lunes, 24 de marzo de 2014

Sex Rules de Malee Cochet


Sex Rules de Malee Cochet (Corto de 6 Capítulos)


 

Sex Rules-Adaptación Zampivanez 1/6

—Salí encima mío, Sebastián—le grité. Se tiró encima mío cuando no le presté atención. Ya no podía seguir viendo televisión tranquila—. ¡Salí!


No me dijo nada. Y tampoco se levantó. 


Me estaba aplastando el estúpido y no hacía nada más que mirarme con calma. Al final le di con mi rodilla en la entrepierna y ahí sí que me dejó en paz. Cayó al suelo con un golpe seco, se puso a bardearme, que era una desgraciada y la peor amiga del mundo, todo eso cubriendo a su “Amigote” con las manos.


—Eso te pasa por no dejarme ver televisión. Si querías sentarte, había mucho espacio en el sofá.
—¿Era necesario golpear mi orgullo? —me preguntó en un hilo de voz. Comencé a reír desenfrenadamente, cada vez que Sebastián ponía esa voz era inevitable no aguantar la risa, y eso se daba sólo en dos ocasiones: Cuando lo golpeaba en la entrepierna y cuando se acostaba con una chica y se ponía a gritar como si la vida le fuera en ello.
— ¿Era necesario que te sentarás sobre mí? —me fulminó con la mirada desde el suelo y bufó. Volví a reírme en su cara, tenía las mejillas sonrojadas por el dolor. No me reprimí al golpearle, le di con todo.
—Tráeme hielo —me ordenó. Puse mi pie sobre su cabeza y lo moví de un lado a otro, negando con éste.
—Con ese tono no te traigo nada.
— ¡Tráeme hielo! —gritó, pero le dediqué una mirada que decía que con ese humor no conseguiría nada—…por favor —farfulló finalmente.
—Ves, un poco de amabilidad no te viene mal.
—Dale, nena, me duele—seguí riendo hasta que llegué a la cocina. De allí saque una bolsa de hielo del refrigerador y le grité a Sebastián:
— ¿Quieres el hielo así tal cual o te lo llevo en una bolsa?
— ¡Tráelo! 


Una de las cosas que más me gustaba hacer era fastidiar a Sebastián. Lo hacía todo el tiempo, en la mañana cuando despertaba y le gritaba en el oído como si fuera un despertador, al mediodía cuando se arreglaba para salir y le escondía la ropa, en la tarde y me llevaba el auto y no volvía hasta bien entrada la noche, haciendo que se atrasara para sus citas.


Sebastián era un estúpido, eso lo tuve claro cuando lo conocí en la escuela. Se acostaba con cualquiera. Lo peor es que yo también lo era.


Teníamos cierta tendencia a rechazar las relaciones que duraran más de un mes, también a ir a fiestas muy seguido, tener el departamento desordenado y vivir del dinero que nos mandaban nuestros padres.

— ¡El hielo, boluda! —volvió a gritar. Salí de la cocina corriendo y cuando llegué al living, me tiré de rodillas al piso y me arrastre hasta el lado de Sebastián como si estuviera en la pasarela de un escenario en un concierto de rock. Levanté mi mano con el hielo, y lo volví a golpear “allí”.
— ¡Si serás… ¡—exclamó, pero se contuvo al sentir el hielo calmando el dolor.
—Después no digas que soy una mala amiga, nadie más que yo te aguantaría esos gritos tan agudos.
—Como si vos no gritaras —reprochó. 


Estaba en ese plan, discutir quien gritaba más cuando tenía sexo. Si tanto le molestaba, los moteles eran bien baratos, y a él nunca le faltaban las fiestas, así que podía irse bien lejos cuando yo llevara a alguien al departamento.


—Todavía no entiendo cómo es que las chicas siguen durmiendo a tu lado, de verdad. Yo no lo soportaría.

Cuando al fin nos pusimos de pie, nos sentamos en el sofá a ver televisión. Éramos unos vagos, no hacíamos nada más que estar en el sofá, salir a fiestas y conseguir parejas. Habíamos dejado de estudiar hace cinco meses, pero nuestros padres seguían creyendo que éramos unos destacados estudiantes en la universidad, así que nos enviaban dinero mensualmente para cubrir todos los gastos.


Pasé un canal de animales, de esos con reportajes aburridos de la vida de un león y de cómo dormía todo el día.

 

—Odio esos programas, son tan aburridos.
—¿De verdad pensás que soy malo en la cama? —me preguntó de pronto Sebastián.


¡Con que había dado con su honor! 


Le respondí sólo para fastidiarlo un poco más.

 

—Por supuesto que sí, no duras ni una hora cuando traes a alguna chica. Creo que esas noches son en las que duermo mejor, gritas por una hora y luego un silencio profundo —dramaticé todo, claro que era mentira.

 

Sebastián se había acostado con las pocas amigas que hice en la escuela y todas afirmaban que él era un “Dios”. Siempre odié a esa clase de chicos, que nos veían más como un juguete que como una persona.
Aunque era bastante irónico que termináramos siendo mejores amigos después de unos años. Y lo era mucho más si me ponía a pensar que yo era exactamente igual a él. 


— ¿En serio?


Asentí y volví a fijar mi mirada en el televisor, puse una película de acción, no recordaba bien el nombre, pero había muchas explosiones y autos chocando, sin mencionar la sangre y las armas.

—Sos una mentirosa —murmuró tan bajo que casi no lo oí. Pero lo hice, y eso me molestó.


A pesar de estar mintiendo en cierta forma –no podía saber si en realidad era bueno o malo en la cama, nunca me había acostado con él- odiaba que me dijeran mentirosa en la cara. En serio lo odiaba.


—¿Y cómo sabés que miento? —me atreví a encararle.
—¿Y cómo sabés que soy malo? —estaba enojado, se le notaba. Tenía la mandíbula tensa y su mirada era amenazadora.
—Estoy jodiendo, Sebastián. Sabes que me gusta tomarte el pelo —le dije al final, cuando me aburrí del juego. Traté de ver televisión por tercera vez, pero Sebastián me quitó el control remoto y lo apagó.
—¡Sebastián!
—No podes joderme así y después seguir como si nada.
—Boludo, no te comportes como un chico de 15 años, Juan y Segundo te dicen lo mismo y con ellos no te enojás.
—Pero es distinto.


Guardamos silencio, ambos esperando al discurso de idioteces que daría cuando se me ocurriera uno. Sebastián también sabía como fastidiarme.


—No podes ser tan machista —le dije. No solté ni una palabra más, era gastar saliva en vano, Sebastián ya estaba enojado y yo también, lo mejor que podíamos hacer o era salir a algún lado bien alejados uno del otro o encerrarnos en nuestros cuartos antes de que iniciáramos la tercera guerra mundial.
—No soy machista, nada más que es distinto. Ellos lo dicen para molestar, en cambio vos sos mi mejor amiga y me tomo muy en serio tus palabras, porque se supone que los mejores amigos son sinceros.
—Ahora sos “Sebastián el sensible”, ¿Con cuántas chicas te acostaste engañándolas con ese personaje?—vaya que estaba insoportable. 


Preferí no escuchar sus cursilerías, a veces Sebastián se ponía como todo un caballero en los momentos en que a mí no me convenían. Aunque nunca me ganaba con sus palabras bonitas, sabía perfectamente cómo trabajaba la mente de ese chico.


—Listo, lo dejamos acá.
—¡No! ¡Retractate y decí que soy el mejor! —solté una carcajada como nunca antes lo había hecho en mi vida, si hubiese estado bebiendo un vaso de agua, lo hubiese escupido por todo el piso.
—No voy a admitirlo, excepto que tenga pruebas, algo que jamás intentaría conseguir.
—Cagona… —murmuró de pronto.


Yo también tenía orgullo, y bastante. Tanto orgullo como lo tenía un chico cuando cuestionaban su hombría.
Así que me puse de pie, con las manos en la cintura frente a Sebastián y lo miré directo a los ojos para que entendiera que hablaba en serio.


—No tengo miedo de acostarme contigo, pero tampoco quiero arruinar nuestra amistad con cosas innecesarias. Fin de la discusión.


Me volví a sentar y cambié la televisión, al final dejé el noticiero de las nueve, se me habían quitado todas las ganas de salir por culpa de Sebastián.


—Ca…go…na —dijo en voz baja, susurrándome al oído. Eso fue el colmo.
—¡Okey! ¡Si tanto queres demostrarme que sos el mejor, hagamoslo! Pero... —Sebastián había abierto la boca como un tarado, seguro no se creía que acepté su juego—. Reglas, nuestras reglas.
—Okey—recobró la compostura y cerró la boca de inmediato al escuchar la palabra “reglas” —. Esto se pone interesante.
—Regla número uno: Como me rompiste las pelotas hasta el punto de querer tirarte por el balcón, esta va a ser una competencia.

“Regla número dos: No besos en los labios.
Regla número tres: Nada de juegos ni cosas raras.
Y Regla número cuatro: Pierde el que caiga primero”


Escuchó cada una de las reglas, no propuso ninguna pero tampoco parecía muy de acuerdo. Al final, levantó la mano como si estuviéramos en la escuela y dijo:
—¿A qué te referís con “el que caiga primero”?
—Fácil, mi querido Sebastián —me senté sobre sus piernas y pasé uno de mis brazos por sus hombros—. La regla número uno y cuatro consisten en que, para demostrar quién es mejor, competiremos entre nosotros, y si cualquiera de los dos no lo resiste más y pide a gritos acostarse con el otro, pierde.


Se lo pensó un momento, lucía muy concentrado, jamás lo vi de esa forma, ni siquiera para los exámenes más importantes.


—Es como una competencia de quién seduce primero.
—Exacto.
—Entonces voy a agregar una regla más, para hacer de esto más interesante:
Regla número cinco: No podemos acostarnos con nadie ni tener ningún tipo de relación ni proximidad con otra persona mientras dure la competencia. ¿Trato?


Le pasé mi mano sin pensarlo dos veces, o de lo contrario me arrepentiría de hacer esta estupidez y tendría que admitir que Sebastián era genial en la cama, algo que me rebajaría por completo.


—Trato hecho.

 

 

Sex Rules-Adaptación Zampivanez 2/6

Me lavaba los dientes mientras Sebastián se duchaba. Teníamos ese tipo de confianza a pesar de nunca habernos visto si quiera desnudos. Y todo acabaría esta mañana cuando diéramos comienzo a la competencia.

Acordamos poner fecha y hora para iniciar con esto, decidimos que el día lunes sería perfecto y como ambos nos despertábamos tarde desde que abandonamos la universidad, a las una de la tarde en punto las cosas cambiarían. Así que aprovechábamos estos momentos en que seguíamos como si nada.

—Sebastián, se terminó el pan y la leche, hay que comprar más. Voy a ir al supermercado hoy a la tarde —le dije. Yo no era cobarde, de lo contrario jamás hubiese aceptado la competencia, pero no podía negar que tener a Sebastián en el mismo departamento que yo y en plan de seducción no era una idea muy atrayente, porque tenía que admitirlo, Sebas era increíble en todos los sentidos –físicamente- y ya sabía como funcionaba cuando iba al acecho de alguna chica. Lo mejor era estar lejos de él cuanto pudiera al comienzo, después se relajaría y esperaba que olvidara todo el asunto y diéramos por cerrado el tema.
—Te acompaño, tengo que comprar unas cosas para el pelo —maldije por lo bajo y me enjuague la pasta dental. Sebastián cerró el grifo de la tina y me fui del baño antes de que saliera, no tenía la necesidad de adelantarme al juego.

Desayunamos en silencio, tomamos café y unas galletas, no había mucho para comer por lo que la compra de esta tarde era de vida o muerte.

Pero ya no tenía hambre cuando vi el reloj y me di cuenta de que faltaban diez minutos para que fueran la una. Mi estómago se revolvió y por un momento me arrepentí de haber bebido esa taza de café.

—Ya va a ser la hora —dijo Sebastián de pronto. Asentí y ambos nos dedicamos una mirada de arrepentimiento.

Nos sentamos en el sofá a ver televisión durante los minutos que faltaban, era algo habitual pasar más de la mitad del día sentados viendo televisión.

Estuve esos diez minutos pensando en maneras de evitar a Sebastián o de hacerlo caer antes de que él lo hiciera conmigo. Las cosas eran complicadas, podíamos acostarnos, ese era el trato, pero si en algún momento uno le pedía al otro tener sexo, perdía automáticamente. Y sólo se podía los viernes y por decisión mutua, por condiciones de Sebastián, que se empeñaba en complicar toda esta competencia.

Era un idiota, no se conformaba con hacer de nuestra amistad añicos, sino que estaríamos en abstinencia durante una semana hasta que llegara el día en que podíamos hacer lo que quisiéramos, siempre y cuando fuera entre nosotros dos, o de lo contrario romperíamos la Regla n° 5 y perderíamos de inmediato.

De pronto, sentí la yema de sus dedos en mi cuello acariciando mi nuca. Me separé de un salto y lo miré asustada, ¿qué le pasaba?

Entonces vi su sonrisa petulante y luego el reloj. Las 1:02. Que comenzara la locura.

(…)

—¡Sebastián, me voy! —le grité desde la puerta, con ésta abierta y lista para irme. Escuché sus pasos desde el pasillo y corrió hasta mi lado con una chaqueta y la billetera en la mano.
—Estoy listo —me dijo. Y nos fuimos.

Me pareció raro, pero sabía que tramaba algo, porque después de la caricia en mi cuello, no intentó nada más en toda la tarde. Y no quería ser yo quien diera el primer gran paso o descubriría mi estrategia.

No fuimos en auto, el supermercado quedaba a tres cuadras del edificio –una de las ventajas de vivir en el centro de la ciudad-. Caminamos sin decir nada, Sebastián parecía en otro mundo, miraba todas las cosas con sumo interés como si nunca antes hubiese visto un árbol o un poste.

Al llegar al supermercado, no nos tardamos mucho. Pusimos comida para toda la semana en el carro, Sebastián buscó sus productos para el cabello y listo, no tardamos ni media hora.
Pero se presentó un problema en la caja al momento de pagar. Más bien, un problema para Zayn. Y quería ver como lo solucionaba.

Una chica pelirroja atendía, y a pesar de llevar el uniforme –un delantal rojo con una placa en el pecho donde estaba escrito su nombre- tenía un escote muy pronunciado y era muy desarrollada, hasta una chica se podía dar cuenta que ella podía revolucionar las hormonas de cualquier chico heterosexual.

Sin embargo, Sebastián hizo acopio de una fuerza que no sabía que tenía, porque en ningún momento miró a la chica. Aunque se mordía el labio constantemente y eso no pasó desapercibido por la pelirroja, que parecía muy interesada en la indiferencia de Sebas.

De un momento a otro, Sebastián me dijo que se adelantaría y que me esperaría afuera del supermercado. Cuando se marchó, la chica no dejó de mirarlo hasta que salió.

—¿Es tu novio? —preguntó muy interesada. Y se me ocurrió una idea que podía darme la victoria sin necesidad de arruinar la amistad que tenía con Sebastián.
—No, está soltero. Pero te digo algo… él está muy interesado en vos, siempre me acompaña, pero nunca antes se había animado a entrar al supermercado porque lo ponés muy nervioso, ya lo viste, salió rajando—y se tragó toda la mentira.

Lucía como una chica fácil, así que era pan comido. Esta noche Sebastián perdería.

—Si queres, te puedo arreglar una cita con él —eso le fascinó.

Aceptó encantada y le di la dirección del departamento, le dije que podía pasarse por allí como a las ocho o a la hora que saliera del trabajo, estaríamos todo el día allí de todas formas. Nadie hacia fiestas los lunes.

Cuando salí, Sebastián me ayudó con las bolsas. Por un momento creí que me había equivocado de persona, porque él nunca en su vida me había ayudado a llevar algo. Podía tener diez bolsas en las manos y él observaría como las cargaba.

—¿Sebas, sos vos? ¿O fuiste raptado por algún alienígena? —ser rió de mí, pero no me dijo nada. Algo andaba raro en él, algo se traía entre manos y si no hacía un plan aparte del de la chica pelirroja, podía perder.

Al llegar al departamento, Sebastián cargó con todas las bolsas hasta nuestro piso y no me dejó ayudarlo. Abrí la puerta del departamento y entró con dificultad.

—Dejame que te ayude —le dije cuando comenzaron a caerse algunas cosas.
—No te preocupes —me detuve en cuanto le escuché. Su voz, su maldita voz. Ese no era Sebastián, sino que “Sebastián”, la otra versión de mi amigo que sólo aparecía cuando de verdad iba en serio por una chica. Era amable, un caballero hasta que pasaba al siguiente nivel y se la llevaba a la cama.

Tenía que tener mucho cuidado hasta que llegara la pelirroja. Y recién eran las cuatro.

—Bueno, entonces no tendrás ningún problema en ordenar todo, ¿no? —le pregunté, tirándome al sofá.
—Por su puesto que no, yo me encargo de todo —era un idiota, creía que con el papel de caballero me conquistaría, pero olvidaba que lo conocía desde los trece años.

Me levanté del sofá tan pronto como el comenzó a ordenar, silbaba como si eso lo hiciera feliz. Yo corrí y me encerré en mi habitación. Tenía que pensar en algo, Sebastián ya había empezado a mover las cartas y yo sólo tenía como plan a la chica pelirroja. Podían suceder muchas cosas de aquí a que ella llegara.

Así que me puse a pensar en métodos de seducción. Tenía que admitirlo, en esas cosas no era una experta, lo mío era más ir a una fiesta, unos tragos e irme con el chico que haya llamado más mi atención, normalmente les dejaba el trabajo a ellos.

Aunque tampoco era una santa.


Y recordé uno de los consejos que me dio una amiga en la escuela, en nuestro último año: “Sedúcelos con la ropa, eso hará que tengan ganas de arrancarla”.

Siempre lo consideré el peor de todos, en sí esa chica era una cualquiera, nunca tuve grandes amigas a menos que considerara a Sebastián esa vez que bebió hasta perder la razón y se puso un vestido floreado, pero estos eran momentos desesperados y necesitaba medidas desesperadas.

Busqué en mi armario algo que sirviera, pero no era una consumista. Más que nada tenía jeans y playeras, alguno que otro vestido corto para las fiestas, mas Sebastián los conocía y sabía que cuando los usaba era para tener sexo. Necesitaba algo que lo impresionara, que lo dejara con la boca abierta, pero que no se me acercara. Eso era lo que más me importaba en estos momentos, que no sucediera nada hasta que llegara la chica.

Y sabía qué funcionaría.

Hace un año, una ex novia de Sebastián–duraron como un mes, ni siquiera debería llamarla “novia”- me regalo en mi cumpleaños un horrible vestido negro. Era horrible porque se parecía a los que ocupaban las demás chicas para ir a una fiesta, negro, ajustado, corto y de tirantes. Algo que guardé en mi armario durante mucho tiempo, amontonado entre la ropa que no ocupaba y que no pensaba ocupar nunca.

Agradecí no haberlo tirado a la basura cuando lo encontré arrugado pero en buen estado entre medio de la ropa.

Seguía igual de horrible.

Me quité la ropa y me paseé por la habitación, decidiendo si ponérmelo o no. Primero me daría una ducha, después podía enfrentarme a esto.

Pero cuando estaba sacando una toalla para ir al baño, la puerta de mi cuarto se abrió y Sebastián entró. ¡Se me había olvidado ponerle seguro!

Traté de taparme con algo, con lo primero que encontrara. Estaba desnuda, ni siquiera ropa interior, sino que totalmente desnuda.

Pero fue demasiado tarde, porque en cuanto Sebastián abrió la puerta, se quedó en silencio y estático, igual que yo. No sabíamos que hacer.

Y fue peor cuando me di cuenta de que él también había planeado algo. Iba sin camiseta, sólo con pantalones.

No sabía cual de los dos era más estúpido.

—Qué lindas tus… este… tu pelo es hermoso… sí, eso… —balbuceó.

Lo fulminé con la mirada, pero él la aparto y miro hacia otro lado.

—¿En serio pensas ganarme en esto si ni siquiera podes verme desnuda? —le dije con ese tono de voz que ponía cuando me encontraba irritada.

No lo dije para molestarlo ni para provocarlo, a veces mi decía las cosas sin pensar. Y esta era una de esas veces.

Sebastián reaccionó de inmediato, al parecer mi comentario le ofendió muchísimo, porque se lazó sobre mí al igual que ayer en el sofá. Pero no con la intención de aplastarme, sino que para asustarme.

—Repite eso —me susurró en el oído. Un escalofrío recorrió mi espalda.

No, no quería tenerlo sobre mí, medio desnudo y yo sin ropa en mi cama, tampoco quería repetir algo que seguro no me convenía, ni seguir con esta absurda competencia.

Y estuve a punto de rendirme, casi grite que él ganaba si me dejaba en paz. Casi.

—Ah, no importa. Igual me esperaba algo mejor, veo que esto es muy fácil.

Tal cual como yo toqué su orgullo el otro día, él ofendió el mío.

Furiosa, bajé mi mano hasta su entrepierna, pero no lo golpeé como acostumbraba. Sino que hice algo que nunca imaginé hacer con Sebastián.

—¡Oh por Dios! —gritó cuando sintió mi mano. Debía ser la rabia que me dieron sus palabras, pero cada vez que gritaba o gemía más alto, aferraba más mi mano a su entrepierna hasta que lo obligué a rogar.
—¡Por favor, pará si no queres que te coja ahora mismo! —exclamaba—. ¡Juro que si no me soltas, les digo a todos que te vi desnuda!

Y lo solté. Me importaba la nada misma que el mundo entero supiera que me vio sin ropa, creo que fue el hecho de que comencé a disfrutar escucharlo gritar lo que me hizo soltarlo.

No me di cuenta que tenía la respiración bastante acelerada hasta que Sebastián chocó su aliento cálido contra mi rostro, se sentía muy bien tenerlo así, pero también doloroso. La ansiedad era algo con lo que no me gustaba lidiar, y si desde este momento las cosas serían así con Sebastián, temía perder la competencia demasiado pronto.

—Sebas—le dije, después de que pasaron los segundos y él todavía seguía encima—. Ya te podes ir, quiero ir a darme una ducha.

Él se relamió los labios y por primera vez en mi vida me pregunté qué sería besarlo. No me sentía culpable de pensar en eso, de todas formas no podría o rompería la Regla n° 2.

—Sí, claro perdón… —se levantó con mucha dificultad, después de esto ya no sentía tanto pudor de que me viera desnuda, incluso me hacia gracia porque seguía sin mirarme completamente.
—Rajá, Sebas.
—Como digas, solamente vine a preguntarte si querías que te preparara algo, estoy haciendo el almuerzo y bueno… pensé que, esto… podrías tener hambre.

¡Estaba tan nervioso! De sólo recordarlo me río. Miraba cualquier punto de mi habitación, al igual que en la calle cuando fuimos al supermercado.

—Claro, estaría encantada —le respondí. Aproveché el momento en que me sentía segura y Sebastián no, y me colgué de su cuello con mis brazos, acaricié la parte de atrás de su cabeza, haciéndole cosquillas en el cuello al igual que él como cuando dieron las una—. Cualquier cosa que me cocines, sería un honor probarlo —le guiñé un ojo y salí de la habitación, me encerré en el baño –esta vez colocándole el seguro- y me reí como desquiciada durante unos minutos.

Tenía que confesarlo, la competencia se estaba poniendo muy interesante, y con la ventaja que llevaba sobre Sebastián en esos momentos, lo menos que quería era retirarme del juego.

 

 

Sex Rules-Adaptación Zampivanez 3/6

REGLA 2º: No nos besaremos.

Viernes, era en lo único que podía pensar. Viernes, viernes, viernes, viernes, día de sexo.

-¿Te sentís bien?-me preguntó Segundo, tomando un sorbo de su café. Crucé las piernas, movió los brazos, peiné mi cabello con las manos, estaba nerviosa.

Había estado cinco días, cinco malditos días sin nada de nada. Sebastián no había hecho nada en esos días, no intentó ningún truco para destronarme y eso me tenía vuelta loca, en el departamento se respiraba la tensión sexual y era tan cortante como una navaja.

-Estoy bien -le respondí. No tenías ganas de hablar sobre la competencia, los chicos no sabían nada y no debían sospechar ni la más mínima cosa. O se burlarían de nosotros y harían apuestas estúpidas sobre quién ganaría, los conocía demasiado bien como para saber que no brindarían apoyo moral en estas circunstancias.

-Segundo, perdón, me tengo que ir. Quedé con Sebas para ir al cine esta tarde y ya es la hora-ni siquiera esperé a ver su reacción, me levanté apresurada, tomé mi chaqueta del respaldo de la silla y me marché sin pensarlo dos veces.

Al llegar al departamento, todo estaba silencioso.

Recordé el día lunes, después del "incidente" que tuvimos en mi cuarto y en cuando llegó la pelirroja horas más tarde. Nunca olvidaría su expresión cuando Sebas la ignoró y la rechazó, no alcanzó ni a mirar el interior del departamento, él simplemente le dijo que tenía algo mejor dentro de la casa y le cerró la puerta.

Todavía le seguía dando vueltas a eso, si no me equivocaba, se refería a mí, y eso no era bueno porque no sabía a que estaba jugando Sebastián. Pero resultó que se mantuvo calmado toda la semana y no intentó ningún otro truco, y era eso lo que me estaba desesperando, que no intentara nada cuando yo lo quería todo.

-¡Sebastián! -le llamé. No hubo respuesta inmediata, pero luego de unos minutos, la puerta de su habitación se abrió y el salió sólo en jeans. Tenía que dejar de ir por allí sin camiseta o me volvería loca.
-¿Qué pasa? -me preguntó sin comprender la desesperación en voz.

De ahí en adelante dejé de controlarme y reprimirme, lo necesitaba de inmediato.

Tiré mi chaqueta al suelo y caminé decidida hacia él, lo afirmé de los hombros y estuve a punto de besarlo, pero no lo hice. Quedé a milímetros de sus labios, sólo un leve roce me separaba de saborearlos, pero algo me detenía. Y ese algo era la Regla n° 2.

-Si lo hacés, perdés. -murmuró Sebastián. Me estaba poniendo nerviosa, de verdad lo quería-. Pero si no lo hacés, sabés que no lo soportarías.

Sonrió de medio lado y comprendí lo que había estado haciendo. Al principio pensé que su plan era hacerse el caballero y confundirme para creer que estaba enamorada de él, pero su plan era otro: apaciguar el ambiente y tenerme en el momento de más tensión bajo su poder.

Había perdido varios puntos a mi favor.

-Vos también lo querés, lo puedo ver en tus ojos -le dije, pero no se inmutó, sino que sonrió con más sorna.
-Y no te equivocas -y rompimos nuestra amistad para siempre, lo supe en el instante en que comenzó a besar mi cuello y entendí que esta vez si sucedería.

Comenzó por mi cuello y luego ascendió hasta mis hombros. Lo empujé dentro de su habitación y cayó de espaldas en la cama, yo sobre él.

Nunca logré recordar en que momento quedamos desnudos, pero antes de darme cuenta del error que cometía, él ya me tenía bajo su cuerpo temblando en deseo.

En ningún momento nos besamos en los labios, si lo hacíamos temíamos despertar de este sueño y darnos cuenta de lo estúpidos que éramos.

Comenzó a buscar algo entre las sábanas y lo encontré por él, no lo haríamos sin protección. Sonrió cuando le entregué los condones y comenzó a tocarme.

Nunca nadie lo había hecho así, no iba a admitirlo en voz alta, pero dudar del talento de Sebastián en la cama no había sido muy inteligente. Ya sabía que todas las chicas decían que él era magnifico, pero no imaginé hasta que punto.

Cuando sentí su bulto, entendí que tardaríamos nuestras horas allí, en su habitación, el deseo parecía nublar la amistad que asesinábamos de por medio y en cuanto vi las primeras gotas de sudor en su frente dejé de pensar totalmente.

Sólo me entregué a su cuerpo, que era lo que quería hacer desde esa mañana cuando miré el calendario y verifiqué para mi fortuna que era viernes, los días en que teníamos permitido acostarnos entre nosotros sin remordimientos.

Al principio dolió, Sebastián estaba muy desesperado y no tenía compasión al moverse dentro de mí, pero después me acostumbre y comencé a sentir una calidez en mi estómago. Cuando Sebastián gimió con todas sus fuerzas y se vino, se desplomó sobre mí, no supe que hacer.

No lo entendía, se suponía que estaríamos horas haciéndolo para saciar nuestra abstinencia, pero él se preocupó sólo de sus necesidades y yo recién comenzaba a disfrutar cuando él acabó.

-Esto. Sebasitan. -el gruñó y me sonrió, satisfecho-. ¿Terminaste?

Eso pareció volverlo a la realidad.

-¿Cómo que si terminé?
-Eso, que si terminaste, porque la verdad, eso fue muy rápido y no sentí nada -le repetí.

Sebastián se levantó de inmediato, lo vi desnudo y algo despertó dentro de mí otra vez, aún quería más pero él lucia agotado.

-¿Nada? ¿Sabes cuanto tiempo estuvimos haciéndolo? ¡Dos horas! Y seguidas.-no le creía, era imposible ¿dos horas? Sólo habían pasado cinco minutos.

Miré el reloj y me tragué las dudas, en realidad habían pasado las dos horas.

Entonces, ¿Por qué.?

-¿Y qué eso de que no sentiste nada? Tengo toda la espalda arañada, ¿eso te parece nada?

Me levanté también, ya no era la gran cosa vernos desnudos. Me acerqué hacia él y volví a rozar nuestros labios.

Quería provocarlo para que terminara todo el trabajo y me percaté de que era más excitante estar a punto de besarlo que tener sexo. Y eso fue raro, porque yo quería tenerlo dentro de mí, nada más.

-Sebastián, ¿qué pasa si rompo la Regla n° 2?
-Todo se acaba -estuve a punto de hacerlo, primero porque de verdad deseaba besarlo más que nada en el mundo, y segundo, porque acabaríamos con todo este circo de una vez por todas, pero Sebastián tenía que abrir su bocota-. Y vos perderías y tendrías que decir en voz alta que yo soy un Dios del sexo.
-Dejame pensarlo... ¡NO!-le dije con ironía-. Ni siquiera disfruté nada y queres proclamarte como el mejor,
Sebas, lo he hecho con mejores.

Y había vuelto a tocar su orgullo, porque se puso rojo de cólera y me miró con decisión.

-No te atrevas a decir eso nunca más en tu vida. -me amenazó.
-Mirá como tiemblo, perdón, pero sólo estoy siendo sincera, algo que todas esas chicas con las que te acostaste no lo fueron.

Tensó la mandíbula, se abalanzó sobre mí y por un momento creí que me golpearía o que lo haríamos de nuevo, pero en cambio susurró en mi oído:

-Cambio de reglas: Sí podemos besarnos, siempre y cuando sea viernes y nos peleemos -antes de protestar, antes de darme cuenta de lo que había dicho, me besó.

Y allí sí sentí que el mundo se movía.

Nos besamos hasta hartarnos, hasta que volví a sentir a Sebastián dentro de mí y esa calidez en mi estómago explotó. Acaricié sus hombros mientras lo besaba, la desesperación era insoportable, quería tenerlo cerca de mí pero ya no quedaban más centímetros.

No iba a admitir jamás que así Sebastián sí era el mejor con el que había estado, pero nunca podría mentir y decir que sus besos eran malos, porque la verdad era que, con cada beso que nos fundíamos, quedaba con más ganas de él y eso me ponía en una desventaja enrome. Sin embargo, mientras siguiera besándolo, no me importaba.

 

 

Sex Rules-Adaptación Zampivanez 4/6

REGLA 3º: Nada de cosas raras.

-Hace tiempo que no nos acompañan a las fiestas, ¿qué les pasa? -nos preguntó Segundo. Los chicos había ido a comer y Sebastián y yo tuvimos que ordenar todo. Parecía un basural, primero porque odiábamos limpiar y segundo porque teníamos cosas más importantes que hacer los viernes.


La competencia se había extendido más de lo que imaginé, llevábamos un mes así, sin nada ni nadie más que nosotros. Más de una vez me confundí y llegué a pensar que terminaríamos de un día para otro, ya sea rompiendo cualquiera de las cinco reglas, pero no, Sebastián tenía voluntad y yo era demasiado orgullosa para admitir que me encantaba.


Así que estábamos en esas circunstancias.


-No tenemos ganas-respondió Sebas. Asentí para darle la razón, y en eso, Hernan soltó una carcajada.
-¿Es que no se dan cuenta? -dijo. Segundo y Juan lo miraron, Hernan sostenía una botella de cerveza en la mano y no paraba de reírse, cuando bebió un sorbo, casi lo escupió al no poder contener la risa.
-No entiendo que es tan gracioso, Herni. Sabemos que jodes a todo el mundo, pero nunca creí que llegaras a este extremo -le dije, algo irritada. Me ponía nerviosa cuando no decía el chiste.
-Ustedes son novios, y no quisieron decirlo para que nosotros no los cargaramos, me la juego a que era eso-Segundo abrió la boca y Juan quedó pensativo y Sebastián se cruzó de brazos, fastidiado al igual que yo.
-Claro, todo encaja -dijo Juan.
-¿Cómo están tan seguros de que es eso? -inquirió Sebastián.
-Sí, ¿cómo lo saben? -los reté. Hernan me miró y negó con la cabeza, Juan caminó alrededor de nosotros que, como siempre, estábamos en nuestro sillón, y nos dijo con aire burlón.
-Porque hablan en plural. Antes no lo hacían, pero ahora, si van a responder algo, lo hacen por los dos, y eso lo hacen las parejas -reprimí un grito de sorpresa. Si lo ponía, tenía razón. Mucha razón.


Desde que comenzamos con esta competencia, hacíamos todas las cosas juntas.


Desde ir a comprar, hasta cenar al mismo tiempo, cosa que antes no hacíamos, ya que cada uno comía en su cuarto y donde se le diera la gana. Pero ahora, ambos buscábamos estar cerca del otro, como una necesidad.

Y no fue hasta que analicé la situación en realidad, no como una estúpida competencia, sino en cómo afectaría en nuestra rutina, que me di cuenta que esto no terminaría bien para ninguno de los dos.
-OKey, nos descubrieron. Somos novios, ¿felices? -los chicos se pusieron de pie y gritaron de júbilo. 

Mientas lo hacían, me acerqué a Sebas y le susurré en el oído:


-¿Qué hiciste?
-Lo que ellos querían escuchar-se encogió de hombros y le restó importancia. Recosté mi espalda en el sofá y apoyé mi cabeza en el hombro de Sebastián.
-¡Miren la pareja, ¿cuándo se casan?! -exclamó Hernan. No le presté atención, sólo sonreí. En parte porque no tenía ganas de discutir, porque no había dormido nada ayer -por culpa de Sebastián y el bendito día viernes- y porque no me desagradaba la idea de que creyeran que éramos novios.
-¡Gané, les dije que esto iba a pasar! -gritó Segundo, de pronto. Todos se quedaron en silencio de un momento a otro, Juan le hacia un gesto con la mano para que se callara, como diciéndole que había metido la pata. Segundo se tapó la boca con las manos, y a mí me entró la curiosidad.
-¿Qué ganaste, Segundo?
-Nada, lo que pasa es que hoy había un partido y...
-Los idiotas apostaron quién predecía el futuro. Apostaron si terminábamos siendo novios o sólo amigos, Segundo y Juan ganaron, ¿no es así? -le interrumpió Sebastián.


Lo miré atónita. ¿Qué se suponía que había ocurrido?


-¡¿Ustedes qué?! -les grité.


Lo peor era que Sebastián lo sabía, de lo contrario no lo hubiese explicado.


Les dediqué una mirada furiosa y me levanté del sillón, agarré del brazo a Sebastián y me lo llevé a mi habitación. Le puse seguro a la puerta y lo empujé contra mi cama.


-¿Cuándo hicieron esa apuesta? -parecía que un rompecabezas desconocido se instalaba en mi mente, y de a poco iba uniendo las piezas.
-Hace dos meses -contestó. No sonaba ni asustado ni alterado por mi creciente enfado.
-¿Quiénes apostaron?
-Los cinco -bingo. Eso ordenó el rompecabezas mental. Sólo faltaba un detalle, el principal.
-¿Qué apostaron?
-Ya te lo dije.
-¡Dime la verdad, Sebastián! ¡¿Qué mierda apostaron?! -ya estaba volviendo loca, de un momento a otro saltaría sobre él y lo golpearía si habían apostado lo que estaba pensando.
-Apostamos si podía convertirme en tu novio, o mejor dicho, si podía acostarme contigo. Hernan apostaró que no, te tenía fe, pero Segundo y Juan confiaron en mí.


Lo miré furiosa, pero no hice nada. Ya me lo imaginaba. Al final, nuestra competencia había sido producto de una apuesta anterior. Seguro Sebastián lo tenía todo planeado, la forma para provocarme y hacer que aceptara. Era muy confiado y seguro de si mismo, debí recordarlo y no creerle cuando fingió que yo había herido su hombría.

-¿Y era necesario hacer esta competencia? -le pregunté, ahora más cansada. Me senté junto a él en la cama, y volví a apoyar mi cabeza en su hombro.

-Digamos, que me gustaba verte cuando querías estar con alguien, seducirlo. Te arreglabas, reías, te veías concentrada en que todo saliera perfecto y por sobre todo, aunque algunos lo encuentren superficial, eras feliz recibiendo la atención de esa persona. Y yo que te conozco, sé lo mucho que te alegra cuando alguien te quiere. Por eso, quería que hicieras eso por mí.


Me separé un poco, para verlo a los ojos.


-Eso es raro -le dije finalmente. Parecía casi como si estuviera. no, yo tenía claro que no habían sentimientos de por medio.
-¿Te parece raro el amor? ¿Entra en tu definición de "cosas raras" que no hay que hacer para cumplir la Regla 3?-me dijo. No sabía si lo decía en serio o no, porque lo había dicho con una sonrisa.

Sin embargo, de golpe lo entendí todo. La apuesta con los chicos, la competencia, incluso el por qué no le había prestado atención a la pelirroja del supermercado.

-El amor es una cosa rara, Sebastián -rio otra vez.
-Bueno, todavía no he perdido esta competencia, si lo piensas. Nunca especificaste a que te referías con cosas raras, yo lo tomé más en el plano sexual. Nada de "esas cosas raras" cuando llegaran los viernes, y no he hecho nada raro.
-Sí, tenes razón -afirmé. No iba a admitir que me aterraba el amor, mucho menos después de que Sebastián me dijera eso. Sonaba como una confesión en medio de mucha confusión.
-Sin embargo, si lo vemos desde otro punto de vista. Perdí esta competencia incluso desde antes de iniciarla-confesó de pronto.


Y comprendí a lo que se refería.


-Caí primero, porque ya estaba enamorado de vos. Ideé todo esto, para estar con vos, y no sabes la cantidad de veces que estuve a punto de besarte o estrecharte contra mis brazos para hacerte mía.

No dije nada, mis palabras sobraban. No tenía nada que decirle que estuviera a la misma altura de lo que sentía él. Y eso me hacía sentir mal.

-Entonces, ¿gané? -fue lo único que salió de mi boca.
-Desde el principio que sos la ganadora, pero quería ver que tan buena jugadora eras, y no me decepcionaste -su voz sonaba melancólica y frustrada. Y yo pensando todo este tiempo que Sebastián era un simple idiota que le gustaba acostarse con mujeres.
-No, nadie ha ganado todavía. Perdía el que caía primero, pero no por amor. Así son las reglas. Esto todavía continúa.


Sebastián me miró, sus ojos brillaban de expectación y algo más, algo nuevo en su mirada.


-Si es así, podría perder ahora mismo. Estamos en tu habitación, solos, sobre una cama. Perfectamente podría perder. O podría besarte. Ya perdí, entiéndelo.


Pero no quería. Eso era lo malo, que no quería que esto se terminara. Tomé su rostro en mis manos y lo acerqué, lo besé en la comisura de los labios y murmuré.


-No, porque el objetivo de esto cambió. Ahora no pierde el que caiga primero, sino que pierde el que no lo consiga o no lo resista primero -me observó confundido, y sonreí-. Pierdo yo si no te resisto y perdes vos si no consigues enamorarme. Son las condiciones para la Regla 4.
-Entonces, que así sea.


Iba a decir algo más, pero no pudo, ya que desde el otro lado de la puerta, los chicos comenzaron a gritar:


-¡¿A qué hora comemos?! ¡Dejen de hacer perversiones allá adentro y atiendan a las visitas!

 

 

Sex Rules 5/6-Adaptación Zampivanez

Regla nº 4: Pierde el que caiga primero.

Ir al cine con Sebastián, antes de la competencia, era divertido. No reíamos de las parejas y les lanzábamos palomitas de maíz, incluso a veces, bebida o cualquier dulce que tuviéramos a mano. Pero ahora era tan incómodo y tenso, que lo menos que disfrutaba eran justamente, las parejas a nuestro alrededor, ya que sabía que de un momento a otro podríamos terminar igual, acurrucados y abrazados mientras nos besábamos, y aunque esto último no sonaba tan mal… no era nuestro estilo.

Sin embargo, ya no sabía lo cuál era el de Sebastián, ni en lo que pensaba. Antes estaba segura de que si veía un escote, iría tras la chica, o que si aparecía una rubia, enloquecería. Pero ya no, sólo tomaba mi mano, me guiaba por las calles de una tienda a otra y listo, no miraba a nadie y era atento conmigo. Y eso me estaba enloqueciendo. 


No estaba acostumbrada a aquello a menos que fuera para coquetear, así que mucho menos con Sebas. No tenía nada que ver la competencia, mientras ésta duró como sólo eso, algo en el plano sexual, las cosas eran sencillas. Manos por aquí, toqueteo por allá, una noche a la semana y amigos al otro día.


Suspiré agobiada, rezando para mis adentros que a Sebastián no se le ocurriera utilizar el truco de pasar el brazo sobre los hombros de la chica, era ridículo y no lo entendía.


Ni siquiera sabía que películas veíamos, sólo estábamos allí porque no me quería quedar a solas con Sebas en el departamento, me ponía los pelos de punta el saber que estaríamos cercas, él intentando enamorarme.
Era una idiota con I mayúscula, tenía bien claro en lo que me metía cuando le dije esas palabras a Sebastián y aun así no me detuve, ¿por qué?


Claro, porque una parte de mí también lo quería, también quería estar con él.


Aunque lo que más me fastidiaba era el hecho de que recién me daba cuenta de que tal vez ese sentimiento siempre estuvo allí, enterrado bajo capas de bromas y una amistad sólida. Hasta el día en que iniciamos esta locura.


Ahora, no podía concentrarme en la maldita película, hacia un calor de los mil demonios allí adentro y todos se besuqueaban como si no hubiera un mañana. Y Sebastián tenía su hombro pegado al mío, con su mano demasiado cerca de la mía.


—¡Tengo que ir al baño! —grité de pronto, al borde del colapso. Me coloqué de pie y salí de la fila de butacas hasta el pasillo. Algunas personas comenzaron a gritarme para que me volviera a sentar, pero los ignoré y seguí mi camino.


Me lavé la cara y dejé que la sangre de mis mejillas descendiera. No podía, Sebastián aún no hacía ninguna jugada y ya sentía su efecto en mí. Eso era lo peor, me sugestionaba a un punto inexplicable, me diagnosticaba signos de amor ante cualquier cosa, cada detalle, cada gesto y reacción que tuviera Sebastián, y con eso una persona comenzaba a enamorarse.


¿Quién lo diría? Sebastián el mujeriego y yo, la cualquiera. Una linda pareja si nos poníamos a pensarlo.


Me senté en el lavado, mis pies colgaron y me mojé un poco un costado del pantalón con agua, pero no me importó, no iba a volver a esa sala con Sebastián en la oscuridad, ni aunque me arrastraran.


Me puse a jugar con mi celular, pasaron alrededor de diez minutos y nadie entraba al baño, seguro todas las chicas estaban ocupadas viendo las películas o con sus novios. Sonreí un poco, casi con timidez al pensar en la palabra novio, y me pregunté como se ajustaría en Sebas. Él no tenía novia hace años.


De repente, escuché que la puerta se abría de golpe y casi me caí del lavado. Me afirmé del borde y mi celular cayó al suelo, por suerte no se despedazo.


—¿Te duele algo? —quedé congelada ante su aterciopelada voz. Fue como una caricia y un golpe a la vez.
—Sebastián, ¿qué haces en el baño de mujeres? No me digas que tenes complejo de transformista —solté, con una risa al final para que entendiera que sólo bromeaba. Pero él hizo caso omiso a mis palabras y se acercó peligrosamente a mí. Se posicionó entre mis piernas y con una mano tocó mi frente.
—Tenes un poco de fiebre —no quise contradecirlo o de lo contrario podría quedar en vergüenza, pero en algo tenía razón: me sentía algo enferma.
—No es nada, Sebas. Vamos a ver la película mejor —no quería ir allí de nuevo, pero al menos en la sala estaríamos rodeados de personas y no solos en un baño.
—Sería mejor si volvemos a casa, estás rara—me dijo. Sus labios se movían y yo sólo los miraba, apenas lo oía. Aunque sabía que eso no era por el hecho de sentirme agotada, sino porque me turbaba su cercanía.
Ahora era peor que al principio, donde sólo disfruté de su tacto y de las noches donde podíamos hacerlo. 

 

Esta vez era como una descarga eléctrica que me exigía a gritos y a golpes al corazón, que me dejara llevar por Sebas. Pero no podía, por más modificada que estuviera la Regla 4, seguían existiendo tres anteriores. Y no estaba dispuesta a perder por más que lo deseara.


—Sebas, en serio… no quiero irme todavía.


Me rodeó la cintura y me obligó a mirarlo a los ojos. Ok, estaba perdida. Me rendía, era demasiado para mí, llevábamos alrededor de dos meses con la competencia y no lo soportaba más.


—Escucha, C… —y lo besé y di fin a toda esta locura. Lo callé de la mejor forma posible y pasé mis manos por sus hombros, acaricié su cuello y me dejé llevar por su aliento fundido contra el mío.


Me agarró de las piernas y me levantó sin suponer el menor esfuerzo. Me aferré a él con mis piernas y las crucé tras su espalda, todo eso sin dejar de besarnos.


Me estrelló contra la pared con algo de violencia, pero no protesté, me encantaba cuando sacaba ese lado salvaje.


No me importaba en lo más mínimo estar en un baño público, quería a Sebastián en ese momento y la sociedad y los mirones no me detendrían. En menos de un minuto le quité la camiseta y admiré su torso desnudo. Su respiración era cálida y cada vez sentía más calor en mis mejillas.


No fue necesario quitarnos toda la ropa, podíamos hacerlo a medias. Le bajé el cierre del pantalón mientras el besaba mi cuello. Cuando estábamos a punto de hacerlo, hizo un movimiento brusco y, aún en sus brazos, corrió dentro de un cubículo y nos encerró.


Alguien había entrado, dos chicas conversaban sobre una comedia romántica. No las podíamos ver, pero sí oír, y parecía que no se irían nunca.


—Perdón, no aguanto más —me susurró Sebas contra mi oído y no entendí a qué se refería hasta que lo sentí chocar contra mí. Gemí fuerte, lo sabía, y seguramente las chicas se habían asustado.


Para hacerme callar, Sebastián me besó conteniendo la respiración. Moría por que se moviera, que hiciera algo, pero que no se quedara quieto porque me desesperaba. 


Oímos los tacones de las chicas y la puerta cerrarse, y sólo ahí, Sebastián se soltó por completó y me hizo gritar contra sus labios.


Era sumamente incómodo hacerlo así, él de pie y yo en sus brazos, mitad colgando de su cintura. Pero no importaba porque era excitante el pensamiento de que podríamos ser descubiertos en cualquier momento.


—Sebastián… —gemí en su oído, casi como un susurro. 


Y me di cuenta de que éramos brutos, unos irresponsables. Lo estábamos haciendo sin protección.


—Sebastián… pará…no, esperá… —trataba de decírselo, pero él seguía en lo suyo y parecía decidido. 

 

Intenté separarme, pero estaba entre su cuerpo y la pared sin siquiera milímetros de espacio vacío.

Fue demasiado tarde cuando se vino y gruñó de placer. Lo abracé del cuello, esperando no haber cometido un error y lo besé otra vez. 


—Dios, deberíamos venir al cine más seguido —me dije. Esbocé una sonrisa, derrotada y agotada.
—Sebastián… perdí… me rendí—le dije cuando me dejó sobre la tapa del excusado.
—¿Te enamoraste de mí? —preguntó con firmeza. Titubeé un poco, la verdad, es que sí, tal vez desde el principio al igual que él, sólo que estaba demasiado ciega para verlo más allá de mis narices. Pero mi orgullo seguía siendo más grande y no quería que esto se terminara.
—Un poco… en parte… tendrás que seguir intentándolo —le dije con una sonrisa. Él me la devolvió.
—Sería todo un honor, ¿y sabés cuál la mejor parte?
—¿Cuál?
—Qué hoy es viernes —me guiñó un ojo y supe que a pesar de haber perdido desde que lo besé por primera vez, esto no acabaría tan pronto.

 

 

Sex Rules 6/6-Adaptación Zampivanez

Regla Nº 5: No podemos estar con nadie mientras esto dure.

—Soy el mejor novio que has tenido, admítilo —no lo hice, pero le sonreí para que supiera que estaba de acuerdo.

Acarició mi cabello y dejó un mechón rebelde detrás de mi oreja, con ternura. Se acercó a mi rostro y su aliento chocó contra mis labios, lo besé antes de que se alejara para cambiar la televisión.

—Ok, mejor novio del mundo, menos charla y más acción… tenemos que encontrar el control remoto, lleva dos días perdido —le dije, sentándome bien en el sofá.

Estábamos de vuelta en el sofá, donde iniciamos toda esta locura. No podíamos encontrar ese maldito control y queríamos cambiar el televisor sin tener que pararnos cada dos minutos para hacer zapping. Era estresante.

—La última vez que lo vi, estaba abajo de tu culo, Zampini—me dijo Sebastián. Le lancé un cojín y cayó sobre su cabeza, arruinando el peinado que tanto trabajo le había costado hacer.
—¿Y qué hacías mirando mi culo, eh?
—Sólo admiraba lo que es mío.
—Si serás pelotudo—pero no le lancé nada más, era dulce, a su manera pervertida.

Cambió de canal y terminó por poner caricaturas, veríamos la maratón de Bob Esponja si no hallábamos el control.

Volvió a sentarse a mi lado y me abrazó por la cintura, coloqué mi cabeza en su hombro y me dejé llevar por su profundo olor a Sebastián, era varonil y exótico a la vez, era perfecto para quedarme dormida en sus brazos.


Cuando desperté, sólo había pasado una hora. Sebas también había caído en el sueño y su cabeza descansaba sobre el respaldo del sofá. Lo besé en los labios antes de colocarme de pie, se veía tan sereno que no quise perturbarlo.

Recordé los últimos meses juntos, alrededor de seis, aunque sólo desde la mitad habíamos comenzado a ser novios, los restantes fueron producto de la competencia.

En parte, aún seguía molestándome un poco el que Sebastián haya hecho una apuesto sobre mí y sus capacidades de seductor, mientras que la otra parte se moría de ternura al recordar el por qué lo había hecho: porque estaba enamorado. Era como otra absurda comedia romántica donde los protagonistas se quedan juntos. Odiaba esas películas, pero tenía que admitir que para ser ficción, se acercaban bastante a la realidad en mi caso.

Me di una ducha rápida y me vestí como siempre, para ocasiones casuales, aunque esta no lo era para nada. Cuando dieron las ocho de la noche, decidí despertar a Sebastián. No queríamos llegar tarde a nuestra cita.

—Hey, boludo, despertate —le susurré contra el oído, pero no hubo respuesta de su parte más que un gruñido—. Estoy desnuda.

Despertó de inmediato y se lanzó contra mí, pero al darse cuenta de que estaba limpia y arreglada, enarcó las cejas, confundido.

—No estás desnuda —refunfuñó—, pero lo podemos arreglar en menos de un minuto.
—No, hoy no, Sebas. ¿Te olvidaste de la cita? —y por su expresión, supe que sí. Pero no me enojé, yo había olvidado tres citas y el dos, aunque con esta, ya íbamos en empate.
—Perdón, bancame que me visto y nos vamos —reí un poco, siempre lo sentía, quería que todo fuera perfecto. Si supiera que sólo tenerlo a mi lado era la perfección misma.

Salimos justo a la hora y llegamos a la cafetería donde siempre íbamos a celebrar cosas importantes. Cumplir seis meses (contábamos los de la competencia también) era algo relevante.

—Un café bien cargado con galletias de frambuesa y un chocolate caliente con torta de manzana —le pidió Sebastián a la camarera, quien le dedicó una mirada descarada e insinuante.

Había descubierto algo en este tiempo con Sebas, que era muy celosa.

—Juro que si te vuelve a mirar así, le arrancó las extensiones —amenacé a Sebastián. Él entorno los ojos y río.
—Primero la vendedora en el super, despues nuestra vecina, después esa chica de uniforme –a la cual nunca miraría, debía tener unos catorce años- y ahora la camarera. Tenes que controlarte, Carina.
—Nada de eso, ¿no respetan lo que es de los demás?
—Bueno, cuando otros chicos te miran o se te insinúan, yo no digo nada… ¿sabés por qué? Porque confío en vos, cosa que vos también deberías hacer conmigo.

Me removí en mi asiento, incómoda. Sebas tenía razón, él nunca se quejaba y yo era la primera en reprochar cuando en realidad no hacia nada, ni siquiera había mirado a la camarera salvo para ordenarle la comida.

—Bien, perdón. Pero es que te conozco, Sebastián, sos débil —puso cara de indignado y sobreactuó.
—¿Yo débil? ¿Con las mujeres? ¿Cómo se te ocurre decir semejante estupidez? —sonreí al verlo así, me encantaba su forma de ser, nunca se tomaba nada en serio, claro, a excepción de cuando ponía en duda su masculinidad.
—Sí, vos el mismísimo Sebastián Estevanez, quien se acostó con miles antes de que estuvieras conmigo.
—No podes quejarte, Carina, si mal no recuerdo, andábamos juntos en esas cosas —me sonrojé un poco, lo había dicho un poco alto y algunas personas en las otras mesas se nos quedaron mirando—. Y justamente por eso hice la regla número cinco.
—Esperá, ¿cuál era esa?
—No podemos estar con nadie mientras dure la competencia, y yo que sepa, esto todavía no termina, ¿o acaso ya admitiste que soy el mejor en la cama?
—¡Nunca, Estevanez!


No era sano pasar tanto tiempo en aquel sofá, pero es que no teníamos nada más que hacer después de nuestra cita, salvo hacer ciertas cosas de las cuales no tenía ganas esa noche.

—Sebas, vamos a dormir, tengo mucho sueño.
—Nooo, yo quería… eso, hoy es viernes —levantó una ceja y se mordió el labio tentadoramente. Pero yo ya había decidido dormir sea como sea.
—Vamos, Sebas. Hace tiempo que quebrantamos todas las Reglas, dejémoslo para mañana, tengo mucho sueño.

De repente, me miró con seriedad y se acercó a mí.

—No, por favor dime que no has quebrado “todas las reglas” —me pregunté qué le pasaba, por qué se había puesto así, hasta que caí en la cuenta de sus palabras.
—Oh, eso. No, sólo he quebrado cuatro Reglas, la última no —suspiró aliviado y sonrió. Fue a encender el televisor, ¿acaso no entendía que quería dormir?
—En ese caso, prométeme que jamás la romperás, es la única Regla que te pido —comenzó a cambiar de canales sin siquiera mirar que pasaban, tenía su mirada clavada en mí.
—Lo prometo si tú también lo haces.

Dejó la televisión tranquila y se sentó a mi lado, levantando su dedo meñique.

Yo hice lo mismo.

Lo prometimos por el dedo, él me besó en el instante en que nuestros dedos perdieron contacto, y me recostó sobre el sofá haciendo que me pensara mejor eso de dormir.

Me llevó a la habitación en brazos, dejando la televisión encendida en algún canal de música, ya que de fondo se escuchaba una canción que se me hacía vagamente conocida:


Sex rules
Use your god-given tools
Sex rules
I pity the fools
Who realize too late
Love, sex, and god are great
Oh-oh oh-oh
Sex rules

 

 

 

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