domingo, 8 de junio de 2014

Profesor Atrevido por Belu Alba

Profesor Atrevido por Belu Alba
Corto de 1 capitulo
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"Profesor Atrevido".
¡Por fin viernes, por fin llegaste! Pero no festejaba porque saldría con mis amigos, sino porque hoy había Biología y vería al profesor Estevanez. ¡Oh sí! Era tan bueno, tan... sexy que a veces me daban ganas de tirarme en su escritorio y besarlo. Me puse la camisa, la pollera, las medias blancas y los zapatos; fui a desayunar, agarré mi bolso y me fui.
—Y así se forman las biofritas. -dijo, el profesor Estevanez.
Me miró.
—Señorita, Zampini. Repita lo que dije. -preguntó.
Solo lo miré y no emití ni una sola palabra.
—Cuando toque el timbre la quiero acá, necesito decirle un par de cosas. -dijo y siguió con su clase.
El timbre sonó y todos se fueron... menos yo. Ya que teníamos dos horas libres nadie iba a volver al aula, entonces el profesor Estevanez se levantó de su asiento, fue hacia la puerta y la cerró con llave. ¿Qué estaba haciendo? Se acercó a mí y no dejó que me levantara del pupitre.
—Últimamente usted ha estado muy distraída. Usted no era así, tenía buenas notas. ¿Qué le pasó? -preguntó, en frente mío.
—No, son cosas mías. -respondí.
—Los dos sabemos que es lo que le pasa... lo que NOS pasa. -dijo.
—Creo que con nosotros no pasa nada. -mentí. Solo soy yo, estoy confundida.
—Señorita, Zampini, yo también estoy confundido. -respondió. Pero necesito que me lo diga, que salga de su boca.
—No. -dije.
—Por favor, es solo eso. -dijo. Así estaré tranquilo.
—Basta, no me siento bien. -respondí.
—No, aclare lo que le pasa. Por favor, Carina. -dijo, casi suplicando.

Era la primera vez que me llamaba por mí nombre y... se sentía tan extraño.
—¿Sabe qué me pasa? -me levanté del pupitre. ¡Usted me pasa, todos los días, las 24 horas pensando en usted! ¡Quiero quitarmelo de la cabeza pero no puedo, no puedo. -contesté.
Iba a decir muchas más cosas pero su acercamiento me agarró por sorpresa. Estaba a punto de decirle que estaba enamorada de él pero cuando su boca quedó a milímetros de la mía se me acabó el aire.
—Tranquila, no grite. -dijo. Yo también estoy como usted, perdido... perdidamente enamorado de usted.
—¿Qué? -pregunté.

Los dos escuchamos pasos e inmediatamente nos separamos.
—Sebastián. -dijo, la directora. ¿Podes venir a mi oficina? Hay que hablar un par de cosas.
—Sí, ya voy. -contestó. Con usted no terminamos de hablar.
Dicho a eso se fue. Esperé, esperé, esperé y esperé hasta que por fin volvió.

—Señorita Zampini. -dijo.
—¿Si? -me di vuelta.
—Nosotros... -se acercó a mí. ¿En qué estábamos? -preguntó.
—U...usted me dijo que... estaba perdidamente enamorado de mí. -dije, balbuceando.
—Ya me acordé.

Me agarró por la cintura y me apoyó contra el pupitre.
—¿Qué hace? -pregunté.
—Lo que siento... ¿Está mal?
—No.
—Haga lo que sienta. -dijo.
—¿Lo qué sienta?
—Sí. ¿Qué puede pasar entre nosotros en este momento?
—Mmm... no sé. -respondí.

Nos fuimos moviendo, me apoyó contra la puerta y cerró con llave.
Su mano fue hacia mí pierna y luego fue subiendo mi pollera.

—No... no puedo más. -dije.
—¿Qué querés que haga? -preguntó. Decime lo que quieras.
—Beseme. -dije.
—Repítalo. -contestó.
—Beseme. Por favor se lo pido.

Nos estábamos a punto de besar y su estúpido celular sonó.
—¿Hola? -preguntó, sin soltarme. No, no. (...) no puedo ahora, tengo cosas más importantes. (...)
Sonreí. Empecé a besarle el cuello y mi mano fue hacia la camisa de Sebastián. La desprendí, dejando ver sus músculos, lo empecé a acariciar por todo su pecho y luego seguí jugando con fuego.
Al terminar la llamada me agarró de la cara y me besó.

—Esto te pasa por jugar con fuego. -dijo y empezó a tocarme los senos por arriba de la camisa.
Ya estaba bastante excitada, amaba que Sebastián me tocara. Me empezó a dar besos por todo el cuello y yo me di vuelta.
—Ay, Sebastián. No puedo más.
—Sh, aguanta un poquito más. -dijo.

Me dio vuelta apoyándome contra la pared y me quitó la camisa, luego siguió por la pollera que lentamente fue quitándomela y por último la ropa interior.
Una mano de Sebastián tocó mi cola y le dio una nalgada mientras que la otra tocaba mi seno con movimientos circulares. Sebastián seguía vestido, pero cuando me quise dar vuelta él me frenó y empezó a acariciar mi parte íntima. Ya no aguantaba más, entonces me di vuelta y lo besé con desesperación. Le saqué la camisa, el pantalón y el bóxer; toque a su "amigo" y sentí que estaba erecto... muy erecto diría yo.
Fuimos hacia el escritorio y me sentó sobre ella, abrió mis piernas y entró lentamente en mí.

—Mmm, ay Sebastián. -gemí. Mmm.
—Ay, Carina me matas. -gimió.

Luego me bajó del escritorio y se sentó en una silla, me subió arriba suyo y me hizo cabalgar.
—¡Ah, Sebastián! -gemí.
—No pares, Carina. No pares. -gimió.

Nunca había tenido tanto placer. Sebastián se levantó, me subió al borde del escritorio y entró en mí un poco más salvaje.
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—¡Un poco más! -gemí. ¡Así, así, mmm!
—¿Te gusta? -preguntó.
—¡Sí, sí, ah, sí! ¡Voy a llegar, voy a llegar! -gemí, más fuerte.

Los movimientos de Sebastián se hicieron más rápidos y más intensos, haciéndome llegar más rápido al orgasmo.
—¡Sebastián! -grité.
—¡Carina! -gritó.

La campera de Sebastián estaba tirada en el suelo y nos acostamos en ella. Agarré su camisa y me tapé.
—¿Tenes frío? -preguntó.
—Sí. Además... necesito dormir un poco. -lo miré.
—Se me ocurrió una idea... -me miró. Sos tan hermosa.
—No mientas. -reí.
—No miento, es la verdad. -dijo.
—Bueno. -reí. ¿Qué idea se te ocurrió? -pregunté.
—Ir a mí casa y dormir. Porque... a tu casa no podemos ir, están tus papás.
—Sí. ¿Pero cómo salimos de acá sin que sospechen?
—Digo que te llevo a tu casa porque recién te acabas de desmayar. -dijo. ¿Qué te parece?
—Sí, decimos eso.

Ambos nos vestimos pero antes hablamos.
—¿Te digo algo?
—¿Qué? -preguntó.
—Usted siempre fue mí profesor favorito. -sonreí.
—¿Si? Y usted siempre fue mí alumna favorita. -sonrió.
—Además... hay cosas de las que tenemos que hablar.
—¿Qué cosas? -preguntó.
—De unos sueños que tuve... con usted. -lo miré, pícara.
—¿Soñaba conmigo? ¿Y qué soñaba? Digo, capaz que se los puedo cumplir.
—Yo no le puedo contar... pero me puede cumplir esos sueños en su casa. -Sonreí.
—Vamos. Vamos. -dijo. Vamos, alumna traviesa...
—Vamos, Profesor Atrevido... -Reí.

Fin.

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