarte por causas
equivocadas. Puede que no te molestaste porque la atracción sexual se acrecentó
un poco aquel día.
—Se acrecentó un
mucho —la corrigió—. No era solo que te persiguiera para que te casaras conmigo
sino que eras como un imán; te necesitaba cerca. Eras mi sol y yo tu planeta. Y
odiaba ver a cualquier hombre, por muy piltrafilla que fuese, a tu alrededor.
De hecho, todavía lo odio.
—Lo se, eres un
celosón —Cari sonrió y juntó sus labios besándolo suavemente pero cuando
Sebastian la atrajo a sí mismo sujetándola por la cintura, se alejó todo lo que
pudo de su agarre —. Amor , aún tengo el sueño demasiado vivido.
sebastian sonrió
con lujuria y volvió a besarla mientras la alzaba y salía de la cama con ella
en brazos. ella se sujetó a sus hombros con fuerza, juntando su cuerpo al de él
pero cuando sintió que este empezaba a caminar fue de la estancia, separó sus
bocas para hablar. Claro que al principio le fue imposible ya que los labios de
Sebas en su cuello le hacían olvidar todo.
—Amor —lo llamó
sintiendo el bamboleo de bajar las escaleras en sus brazos—. ¿Qué estás
haciendo?
—He pensado que
podríamos rememorar viejos tiempos —susurró contra la piel de su cuello
mientras apartaba la tela del pijama de ella para alcanzar su escote.
Cari no
comprendió a que se refería hasta que vio que entraban en la sala de música.
Soltó una risita al entender a que se refería pero poco le duró ya que
Sebastian la apoyó en el piano y se puso entre sus piernas para tomar su boca
en un posesivo beso.
—Has tenido
suerte de que justo hoy Manu se haya ido a dormir a casa de su tío Juan
—rió ella cuando Sebas empezó a soltarle los botones de la camisa.
—No, amor, la
suerte la has tenido vos —corrigió él mirándola abrasadoramente—, porque voy a
recordarte lo que es ser seducida por Sebastian Estevanez y lo que es
sentir placer de verdad.
—No negaré que es
tentador —murmuró ella soltando lentamente el pantalón del pijama de él—, de
hecho, podría participar en ello también.
—Y puede que le
hagamos una hermanita a Manu —susurró el un instante antes de besarla con
ferocidad.
—Desde luego,
hemos tenido suerte de que Manu quisiera ver a sus tíos —jadeó ella mientras él
empezaba a hacer su magia—.Y de que aquel día nos tocase bailar ese
Tango para
dos…
FIN*
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